Dijo la madre Teresa de Calcuta: “Porque lo dan todo sin pedir nada, porque ante el poder del hombre que cuenta con armas son indefensos, porque son eternos niños, porque no saben de odios ni guerras, porque no conocen el dinero y se conforman solo con un techo donde refugiarse del frio, porque se dan a entender sin palabras, porque su mirada es pura como su alma, porque no saben de envidia ni de rencores, porque el perdón es algo natural en ellos, porque saben amar con lealtad y fidelidad”.

Hay que sentir su cercanía para conocerlos y poder  descubrir  su alma noble, hermosa, tímida, temerosa, pero valiente ante el dolor y la adversidad.

Son como niños esperando un poco de ayuda para entregarte todo su amor.    Tener el amor de un ser de otra raza es algo mágico; es la manifestación de la conexión que existe entre todos los seres vivientes de la naturaleza, pero esa conexión hay que descubrirla.

Cuando me imagino a un animal herido, hambriento o sediento esperando una muerte segura ante la mirada indiferente  de quienes pueden ayudarle siento un pesar inmenso, y ese pesar aunado a mi amor por los animales es lo que  me motiva a querer alzar mi voz  para educar, concientizar y sensibilizar sobre la necesidad del bienestar y la protección de los animales.  Solo consigo apenas emitir un leve sonido que unos pocos  pueden escuchar, y no por eso voy a dejar de luchar; se necesita unir muchas voces para que el sonido resuene hasta donde debe llegar.

Los animales son  nuestros hermanos. El animal humano fue dotado de razonamiento y mayor inteligencia,  sin embargo, “El hombre no es en absoluto el coronamiento de la creación: cada ser se encuentra junto a él en el mismo grado de perfección” (Friedrich Nietzsche), razón por la cual es nuestro deber, como he dicho en otros artículos, el cuidarlos y protegerlos. Mucho antes de  haber tenido la oportunidad de leer sobre  el pensamiento de  del filósofo conremporaneo Peter Singer acerca de los animales, ya había concebido la  firme creencia de que los animales debían tener un lugar más considerado y respetuoso en la sociedad, expresándolo como sé hacerlo, de forma llana, simple, con la palabra hermanos.

Fue difícil rescatarle porque no se dejaba tocar, tenía mucho dolor y temor

Hace aproximadamente un mes mi hermana y yo rescatamos un perrito al que llamé Marino, que se encontraba  sobre la isleta que divide la avenida Luperón en doble vía, frente a una gasolinera. Estaba con una pata rota y algunas heridas; con la lengua afuera tratando de respirar porque al parecer llevaba horas ahí a pleno sol del mediodía sin poder pararse, ya con una erupción en la barriguita del roce con la tierra caliente.

Fue difícil rescatarle porque no se dejaba tocar, tenía mucho dolor y temor.  Sin embargo, su dolor no terminaba ahí, había que llevarlo a la veterinaria, y  necesariamente la veterinaria tenía que agarrarlo fuerte para tomarle radiografías y demás. Cuando al cabo de quince días lo fui a recoger su carácter había empeorado al máximo, estaba aterrado, seguía adolorido y gritaba de una forma impactante. Le habían colocado un embudo inverso para poder manejarlo porque tiraba a morder: era su única forma de defenderse, estaba traumatizado.

Yo también  sentía miedo, no sabía cómo iba a manejarlo.  Pero cuento  con el amor y la paciencia para darle la confianza necesaria que le hagan superar el trauma y sufrimiento por el que ha pasado. Me siento a su lado largo rato en silencio, le doy bocadillos en la boca, otras veces le hablo con ternura. Marino ya me deja tocar su nariz sin tratar de morderme, mueve el rabo en señal de alegría cuando me ve, porque el perdón y la gratitud es algo natural en ellos. Se mantiene aislado en el balcón y se niega a entrar a la sala, estamos en el proceso.

¿Qué hubiera sido de Marino sin nuestra ayuda?,   ¿cuán doloroso hubiera sido su final?. Hay tantos Marinos esperando por nuestra ayuda y por un poco de amor. No estamos obligados a amarlos, pero si a respetarlos y protegerlos, y si tenemos el privilegio de amarles entonces habremos subido un escalón en el difícil proceso de alcanzar el nivel de conciencia que nos colocará en el camino del necesario despertar de  la conciencia universal,  un despertar que finalmente  reconocerá  el justo valor que le corresponde a los animales en la sociedad.