Ante el desparpajo con que un segmento  de la sociedad dominicana ha cogido la epidemia de la enfermedad por la nueva cepa del coronavirus (COVID-19), el consenso de las opiniones mediáticas ha recomendado desde azotes con una correa de cuero hasta la hoguera para los transgresores de la cuarentena y el estado de excepción. Grave.

Nada más inoportuno que una sugerencia de acciones violentas en un momento de profunda incertidumbre en que se requiere sumar voluntades y construir armonía.

La emotiva propuesta sólo se entiende a partir del terror de segmentos de clases sociales que por primera vez se han sentido vulnerables porque el nuevo bicho también traspasa los muros del dinero y puede quitar la vida a pudientes como a empobrecidos.

O, en su defecto, desde algún plan mediático que buscaría derivar culpas del relajamiento de las medidas gubernamentales hacia los pobres, y así tirar sobre sus espaldas la explosión de la epidemia que ya supera los 200 fallecidos y los 4 mil infectados confirmados, según los datos de Salud Pública.

De cualquier manera, una lectura al pie de la letra de tal discurso podría motivar a las patrullas a reprimir personas que violen las disposiciones y producirse confrontaciones violentas prevenibles.

PERAS AL OLMO 

Tanta indisciplina, caos y desvergüenza dificultan la convivencia, arriesgan la salud colectiva y hasta generan impotencia en quienes cumplen las normas. ¿Quién lo niega?

Pero, al parecer, pocos sabían que ha sido así por décadas. Y que se trata de inconductas paridas por el “déjalo hacer, déjalo pasar” mientras no peligre el estatus quo. Y lo peor: apenas denunciadas por muchos de los que ahora gritan, abrumados por el crecimiento de la epidemia.

Las escenas de un tropel de personas desplazándose día y noche con total descaro en desafío a las ordenanzas ejecutivas orientadas a proteger al colectivo, son impensables en una sociedad edificada sobre una zapata de educación, orden, respeto, solidaridad, honestidad y decoro.

En países desarrollados, una minoría poco significativa, los eternos escépticos en la “curva de adopción” de Everett Rogers (1962), se atreve a desobedecer y pagar el precio de una sanción drástica.

Aquí, no. Aquí el desorden ha sido normalizado porque “a río revuelvo, ganancia de pescadores”, y lo protagonizan precarizados y tutumpotes en partidas iguales, cada uno con el estilo de su mundo. La excepción son las buenas prácticas.

La gente, en realidad, se comporta conforme le han enseñado sistemáticamente; no se le puede pedir peras al olmo. Así que, con las juergas de estos días, se siente como en sus aguas, natural. Y sólo se resiste si pretenden sacarla de la zona de confort que le han edificado, como ahora. Una muestra son las decenas de apresamientos y los choques con los policías. 

RUMBA CON LA VIDA LOCA

El caos se ha afianzado en cualquier rincón del territorio nacional ante la indiferencia de la generalidad del liderazgo político, empresarial, religioso, gremial, sindical y comunitario. 

En los bancos y supermercados: clientes, varones y hembras, jóvenes y envejecientes sanos, simulan discapacidades para evadir las filas y resolver, en un par de minutos, lo que a los cumplidores de las normas les toma mucho tiempo.

En el tránsito de vehículos: no hay en el mundo un país donde el conducir sea tan riesgoso porque en las calles, carreteras, puentes, elevados y estacionamientos predomina la ley del tigueraje y la sinrazón. Son un infierno donde la vida humana vale menos que una cucaracha. El país es líder  en mortalidad por siniestros de tránsito.

En el vecindario: el indolente puentea el contador para evadir el pago de la factura eléctrica, le raya el vehículo y, sin sonrojo, no descansa en su plan para hundirle en el descrédito si percibe en usted algún nivel de bienestar.

En la política: el demagogo que traslada a comunidades enteras a otros pueblos a sufrir en improvisadas cuarterías con el objetivo de manipularles y sumarse sus votos el día de las elecciones. O aquel que arrincona al otro en el fango de la indigencia para luego presentarse, como salvador, con la carnada de un par de panes  que ha comprado con dinero robado al erario.       

En los resorts: la gula con los bufés y la bebida porque “eso no se ve todos los días”.

En los trabajos: los serruchos son una constante; valen más los “garganta profunda” y los chismes que los méritos acumulados. 

ENTRE TODOS

En este país urge la construcción de una cultura del orden y una cultura de prevención, con la participación de la familia. Como no se han sentado ni siquiera las bases, la inversión de tiempo será larga. Pero hay que comenzar, si hay real deseo de refundar la sociedad para evitar en el futuro comportamientos caóticos.

Entretanto, las autoridades que gestionan la crisis sanitaria no están para quejarse ni denunciar, sino para hacer cumplir con firmeza y sin excusas politiqueras, pero con apego a las leyes, las disposiciones emanadas del Ejecutivo con el objetivo de proteger al colectivo. Y dos de ellas son la cuarentena y el toque de queda.