También podríamos formular la pregunta de otra manera: ¿Por qué el cine debe recibir dinero público?
Para la opinión pública no acostumbrada a este tipo de conducta fiscal con el dinero que debe administrar el gobierno, puede parecer una ligereza cuando no un privilegio inmerecido por un proyecto industrial que no ha dado muestras fehacientes de ser lo que dice sino que se comporta como expresión de un snobismo pequeño burgués de ciertos sectores con dinero para quemarlo en búsqueda de sabe Dios qué.
Sin embargo, gracias a esas películas muchas personas encuentran su camino profesional y sobreviven debido a esas producciones. Pero también funcionan como un oasis para las salas de cine que encuentran en ellas un público y un dinero que, de no existir ese tren de producciones, nunca hubiesen abierto o se habrían sustentado para permanecer abiertas.
Asimismo se debe considerar que podemos como nación incursionar en el sector audiovisual con la seguridad de que estaríamos invirtiendo en uno de los renglones más productivos. Solo hay que mirar hacia USA cuyo PIB está comandado por el sector audiovisual.
Aunque en USA se cotiza el cine como entertaiment, e igual por aquí como distracción u ocio o placer, es bueno recalcar su papel social y cultural. El cine nacional tiende y se afirmará en la identidad nacional, en manifestaciones de su sentido histórico, de sus sentimientos, de su sensibilidad y sentido crítico junto al proceso de socialización y transformación integral del país (por obra de sus élites político-partidarias sino por el trabajo de su pueblo).
Si la educación formal, la de las escuelas, es imprescindible, no menos lo es la visión de lo que somos y de cómo nos vemos para afirmar lo positivo y controlar lo negativo, y esto último es posible gracias a productos culturales como el universo de una película.
Vivimos una sociedad sin rumbos definidos, fragmentada, con las riendas sueltas a su suerte. Entonces creando espacios donde expresarse es, posiblemente, una de las oportunidades para conocerse y actuar en consecuencia.
El cine, el buen cine, es una experiencia cultural, una metáfora para recuperar identidad, sentimientos, vivencias, espacios, memoria. Es una visión sobre nuestras individualidades, sobre nuestros acontecimientos, nuestra colectividad.
Una ley de cine, independientemente de cómo se maneje, es una oportunidad para entendernos y brindar oportunidad a quien aún no ha tenido voz ni voto, precisamente por la irresponsabilidad de muchas empresas y empresarios e inversionistas que, con la complicidad de funcionarios públicos, secuestran la verdad y la honestidad del arte puro.
De manera que lo que justifica esa ley de cine es la inversión en un producto capaz de transformar lo inmaterial de una sociedad y con ello la comunidad.
El éxito de un filme no se mide hoy por su capacidad de marketing, ni por el número de butacas ocupadas en la sala, ni por capacidad de captación de patrocinios, ni por otros criterios abstractos alejados del real y puro acontecimiento de la obra de arte. El éxito está en la transformación del público que asiste. Esa es la referencia que nortea a toda obra de arte por los siglos de los siglos, cuando trasciende repleta de sentimiento, memoria e identidad.
Un filme dominicano nunca debe estar sujeto a ecuaciones del mercado. Debe retrotraerse a su condición de producto de una comunidad donde aquellas personas con el talento y potencial para realizarlo nunca se vean en la encrucijada de rendir su visión a la miopía del lucro.