En todas las ciudades españolas fundadas en la isla de Santo Domingo, acorde con el esquema metropolitano, la comandancia de armas, el ayuntamiento y el templo católico, aunque no fuera geográficamente cierto, era el “Centro”, social, religioso, político y cultural del pueblo, La élite, vivía en sus alrededores y los sectores populares en los barrios marginados. Baní, a los pies del Cucurucho, el frescor del río, el azul del mar y el verde de sus montañas, no fue una excepción.
La élite de Baní heredó el orgullo hispánico, tentada por una “limpieza de sangre”, en una dimensión despectiva, desvalorizadora de los barrios marginales como el Pueblo Arriba y el Pueblo Abajo, enriquecidos posteriormente por el surgimiento de Villa Majega, Los Cajuilitos, Las Arepas, La Sabana, Los Lora, etc. A la derecha de la calle principal que conducía a “la capital”, (la ciudad de Santo Domingo) estaba localizado el barrio del Pueblo Abajo, discriminado por estar integrado por pobres y por negros, a pesar de estar compuesto por seres humanos extraordinarios, personas serias, solidarias, honradas, emprendedoras y trabajadoras.
Yo vivía en la frontera entre Villa Majega y el barrio de Los Lora, espacios populares que me enseñaron las verdades de la vida. Por las mañanas, con pantaloncitos cortos, una silla pequeñita de guano en la cabeza, con un cuaderno y un lápiz, cruzaba el solar donde nació el Generalísimo Máximo Gómez, el más grande banilejo de todos los tiempos, héroe y genio militar en la guerra independentista cubana, para llegar al patio de las hermanas Gassot, dos maestras cocolas, Mariana y Altagracia, donde recibía clase en un hermoso patio, debajo de una mata de jobo.
Me enseñaron a leer y a escribir y me enseñaron las esencias de la vida, donde el valor de las personas está más allá del color de la piel, porque reside en su manera de ser y de pensar, donde la igualdad era sinónimo de sonrisa y de amor. Mi abuelito Floiran, zapatero, anti trujillista, el cual conoció al Generalísimo la última vez que visitó al pueblo, me sedujo con la aureola de admiración a este héroe internacionalista.
Luego, me fui a vivir con mi abuelita materna, propietaria de la panadería Yolanda, la más importante del pueblo. En las noches me traslada a la misma, que quedaba en un extremo del patio, para escuchar de los panaderos sus anécdotas, sus aventuras, donde siempre eran héroes, sus cuentos salpicados de exageraciones y mentiras y los veía utilizar los palillos de metal como instrumentos musicales y los escuchaba cantar canciones populares cuando hacían el pan.
La casa de mi abuelita quedada a la salida del pueblo hacia la capital, en la frontera con el Pueblo Abajo, donde había varios panaderos que allí tenían su residencia. Tuve el privilegio de ser invitado a sus actividades festivas y sociales. Aprendí entonces lo que era una velación, una nochevela, la fiesta de la Santísima Cruz, un baquiní, el uso y poder de los resguardos, la magia de los ensalmos, la eficacia de los remedios caseros, platos gastronómicos, milagros de ancianas, la solidaridad comunitaria, la autenticidad de la amistad, el compartir los alimentos que hubieran, el saborear un jarro de jengibre, de café o una tizana caliente que alcanzaba para todos. ¡Conocí una cultura popular invisibilizada y una sencillez que han sido las definiciones de mi vida! ¡En el Pueblo Abajo aprendí a distinguir las esencias de las apariencias!
En este Pueblo Abajo, estigmatizado, prejuiciado y discriminado por la élite, dónde el símbolo de respecto era Luis León y Papá Pio, conocí amigos para toda la vida, como Héctor Geraldo Santos, ido a destiempo, sobresaliente abogado y extraordinario ser humano, a Wascar Tejeda Pimentel, héroe y mártir del 30 de mayo, a Pito Santos y Bolívar Bautista, profesores de educación física, a Pipí Bautista, director del liceo al ser ajusticiado el tirano, a Bolívar Santos, excelente pelotero, a Carmela, a Guido, a Charles y a Toña Santos, mi maestra, así como al arquitecto Kike, a Maura y a Felpe Prandy.
La sociedad banileja se fue transformando por las nuevas realidades socioeconómicas, la emergencia de profesionales liberales, la incidencia de diversos sectores en la producción económica, las definiciones políticas, la migración a Estados Unidos con la emergencia de nuevos ricos, etc., hizo que los apellidos tradicionales dejaran de ser sonoros, las ruinas del casino de los negros en el Pueblo Abajo desaparecieran y el casino de los “blancos”, en el “Centro”, solo quedó como símbolo nostálgico, la discriminación y el racismo se invisibilizaron. Baní dejó de ser una aldea y un nueva realidad hizo que eso solo fuera reseña del pasado y el banilegismo (amor apasionado por Baní) se hiciera presente para una nueva sociedad.
En medio de esta vorágine, Felipe Prandy, un negro del Pueblo Abajo, es signo de superación. Fue a estudiar periodismo a la ciudad de Santo Domingo, pero terminó graduándose de decoración, etiqueta, protocolo y productor de espectáculos artísticos en el exterior, desempeñándose incluso como diplomático en el consulado dominicano de la Florida, Estados Unidos.
Exitosamente incursionó en la farándula y definió amistades, entre otros, con Johnny Ventura, Julito Deschamps, Fausto Rey, Víctor Víctor, Freddy Beras Goico, Anthony Ríos, Henry García, Luchi Vicioso, Cecilia García, Víctor Waill, Xiomara Fortuna, Yaqui Núñez del Risco y Sonia Silvestre. En Baní, acompañado por Rusbel Villalona, organizaron diversas ferias culturales y los primeros carnavales realizados en Bani, autoría de numerosas producciones artísticas, organizador de clubes culturales, homenajes a personalidades y participando en todas las actividades del arte y de la cultura popular.
El Centro Cultural Perelló, templo de la cultura banileja, por iniciativa de su directora Julia Castillo, el jueves 15 del presente le entregó a Felipe Prandy, en una noche de justicia, la distinción de “Guardián de la Cultura”, con la presencia de autoridades banilejas, familiares y amigos, donde intervino Luisín Mejía, Sergio Federico German Medrano, Dagoberto Tejeda, con la actuación en su honor del cantante del recuerdo y del amor, Henry García.
¡Prandy, artista, ser humano excepcional, amante de la cultura, símbolo de generosidad, de superación, del banilegismo, es hoy, un patrimonio de Baní y del país!