Se ha atribuido a Toussaint Louverture, cuando ocupó la parte este en 1801 luego del Tratado de Basilea de 1795, la división de la parte española de la isla dos departamentos, al septentrional lo denominó del Cibao o Samaná y el meridional al del Ozama o del Engaño, división que se mantuvo durante el período de la ocupación francesa. Posteriormente, se establecieron límites más precisos para la Región del Cibao: desde el río Masacre hasta Samaná y desde el Atlántico hasta la Cordillera Central.

Diversos factores contribuyeron a configurar la unidad e identidad de la Región del Cibao, que la diferenciaron de las demás regiones del país, como la economía del tabaco, y su conversión en “frontera externa” del país mientras ocurrieron las continuas invasiones haitianas, hecho que estimuló la unidad de la región, y el papel decisivo de Santiago como “centro principal de defensa”, además de haber acentuado la conciencia de “compartir características culturales comunes” frente a otros conglomerados. (1)

Durante gran parte del siglo XIX se verificó un contraste entre el Cibao y las demás regiones del país. José Ramón Abad atribuye el desarrollo de esta región a la fertilidad de su extenso valle, sin montañas interpongan barreras al tránsito y con dos caudalosos ríos casi unidos en su prolongación y bien comunicado entre sí. Considera que el incremento de la prosperidad de los pueblos del Cibao a que no hicieron del pastoreo su único medio de vida sino a la generalización de la agricultura y de una planta industrial como el tabaco que representó el fundamento de su activo comercio.

En cambio, las poblaciones del sur no tenían contactos con el interior ni con el norte, sino que se dedicaban a explotar los productos naturales que estaban a su alcance y solo se relacionaban entre sí por vía marítima y se preocupaban más por comunicarse con el exterior que con el resto del país. Contrario a los pueblos del Cibao, que se dedicaron más que ningún otro a la agricultura, se relacionaban con sus puertos naturales “sin cuidarse gran cosa del resto de la República. En las más extensas regiones del país, solo exploradas de forma superficial, continuaban casi desiertas, aisladas y sin contactos entre sí. (2)

Entre 1844 y 1900, Hoetink destaca tres etapas, o “fases sucesivas”, en el desarrollo de la Región del Cibao frente al sur y Santo Domingo. La primera se inicia en 1844 y termina a fines de la década del sesenta en el cual se incrementa de forma acelerada el poder económico del Cibao. Este período coincide con el declive de la exportación de madera en el sur y el aumento de la exportación de tabaco, de acuerdo con los cálculos de Moya Pons en su ensayo “Datos sobre la economía dominicana durante la primera república”.

La vitalidad económica del Cibao era de tal naturaleza que desde 1843 los comerciantes cibaeños financiaron la mayoría de las revueltas que se verificaron en el país, ya que las insurrecciones contra los gobiernos por lo regular partían del interior del país.

La bonanza económica contribuyóa fomentar las ideas liberales entre los intelectuales del Cibao quienes discutían las ideas de separación e impugnaban el despotismo de los sectores dominantes de la Región del Ozama. Bonó abogaba por una “reforma radical” en la “administración de la riqueza pública” pues las provincias del Cibao no tolerarían la dilapidación de sus rentas. Con la revolución del 7 de Julio de 1857 los grupos dominantes del Cibao abandonaron la actitud sumisa que habían mantenido hasta ese momento.

El propósito cardinal de esta gesta consistió en finiquitar el despotismo, la centralización estatal y la expoliación de las riquezas regionales por parte de los gobernantes dominicanos. En uno de los párrafos del Manifiesto (3) se plantea: “El pueblo deplora la falta de buenos caminos. La defensa organizada contra el imperio de Haití, guiado por el sendero del despotismo, ha sumido la nación en la ignorancia, privándola de escuelas y colegios, temeroso de la naciente riqueza de una provincia, la ha empobrecido, cuando debió emplear sus conatos en presentarla como modelo a las demás, a fin de que todas fuesen ricas”.

La segunda fase se verifica al inicio de la década del setenta y final de los ochenta. La ciudad de Santiago quedó afectada por los acontecimientos revolucionarios de 1865 y 1866, por el sitio de dos meses en 1867. Todos estos hechos provocaron la descapitalizaron de los comerciantes cibaeños, como lo expresa Peña y Reynoso en 1875:

“Que hacia el veinticinco de noviembre de 1873 hacía treinta años que el comercio de la República, y particularmente el comercio del Cibao, olvidado de su propio bienestar y aun el porvenir de sus hijos, venía trabajando sólo para enmendar nuestros errores políticos y alimentar nuestras contiendas civiles. Que así era en efecto, porque -exasperado nuestro comercio en vista de las exacciones de cada situación política- había favorecido siempre más o menos directamente la creación de otra nueva, sin haber aprendido jamás que cada nueva revolución impone mayores contribuciones forzosas, y que cada nueva situación política trae mayores necesidades, y por consiguiente mayores contribuciones legales”. (4)

El contenido de este reclamo va en la misma tónica de lo escrito por Hostos en su apología de la ciudad de Santiago, quien asevera que fue Santiago la provincia que salvó todo el norte de la República de la invasión haitiana y en el período de la anexión a España “la que prefirió ver despojadas sus viviendas, yermos sus campos, incendiada su capital, despobladas sus comarcas, hambrientos y desnudos sus guerreros, antes que sucumbir al yugo que otras comarcas habían recibido mansamente”. (5)

Espaillat, contemporáneo de Bonó, también se quejó de la exclusión de los cibaeños del conglomerado nacional:

“Entiéndase generalmente por dominicanos, no los ciudadanos de la República, como es y debe ser, sino los que han nacido dentro de los muros de la ciudad capital; a los demás no se les llama sino santiagueros, veganos, mocanos, etc., ¿Qué significa esto? Ya hemos visto; ¡parece que nunca les había entrado la idea en la cabeza, y dejamos de llamarnos dominicanos!”. (6)

Asimismo, en su conocido artículo “El Ozama y el Cibao”, que alude a la expresión del expresidente Buenaventura Báez “el Ozama piensa y el Yaque trabaja”, Espaillat, que percibía como “muerta” la sociedad dominicana de fines del siglo XIX, planteó que solo el modelo de sociedad cibaeña, “la gran máquina”, “la sólida caldera donde el vapor comprimido pugna violentamente por escaparse”, tenía capacidad para sacar el país del estado de abatimiento en que se encontraba y proporcionar el impulso perentorio a todo el sistema. Santo Domingo, la Capital, ejercería el papel de “regulador”, “la válvula de seguridad por donde debe escaparse el exceso de fuego”. (7)

En esta segunda etapa desaparece el secular hiato entre riqueza y poder político y es considerada por Hoetink como “la época gloriosa del Cibao; más rico y más poderoso que las otras regiones”. La economía del tabaco domina todo el país, se extienden las fronteras del Cibao, se fundan nuevas comunes, se abren nuevos caminos, etc.

La tercera fase se inicia a mediados de la década de 1880 y perdura hasta la actualidad. El desarrollo de la industria azucarera en el sur y el este del país traslada de nuevo el poder económico y político hacia la Región del Ozama y Santiago pasa de nuevo a la condición de segunda ciudad, la única en el mundo sin salida al mar. Luego de haber sido el polo natural de crecimiento económico, se convierte ahora en “suministrador” de talento y mano de obra a la capital”. Sin embargo, en lugar de dar paso a la caña, en el Cibao se desarrolló la producción de café y cacao para la exportación.

La explicación de Rafael Emilio Yunén sobre la Región del Cibao

En su maravilloso libroLa isla como es. Hipótesis para su comprobación(1985), Rafael Emilio Yunén expones ideas novedosas sobre el Cibao, algunas de ellas coincidentes con Hoetink. Entiende que la producción de tabaco introdujo una “variante” en la estructura social de la región al propiciar la emergencia de un campesinado con una relativa independencia y cierta libertad.

Expone algunas ideas sobre el “efectivo” desarrollo que comportó el Cibao en el siglo XIX como la zona en que apareció el “germen del campesinado criollo”, dotada de “ricos naturales en cuanto a suelos, costas, vegetación y llanuras”, con una “oligarquía terrateniente y comercial”, portadora de ideas liberales, y en la cual el ecomercado del tabaco creó un campesinado que gozaba de una autonomía relativa.

En el Cibao no se verificó un intenso proceso de proletarización como aconteció en el sur y en el este, donde los campesinos fueron despojados de sus predios y pasaron a la condición de proletarios junto con los trabajadores extranjeros. Por ende, “lo extranjero” no permeó la identidad de la región cibaeña.

A pesar de los cambios en el uso de los suelos agrícolas, por el avance arrollador de la industria azucarera, el profesor Yunén considera que el Cibao logró preservar su “carácter dominicanista”, que se reflejaba en la modalidad de intercambio con el exterior. La sólida base económica del Cibao les permitió a los pequeños productores de tabaco realizar negocios con las casas comerciales extranjeras sin subordinarse plenamente a las mismas, pues la relación con el mercado se efectuaba en el proceso productivo controlado por ellos y en el que estaba ausente cualquier tipo de coerción extraeconómica.

Esto fue posible por la “dependencia diversificada” predominante en El Caribe en la cual ninguna de las potencias dominantes era hegemónica respecto a las demás. Por carecer de una estructura económica sólida que les permitiera subsistir de forma adecuada, ni el sur ni el este del país no pudieron mantener una dinámica regional interna y aprovecharse de esta “dependencia diversificada”.

Ahí reside la causa, dice Yunén, por la cual el Cibao se mantuvo como “se mantuvo como receptora, gestora y protectora de “la dominicanidad” durante gran parte del siglo XIX, condición que reconocen otras regiones que han aceptado que algunas características culturales del Cibao sean las que identifiquen a “lo dominicano” como hablar con la i, el merengue y oros gestos y hábitos culturales. (8)

Referencias

(1) Harry Hoetink, “El Cibao, 1844-1900: Su aportación a la formación social dominicana”,Eme Eme, vol. VIII, No. 48, (mayo-junio 1980), p. 7.

(2) José R. Abad,La República Dominicana. Reseña general geográfica estadística, Santo Domingo, Imprenta García Hermanos, 1888, pp. 176-177.

(3) En Raymundo González,Bonó, un intelectual de los pobres, Santo Domingo, Centro de Estudios Sociales Padre Juan Montalvo, 1994, p. 43.

(4) Andrés Blanco Díaz (editor),Manuel de Jesús Peña y Reynoso,Escritos selectos, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, vol. XXI,yBanco de Reservas, 2007, p. 285.

(5) Eugenio M. de Hostos, “La provincia de Santiago de los Caballeros como ejemplo de adhesión”, enPáginas Dominicanas, 2ª ed., Santo Domingo, Comisión Nacional de la Feria del Libro, 1979, p. 79.

(6)U. F. Espaillat, Escritos, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1987 p. 95 y Arturo Bueno,Santiago, quien te vio y quien te ve, 2 tomos, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2006, p. 156.

(7) Espaillat,Escritos, p. 171.

(8) Rafael Emilio Yunén,La isla como es. Hipótesis para su comprobación, Santiago, Universidad Católica Madre y Maestra (UCMM), 1985, pp. 103-105.