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ADRID – En un contexto de crecientes tensiones geopolíticas y con las elecciones del Parlamento Europeo a la vuelta de la esquina, ha pasado casi inadvertida la reciente -y ajustada- aprobación del Pacto sobre Migración y Asilo de la Unión Europea. Cabe destacar que el interés del acuerdo reside más en el mero hecho de haberse aprobado que en cualquiera de sus cláusulas concretas. Simboliza la culminación de una década de esfuerzos para reformar el «sistema de Dublín» de gestión migratoria en la UE.
La necesidad de cambio era -sin duda- urgente: tan solo el año pasado, cruzaron las fronteras de la UE -oficialmente- unas 380.000 personas sin autorización (la cifra más alta desde 2016), sin contar el récord de 1,14 millones solicitantes de asilo. Los principales «países de llegada» (como Grecia, Italia y España) llevan tiempo pidiendo una distribución más justa de los solicitantes de asilo entre todos los países de la UE. Pero alcanzar un consenso sobre el tema ha resultado toda una odisea, por la divergencia de intereses y prioridades entre los Estados miembros.
Y esto no ha cambiado. El Pacto sobre Migración y Asilo se basa en un delicado equilibrio: los Estados frontera de la Unión acuerdan establecer centros de detención para mantener a los peticionarios durante la tramitación de solicitudes de asilo y organizar la repatriación de quienes no reúnan los requisitos; a cambio, el resto de países de la UE acogerán a una parte de los admitidos o participarán en iniciativas de reparto de costes. Pero muchos de los líderes políticos europeos consideran que esto no es suficiente.
De hecho, el pacto se aprobó por muy poco margen. Aunque obtuvo el apoyo de los tres grupos parlamentarios principales (el centroderechista Partido Popular Europeo, la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas y el liberal Renew), un número importante de eurodiputados expresó su disenso absteniéndose.
El esfuerzo para aprobar el Pacto puso de manifiesto la compleja dinámica política que define la estrategia migratoria europea. Los socialistas italianos y sus contrapartes ideológicas del Movimiento 5 Stelle votaron en contra de algunos artículos del proyecto, en gran medida motivados por el deseo de oponerse a la primera ministra Giorgia Meloni, una de las principales defensoras de este acuerdo. En Francia se desarrolló una dinámica similar.
El proceso también reveló nuevas fracturas políticas. Los Verdes alemanes, por ejemplo, se diferenciaron de sus compañeros de coalición y votaron en contra del paquete.
Se prevé que el 29 de abril el pacto reciba el aval del Consejo de la Unión Europea. Pero todavía enfrenta oposición de ambos extremos del espectro político. Los partidos de ultraderecha consideran que no alcanzará a disuadir a los inmigrantes, mientras que los grupos de izquierda y diversas ONG temen que no proteja debidamente sus derechos ni les garantice unas condiciones de vida adecuadas. El primer ministro polaco, Donald Tusk, ha anunciado que Polonia no aceptará el mecanismo de reubicación, y el primer ministro de Eslovaquia, el populista Robert Fico, ha declarado que no implementará en absoluto las nuevas normas.
Aun así, el Pacto sobre Migración y Asilo puede suponer una experiencia positiva sobre la política de la UE y el futuro de la Unión. Y el esfuerzo para su aprobación demostró -sobre todo- el impacto que les corresponde a líderes como Meloni, cuando ponen en práctica su capacidad para formar coaliciones.
A diferencia de su combativo estilo de campaña, Meloni ha adoptado una actitud pragmática y constructiva respecto al liderazgo europeo, especialmente en lo que se refiere a migración. Por ejemplo, fue una de las principales arquitectas del Memorando de Entendimiento firmado por la Comisión Europea y Túnez el pasado mes de julio. Aunque éste ha sido objeto de muy merecidas críticas (y no es un modelo de colaboración con terceros países), ha situado a Meloni como una voz importante del debate europeo sobre migración.
Meloni también ha impulsado otros acuerdos bilaterales, por ejemplo, el reciente acuerdo de ayuda con Egipto para limitar las migraciones irregulares a la UE. Para recabar apoyos para el Pacto sobre Migración y Asilo, Meloni colaboró con la Comisión Europea y llevó a cabo más de veinte misiones de alto nivel en el Mediterráneo a lo largo de un período de ocho meses.
En definitiva, el Pacto sobre Migración y Asilo sugiere un nuevo enfoque en la formulación de políticas de la UE: el consenso imperfecto. Aunque nadie quede completamente satisfecho, la UE sale del paso. Algún avance, por limitado que sea, es preferible a la parálisis. En este sentido, el acuerdo sobre migración servirá como una especie de barómetro para el próximo mandato del Parlamento Europeo.
En materia de política migratoria, la UE está en una encrucijada. Ha abandonado en gran medida el espíritu de «Wir schaffen das» (“lo conseguiremos”) encarnado por la excanciller alemana Angela Merkel en 2015 cuando decidió permitir la entrada a Alemania de más de un millón de solicitantes de asilo. En cambio, la idea de obligar a los solicitantes a quedarse fuera de las fronteras UE está ganando adeptos, como se refleja en el manifiesto del PPE para las elecciones de junio.
Pero a pesar del amplio apoyo para limitar las migraciones, la UE también necesita inmigrantes para empleos cruciales de baja cualificación (por ejemplo, en el sector de la construcción) para los que hay una grave escasez de mano de obra. Consensuar el equilibrio entre ambas necesidades ya sería difícil en el mejor de los tiempos; en un período de profunda polarización es casi imposible.
Pero la UE tiene que encontrar soluciones. Y para ello, el próximo Parlamento Europeo -que seguramente esté más fragmentado- debe adoptar el creativo modelo Meloni de formación de coaliciones, sobre una base de pragmatismo y compromiso con los valores compartidos.