Hace algunos años publiqué la primera parte de este artículo titulado ¿Por qué matan a las mujeres?, y en el mismo analicé algunos de los factores de riesgo que inciden en una gran parte de los “feminicidios” ocurridos en el país, así como el comportamiento de las víctimas de cara a los procesos que alcanzan la judicialización. Reflexionamos con respecto al curioso pero preocupante comportamiento de muchas de las víctimas de violencia de genero o intrafamiliar, las cuales colocan a las autoridades en un plano de incomodidad a la hora de trabajar sus casos. En la práctica sucede lo que el Prof. Juan Bosch recreó en su famoso cuento La mujer, que narra la historia del hombre que asiste a una chica tirada en la carretera y abusada físicamente por quien fuera su marido. El buen samaritano auxilia a la víctima, la conduce hasta su casa, la asiste y la cura, para terminar luego en un enfrentamiento con el agresor cuando este llega al hogar y confunde al hombre con un amante de la pobre mujer. En medio del enfrentamiento por defenderla, el hombre es atacado por la espalda por la propia víctima y esposa del agresor. Algo así sucede todos los días en los tribunales; los fiscales que de manera responsable dan seguimiento a los casos denunciados por las mujeres, terminan siendo los principales enemigos de esas mismas mujeres, ya que al cabo de un tiempo retoman la relación con sus parejas, desisten de los procesos y desmienten toda la versión imputable a los encartados.
Mucho se ha estudiado el fenómeno conductual en las mujeres que así actúan y se ha llegado a la conclusión de que existe una condición psicológica que los expertos han llamado “Síndrome de la mujer maltratada”; o sea, una condición de tipo conductual que lleva a las mujeres abusadas a no se reconocerse como auténticas víctimas y se hallan impedidas de dimensionar los riesgos graves de violencia en que se encuentran. En nuestro país aquel síndrome está definido por la resolución No. 3869-2006, en la cual se describe como una afección psicológica provocada en la mujer por su agresor, mediante el empleo de la violencia sistemática que provoca una importante disminución de la autoestima en la mujer y una obnubilación de sus sentidos, provocando con ello una incapacidad de percibirse a sí misma como ente de derechos inherentes a la condición humana.
En adición al factor de tipo conductual que hemos explicado, parece existir una mala comprensión del problema social que no permite encarar la problemática de manera eficiente, ya que no solo hemos fracasado frente a la realidad de la violencia contra la mujer, sino que también coexiste la percepción de que los conflictos de género se incrementan. Resulta incuestionable el hecho de que la República Dominicana es uno de los países de Latinoamérica con una de las mayores tasas de feminicidios, registrando un cómputo de 2,7 crímenes de este tipo por cada 100,000 habitantes. Preocupa además la clase de infractor que tenemos con respecto a los casos, quienes en una gran proporción optan por el suicidio en medio de los hechos de violencia y de sangre. Según un estudio publicado por el Observatorio Político Dominicano de la Fundación Global Democracia y Desarrollo, un 27,8% se suicida tras cometer los hechos, lo que constituye un agravante frente al problema social.
El origen del errático diagnostico que se ofrece a la hora de explicar el problema se encuentra quizás en la forma de interpretarlo, ya que se parte de una clasificación que responde a la idea de identificar a un enemigo y no así a las reales causas. Se ha llegado sostener incluso que el feminicidio es distinto a un homicidio o asesinato porque se trata de un crimen de odio perpetrado por el hombre contra la mujer, colocando erróneamente al varón como la razón del problema. De ahí que la política contra la violencia de género o intrafamiliar sea enteramente represiva e imprecisa, forzándose a los actores que intervienen en la persecución del delito a actuar siempre del mismo modo y a medir todos los casos con la misma vara. Así las cosas, de lo que se trata es de perseguir al hombre, arrestarlo y reducirlo a prisión frente a cualquier hecho de agresión. Bajo esa concepción no hay excepciones y no existen otros paliativos que no sea el de la persecución.
Para enfrentar preventivamente el mal de la violencia intrafamiliar, de género y los feminicidios, tal vez haga falta desmontar el diagnóstico que hasta ahora se tiene del problema y considerar como detonantes otros factores que por el momento se han mantenido ocultos. Uno de ellos es la violencia social en general, la cual se expresa en conductas agresivas tanto de hombres contra mujeres y mujeres contra hombres. También la precaria educación social podría estar incidiendo en la producción de hechos de violencia, así como la posible relación existente entre el consumo de drogas, incluidas el alcohol, con la violencia social. De igual forma los factores culturales podrían ser elementos exógenos al problema de la violencia intrafamiliar, muy específicamente aquellos que se entremezclan con patrones de conductas asociadas al modo de ser de otros países y que inciden en el comportamiento de algunas personas, entre otras cosas.
Debemos entender que la causa del problema no es el hombre, sino aquella serie de factores que están incidiendo en la sociedad y que generan cada vez más violencia. Para enfrentar el fenómeno hace falta definir un paquete de políticas públicas que apunten fundamentalmente a resolver todos aquellos problemas que se relacionan con la violencia, y como consecuencia de ello disminuirán significativamente los casos de violencia de genero e intrafamiliar. De igual forma hace falta entender que desde el punto de vista estrictamente legal es inconcebible el feminicidio como tipo penal, ya que no existen maneras objetivas de distinguir la muerte violenta de una mujer a manos de un hombre, de cualquier otro homicidio e inclusive de un asesinato. Se trata pues, y, en definitiva, de comprender mejor el problema, identificar un mejor diagnóstico del fenómeno y trabajar en aras de un plan preventivo que ataque todos los factores de riesgo.