Del exceso de introspección nace, como expulsión de mis ansias, el deseo de comunicación con los demás. Son estas notas, que nombro posts prosopoéticos, como un diario emocional de mi estado de ánimo, toma de posición y expresión. Nada más.

1

La plenitud me aburre, oprime y aterra tanto como la vacuidad. La saciedad me alienta; me deprime el hartazgo.

¡Al fin!, conciencia, te he vaciado de los instrumentos que una vez nos manipularon.

Como guepardo, veloz en pasos propios; como tortuga, lento en pasos ajenos.

Nadie escapa al dilema de vivir a conciencia o vivir de la conciencia.

Cada día transito el hoy y sus gajes bajo el sortilegio de la nostalgia del ayer y la ilusión del mañana.

En artero socavón de la utopía vi partir mi vida y sus elementos; mente y corazón de bolina y sin aliento; mi nublado y generoso sentimiento; mi alterada y noble razón, siempre en busca de viento.

2

Hoy he vuelto a sentir la vida en el tembloroso murmullo de mi sur profundo.

En la edad de la inocencia no me preguntaba cómo se hundió el Titanic: fue la mejor de mi vida.

¿Cómo podría vivir siendo “a imagen y semejanza de…"? No, no soy un reflejo de algo; soy mi propio espejo, aun con el azogue manchado.

La búsqueda de mi yo se ha traducido en este inesperado resultado: encontrar a los demás ha significado encontrarme a mí mismo.

En la imagen del otro a penas briznas brotan de mí. Y no podía ser de otro modo: solo yo puedo encontrarme a mí mismo.

He escrito más sobre mí que las miles de páginas sobre el otro y las cosas. Es de justicia, soy el autor de mis obras.

3

Sí, nueva vez las miradas. Ver es lo primero. “Ver para creer”, no. Ver para coquetear con las apariencias y dejar entrar las miradas en el placer de lo visto.

Adondequiera que voy instalo mi capilla: un rincón donde leer, meditar y garabatear algo, abstrayéndome del entorno.

Ahora que lo pienso, nunca he sido un buen devoto de nada; mis creencias han sido efímeras, pero los valores que nutrieron mi espíritu no: vida, amor, libertad…

Honro al pan y al vivo fuego que lo hornea; a la harinosa mano que lo amasa; al día cada día, cada noche del “pan nuestro de cada día dánoslo hoy”; a quien fraternalmente a nosotros lo allega y enaltece como levadura de la mesa, del altar, del amor, del arte y de la ciencia.

4

Y rompemos a fantasear con el ayer cuando sentimos insuficiente nuestro hoy.

Nos vuelven cenicientas dones sobrantes (dádiva, bien o gracia), excesos, lánguidas pavesas que hay que saber arrojar al viento.

El mejor poema es una confesión: te quiero, ódiame, llevo una herida clavada en el pecho…

"Érase una vez…": la vieja historia, el mejor reflejo de nuestras ancestrales vivencias.

El Quijote y Cien años de soledad: primeras de su tipo (protonovela). Una, en la novela moderna; otra, en el realismo mágico.

En literatura no hay mejor edulcorante que una historia cursi: “Y terminaron felices …”

5

De vez en cuando es saludable bajar a un santo de los altares: un amigo desleal, una supuesta honorable personalidad, un falso intelectual…

No me gustan los que no opinan, los que miran hacia el lado, los "gatica de María Ramos", que tiran la piedra y esconden la mano.

No es noble recibir ni dar de consuelos en la convalecencia los remedios que no sirvieron de alivio en el padecimiento.

En toda acción humana se aloja un interés, cualquiera que sea, que debe ser definido. Lo peor es la hipocresía de las intenciones “desinteresadas”.

Alguien no sabe contra qué dar sus batallas y se enfila contra la Feria del Libro 2023.