El segundo incendio en el Pueblo de los Pescadores fue una tragedia para Las Terrenas. Aunque traumático para empresarios, empleados, el público visitante y para la comunidad en general, al cabo de medio año desde el segundo desastre, tenemos una más amplia comprensión de las condiciones actuales y una mejor perspectiva de las futuras.
Evidentemente, reconstruir igual o parecido y en el mismo sitio es el camino más expedito y potencialmente menos conflictivo. Igualmente, podemos enfocarnos en la tragedia y responder de tal forma que la mayoría se pueda sentir mejor. Eso ya fue hecho y produjo obvios beneficios políticos en un año de elecciones. Si lo que buscamos es reducir conflictos por medio de una respuesta populista entonces la respuesta es obvia: ahí mismo y como sea. Pero, ¿será eso lo mejor para Las Terrenas?
Por otro lado, si la tragedia es vista como una oportunidad de realizar algo potencialmente mejor, con un impacto más amplio y con ofertas más diversas, entonces hay tres factores a considerar.
El primer factor es el del impacto ambiental. En una isla posicionada en el cuarto lugar entre los diez países más afectados por el cambio climático en el mundo (https://mepyd.gob.do/mepyd/wp-content/uploads/archivos/end/capitulo-6.-cambio-climatico.pdf) y que se apresta a perder una porción significativa de su territorio nacional a las aguas del mar, resultaría contraproducente utilizar fondos del erario para construir en una zona de alto riesgo, ya evidenciada por eventos climáticos anteriores. Se estima que la reconstrucción anterior costó unos 60 millones de pesos y con el alza de precios hacer algo similar posiblemente llegue a los 100 millones. ¿Cómo podría el MITUR justificar el uso de 100 millones de pesos en una zona que dentro de una década podría estar cubierta de agua? Aparte del riesgo financiero, el construir sobre la playa para que sea destruido por el mar contribuye a que la población continúe ciega ante la realidad del cambio climático, cuando lo que necesitamos es que la gente despierte ante la crisis para que pueda modificar conductas destructivas. Sería muy riesgoso y vergonzoso que el Estado invierta tanto cuando posee todos los conocimientos y evidencias de autoridades nacionales e internacionales para evitar construir en zonas de alto riesgo y de alta fragilidad ambiental. Ninguna persona en su sano juicio construiría con sus propios fondos algo de valor en ese espacio; entonces, ¿por qué habría de hacerlo el MITUR con fondos del erario? Eso sería irresponsable y altamente cuestionable éticamente. Finalmente, ¿debería el MITUR construir sin el estudio de impacto ambiental correspondiente? Si el Ministerio de Medio Ambiente fuera a hacer el estudio de impacto ambiental y concluye que la zona no es factible para una reconstrucción tal, ¿cómo debería responder el MITUR?
El segundo factor es sicológico. Mucha gente siente que el Pueblo debe estar ahí, donde siempre ha estado. Tales sentimientos deben ser reconocidos bondadosamente por las autoridades y no ignorados irresponsablemente. Creo, sin embargo, que el MITUR tiene una responsabilidad más amplia y más profunda y que para poderla afrontar necesita contemplar la situación desde el beneficio de un multiverso. El uni-verso actual es claro y sencillo: “ahí y como sea”; pero un análisis social e histórico más complejo revelaría que el Pueblo de los Pescadores, tal como originalmente existió y tal como la mayoría de la gente se lo imagina dejó de existir hace lustros. Es cierto que antes del primer incendio el Pueblo mantenía cierta personalidad rústica y colorida que resultaba muy atrayente para el visitante y para los residentes, aparte del aporte culinario que sus variados restaurantes aportaban y del valor recreativo de sus bares y otros atractivos. La reconstrucción después del primer incendio transformó la rusticidad y el colorido aburguesando el entorno en un estilo victoriano. El cambio preservó el acceso a lo culinario y diversificó la oferta recreativa, pero ya no era el Pueblo como tal. Es igualmente importante reconocer que, aparte del obvio beneficio político que conllevó la rápida reconstrucción, el modelo gerencial establecido provocó condiciones operativas indeseables que no ameritan repetición. Reconstruir en el mismo sitio sería denegar una obvia realidad y reafirmar el espejismo existente en la imaginación de algunos. Por otro lado, el Pueblo amerita ser honrado y recordado, por lo que la satisfacción sicológica podría resultar de la construcción de un monumento al Pueblo original, el cual podría contener interpretaciones visuales, escritas y monumentales al tiempo que la nueva apertura al mar sería como regresar el espacio a la imagen de los pescadores que dieron origen al Pueblo. Una Plaza de los Pescadores con relevantes expresiones simbólicas podría ser una de las formas de honrar la memoria y sepultar, de una vez por todas, el espejismo irreconciliable con la realidad.
El tercer factor es mercadológico. Las Terrenas como destino ha evolucionado y sigue creciendo. Aunque trágico y traumático para el psique terrenero, el fuero no destruyó el destino. Los restaurantes existentes por todas partes han aumentado su clientela, muchos de los empleados del Pueblo han sido re-empleados y Las Terrenas sigue siendo un atractivo turístico, culinario y recreativo a pesar de la pandemia, tal como los últimos dos años lo demuestran. Del Pueblo no quedan ni las cenizas, pero la gente sigue yendo a Las Terrenas, sigue disfrutando del creciente número de restaurantes y bares y los dueños de villas, apartamentos y condominios continúan siendo beneficiados por el creciente número de visitantes nativos y extranjeros. La pasada semana santa añadió una nueva comprensión de la realidad. La mayoría de los bares y restaurantes no se llenaron tanto como se esperaba, porque la mayoría de los visitantes trajo sus comidas y sus bebidas. A la mayoría de los visitantes no le pareció importar la ausencia de El Pueblo. De hecho, el ambiente carnavalesco y bacanal fue más expresivo que nunca antes y el grito de “Terrenas!!!” hizo eco en miles de visitantes. Para mi hay un mensaje inferido en esa realidad, uno que parece indicar que un nuevo modelo de eje es necesario. Un nuevo eje culinario, recreativo y cultural es posible, con un nuevo nombre, con una nueva imagen y con nuevas ofertas. El Pueblo no será más, pero podemos diversificar, enriquecer y hasta abaratar un espacio que represente lo mejor de lo que era antes, aunque ajustado a las nuevas realidades y, más que todo, adaptado al futuro turístico del destino. Entonces el principal desafío no está en seguir con más de lo mismo, sino en diseñar y construir un nuevo centro culinario, recreativo, cultural y artístico que represente la nueva realidad de Las Terrenas y sea simbólico de un futuro promisorio, diverso y enriquecedor.
Una respuesta populista es fácil y expedita, pero no representa ni la realidad actual ni el potencial futuro de Las Terrenas. MITUR puede sentar una nueva pauta, una ajustada a las realidades ambientales, sociales, culturales, culinarias y gerenciales del municipio. Una nueva pauta que establezca lazos firmes con el municipio para que este sea beneficiado financieramente y compensado por los gastos que conlleva ser el destino turístico popular de mayor trascendencia en el país. El MITUR puede hacerlo y el MITUR debe potenciar lo que fue el Pueblo transformándolo en algo mejor, más diverso y más enriquecedor.
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