Usualmente, queremos que algo ocurra cuando nos beneficia; cuando se alinea con nuestros intereses. La política en nuestro país ha sido siempre una lucha de intereses grupales; defendemos posiciones porque nos conviene; sin importar lo que acontezca con la mayoría de la sociedad. Por eso vemos tanto descaro en gente que estuvo en el poder por veinte años y ahora viene a venderse como la solución a males sociales que ellos crearon y consolidaron.

El próximo año tendremos una cita importante con la historia. Debemos elegir a un presidente para que gobierne en el período 2024-2028. Los candidatos están definidos. Echemos un vistazo a cada uno de ellos. Leonel Fernández, padre de la generación canalla, que gobernó a nuestro país a manos sueltas, sin observar el más mínimo compromiso con la ética y la transparencia, fue un gobernante que prostituyó el sistema de justicia con la finalidad de asegurarse impunidad para él y los suyos. Una de las peores lacras que puede afectar a una sociedad es una justicia cooptada, que actúe solo atendiendo a los intereses de sus patrocinadores.

Leonel Fernández estuvo acompañado a su paso por el poder por grandes depredadores de los fondos del erario: y él sabía de sus tropelías porque se beneficiaba de sus desafueros. Ese equipo que medraba alrededor suyo era su brazo financiero, el soporte económico de su proyecto político perpetuo, porque Leonel Fernández piensa que es un predestinado que siempre debe estar al frente de la administración del Estado, hasta que se muera.

Abel Martínez es un político perteneciente a la generación canalla; su crecimiento político y económico están estrechamente ligados a su paso por el poder. Es un discípulo de Leonel Fernández. Sin prestancia económica y social, la política fue su trampolín para convertirse en un hombre de fortuna. En torno a su capacidad intelectual, compite muy de cerca con Gonzalo Castillo. Además es un preso de confianza de Danilo Medina, el Gran Padrino del Sur, al hombre que la historia dominicana le tiene reservadas páginas de horror y desvergüenza.

El gran legado que dejará Luis Abinader a esta sociedad es su empeño, su desvelo por controlar la corrupción y poner fin a la impunidad que impuso la generación canalla encabezada por Leonel Fernández.

En cuanto a Luis Abinader, es de los pocos políticos dominicanos que llegaron a la política no a hacer fortuna, sino a servir. En la actualidad, se sacrifica de manera evidente para que nuestro país mejore tanto a nivel económico como en lo más importante: en lo institucional.  Trabaja dieciocho diarias, su salario lo reparte en instituciones sociales; es austero, contrario a Leonel Fernández, que pensaba que el dinero público no tenía dueño y lo derrochaba en viajes y otras actividades que en nada contribuían al desarrollo del país; esto sin mencionar la voracidad de la reina de la vanidad, su antigua esposa Margarita Cedeño, muy aficionada a los sombreros, los trajes, zapatos caros y a los hoteles de lujo.

Pero el gran legado que dejará Luis Abinader a esta sociedad es su empeño, su desvelo por controlar la corrupción y poner fin a la impunidad que impuso la generación canalla encabezada por Leonel Fernández. Si Abinader no hubiese sido electo presidente, todos esos grandes asaltos que cometieron los danilistas, que llegaron al poder auspiciado por Leonel Fernández y su gran déficit fiscal para hacer presidente al Padrino,  hubiesen quedado sepultados bajo montañas de impunidad.

Si en este gobierno la corrupción es mínima y está controlada se debe al compromiso del presidente Abinader.  Si no hubiese temor a un régimen de consecuencias  y no se hubiesen reforzado los controles es casi seguro que algunos  hubiesen intentado imitar a gente del pasado en su accionar desde el gobierno.

Un caso que demuestra que este país ha avanzado enormemente en contra de la impunidad del poder político es el caso de la diputada por la provincia de la Vega, Rosa María Pilarte. Acusada en los días previos a las elecciones, hoy espera juicio en la Suprema Corte de Justicia por las imputaciones que le hace el Ministerio Público. Ella fue electa en la boleta del PRM. Si hubiese sido en el pasado, ese caso hubiese caído en el sueño eterno del olvido. Hoy esa legisladora deberá enfrentar un proceso que podría enviarla a prisión por varios años.

Haber decido nombrar un Ministerio Público que tiene las manos libres para actuar es el hecho político de mayor envergadura en nuestro país desde la caída de la dictadura trujillista; y ese gran avance solo lo garantiza la continuidad en el poder del presidente Abinader, que esperamos que en su segundo mandato logre consolidar institucionalmente una independencia del Ministerio Público que no esté sujeta al capricho del gobernante de turno.

Por la honestidad del presidente Abinader, por su celo para que los fondos públicos no vayan a parar a las cuentas de los funcionarios y sus socios es que el país debe dar ese nuevo voto de confianza al mandatario; porque sus competidores, demagogos convictos, representan lo peor de la acción política. Después de Abinader debemos mirar hacia el futuro, nunca hacia un pasado que no fue capaz de sacar de la pobreza a millones de dominicanos, mejorar la educación, darles viviendas dignas a los pobres y, sobre todo, adecentar la vida institucional del país; pero sí fue capaz de crear muchas fortunas asquerosas a través del robo de los fondos públicos.

La garantía de un mejor futuro para nuestro país pasa por la reelección del presidente Abinader.