Al escuchar “Preparados para la salida…” los ojos se enfocan en el número de la gatera donde esperamos ver salir de primero al potro que al mantener esa posición y cruzar la meta permitirá iniciar/seguir “parados en el pool” o mantenerlo en el dinero para cobrar con cinco ganadores de seis.  José Luis Méndez, el bedel de nuestra promoción del Colegio Loyola, es la voz oficial de las carreras y creo que hasta el mismo gigante de la narración, Simón Alfonso Pemberton, estuvo y sigue feliz con el éxito de su pupilo. Genial que en ese ambiente hípico se trabaje en cabina con la armonía de que la naturaleza humana nos invita a formar relevos.

En mi vida he jugado caballos en cuatro oportunidades, los últimos cuatro programas. Frank Ogando, el esposo de mi cuñada Milagros Manzueta, lleva años invitándome al hipódromo. Cuando él tiene oportunidad de ir y ver a José Luis o a Frank Pavonesa siempre me mandan saludos (con ellos jugué bastante tiempo en la Liga Añeja COANCA, conocidos como “El Brother” y “El Silencioso” eran los dos tiradores de larga distancia más finos). “Ahí se pasa una tarde bonita, hay áreas para los niños, y los aviones pasan tan bajito para aterrizar en Las Américas que se puede jugar al color de los ojos del capitán y copiloto.”  Bueno, finalmente, me decidí a jugar un pool con las recomendaciones oficiales de José Luis, las del experimentado jugador Ogando y las que refunfuñando me deja caer Dálido Castillo, un colega y buen amigo que hasta llegó a tener un potro que tuvo sus buenas llegadas. Ahí estoy “enganchao” desde que vi todas las carreras del primer evento donde ya tenía “pellejo en el juego”, que es cuando se pone emocionante dando ánimo a tu caballito en la recta final.  Eso sí que no es “apto para cardíacos”.

Ha sido una experiencia fascinante.  Llevó de cuatro-cuatro-cero- “no tiene precio”: cuatro programas, cuatro ganadores, cero pesos en ganancia y una satisfacción que no se puede medir como el anuncio de la tarjeta aquella. Todo esto por una inversión total de 1,250 pesos. El enanito gruñón de Blanca Nieves, que a todo le buscaba el lado malo, diría que ahí voy camino a la ludopatía, a terminar escogiendo entre “Alimentar la familia” y “Gastar en Juegos de Azar”.

En eso el pesimista Grumpy cae en el mismo error de los economistas clásicos que no entendían la diferencia entre el valor del agua y los diamantes. Carl Menger les resolvió la paradoja indicando que no se hace una elección entre “Toda el Agua” y “Todos los Diamantes”, que las decisiones se hacen sobre unidades concretas de esos bienes en circunstancias específicas guiados por el orden de las preferencias individuales de ese momento.

Menger resolvió esa paradoja y también explicó que las satisfacciones individuales de hacer un intercambio no son posibles de medir de forma objetiva por el mismo que ejecuta una acción, ¡vaya usted a ver lo perdido que anda un tercero! ¿Quién puede poner un número que se pueda interpretar como el de los pasos totales al finalizar una caminata a, en mi caso, el gozo de recordar a mi padre fajado buscando en un zafacón los pedazos del pool que rompió porque al perder el favorito Felo Flores se quedaba sin cobrar con 5? Eso lo hizo antes de que se anulara esa carrera al día siguiente y se dio cuenta que había tirado a la basura dinero.

Los anti-juegos de azar que creen que gastar en un pool o en un boleto de lotería es equivalente a una agresión al bienestar de los hijos, además de no entender lo explicado tampoco comprenden la naturaleza de estas opciones de ocio. La demanda de cualquier actividad de apuestas se sostiene, sea formal o informal, si adquieren una reputación de devolver un alto porcentaje de lo que se juega. En las formales se regula y audita en rangos cercanos al 75%, como una vez me explicó un buen amigo con el que voy a preparar la siguiente entrega.