La experiencia implica vivencia. Somos sujetos que vivimos de forma permanente sintiendo o experimentando, conociendo y presenciado el mundo y sus cosas. Esa vivencia se sitúa un poco más allá de la postura de la filosofía empirista del siglo XVII, en cuanto la fuente de todo conocimiento proviene de la experiencia y no de la razón. Parte de la experiencia se coloca no solo en lo verificable en término científico, sino también en la experiencia interna de cada sujeto, en su vivencia cotidiana, sin que medie un experimento en laboratorio o una toma de conciencia en cuanto a la aprehensión de un objeto.
Este tipo de vivencia de la realidad forma parte de la virtualidad, que se manifiesta al subir en las redes sociales diferentes actividades de la vida cotidiana: autofoto o selfi, exhibición de prenda de vestir, de almuerzo, paisaje geográfico, libros, revistas y videos… o ¿por qué no? hasta una escritura o video, despreciando al propio cibermundo, del cual no se puede escapar.
En las redes sociales, en ese universo de lo virtual, no hay experiencia, ya que no estamos experimentando sino reproduciendo actuaciones del espacio social en el espacio de lo virtual, y en la mayoría de los casos, vivimos por y para el consumo pensando que vivimos por y para la vida en cuanto experimentación y cambio de estilo de vida creativo.
A diferencia de esa experiencia de transformación del mundo, que produce aprendizaje y cambio en el estilo de vida del sujeto, en el cibermundo ha surgido la posexperiencia, en la que se mueve el sujeto cibernético acrítico y sometido al orden de lo virtual de las redes sociales, en las que no hay sensación de vivencia fenomenológica, todo pasa y se esfuma en fracciones de segundos.
Aun este sujeto cibernético estuviese sumergido en la realidad virtual por inmersión, donde experimenta y siente los objetos como si fuese en la misma realidad, no estaría moviéndose en esos placeres naturales y necesarios, como diría el filósofo Epicuro. Para el sujeto cibernético atrapado en la virtualidad nada ha cambiado en el mundo real, por lo que también la vida está vaciada de sentido. Esto no significa que la posexperiencia sea una maldición y que se ha de luchar en contra de ella; cosa imposible, porque es consustancial al cibermundo como lo es la experiencia al mundo. El problema está en el sujeto y el modo en que se encuentra sujetado a este mundo cibernético, el cual de por sí, es un concepto (ciber) que implica control de uno y control de los otros, o como diría Foucault, con relación a lo cibernético, el gobierno de sí y de los otros. Esto va más allá de lo informático y de lo informacional que forman parte de lo cibernético, como lo es la computadora cuántica y toda su estrategia de ciberseguridad.
El cibermundo caracterizado por la innovación experimentará una nueva sacudida, con la entrada de lo que es el metaverso (Zuckerberg, 2020), por lo que el espíritu de la innovación será más intenso de lo que fue Second Life o Segunda vida, a principios del siglo XXI (Merejo, 2010), ya que la inversión en miles y miles de millones en ese metaverso, no tiene parangón con ningún otro proyecto de la transformación digital que hayamos sido testigos.
Con el metaverso, el mundo de lo virtual entraría en una redimensión multisensorial, inmersiva y de microespacios virtuales entretejidos y compartidos, en la cual podría predominar lo virtual sobre lo real o que estas se vuelvan más difusas. Esto sería así, siempre y cuando no haya una toma de conciencia por parte del sujeto cibernético y de que no se comprenda que la experiencia transformadora es la que nos cambia la vida y no la posexperiencia de lo virtual; aunque esta última puede contribuir a esa trasformación, lo cual va de depender de la estrategia de navegación que despliegue el sujeto en el ciberespacio.
En la línea filosófica abordada por Foucault (2014), la experiencia es un involucrarse con lo ético, con el saber y la transformación subjetiva, lo que implica el situarse más allá de la vivencia, de esa experiencia inmediata, fenomenológica del mundo, vivida en lo cotidiano por un sujeto en la que no media la conciencia crítica en cuanto ejercicio, cuidado de sí y meditación de su propia vida.
El filósofo Byung-Chul Han, en el texto Psicopolítica, explica cómo frente a la vivencia, la experiencia en Foucault radica en la discontinuidad, en transformación del sujeto, lo que va por lo sendero de Nietzsche, Blanchot y Bataille, en cuanto que este no esté sometido a un orden, porque “Ser sujeto significa estar – sometido. La experiencia lo arranca de su sometimiento. Se opone a la psicopolítica neoliberal de la vivencia o de la emoción que anuda al sujeto todavía más al estar sometido”.
El oponerse a lo que es esa vivencia continua y el asumir una conciencia crítica de ese orden cotidiano que se vive, deviene en transformación de vida, que, con Foucault, de acuerdo Han, “se puede concebir el arte de la vida como una praxis de la libertad que genera una forma de vida totalmente distinta” (2014:116-117).
Sin embargo, en la visión ciberpolítica, que va más allá de Han, el sujeto cibernético de conciencia crítica ha de desplegar estrategias de compresión del movimiento recursivo que se da entre el espacio real y el ciberespacio virtual; así como todo lo relacionado a la cultura y la cibercultura , porque como sujeto, no se reduce al homo digital, ya que, como bien apunta Foucault, él es s una forma que “no es ni ante todo ni siempre idéntica a si misma (…).Hay, sin duda , relaciones e interferencias entre estas diferentes formas de sujeto, pero no estamos en presencia del mismo tipo de sujeto”. (1999:403-404)
El sujeto cibernético que se sumerge en el ciberespacio entra en una relación con el poder de control virtual en el cibermundo, que no deja a un lado la otra relación con el espacio del poder real en el que sigue sujetado en el mundo. Por lo que nos toca ir un poco más allá de Han, porque no solo la experiencia de lo radicalmente discontinuo lo arranca de ese sometimiento de lo real sino también de la posexperiencia de lo virtual.