Nada más controversial que no ser abolicionista dentro del feminismo, es decir, entender que el trabajo sexual no debe criminalizarse y que debe ser regularizado como cualquier otro sector.

El principal argumento de quienes propugnan por la abolición, es que las mujeres que ejercen este trabajo lo hacen siempre en condiciones de explotación y sin consentimiento. Argumentan que jamás se puede consentir ser “prostituta”.

Otro motivo es que dicen que hay una agresión sexual cada vez que se sostiene un encuentro con un cliente. No manipulemos: tener un intercambio de esta naturaleza jamás puede ser igualado a una violación. Que pueda pasar, sí, pero son cuestiones muy distintas.

Lo cierto es que muchas defensoras de derechos parten de una visión moralista que no permite reconocer que pueda haber agencia y decisión a la hora de vender el cuerpo a cambio de dinero como medio de subsistencia. Se percibe como algo muy sucio y ultrajante. Igual ocurre con la publicidad sexista, donde la mujer ha aceptado participar por una buena paga, o con la industria pornográfica, o hasta con el “chapeo”.

Reconocerles esta capacidad a las mujeres que participan del mercado del sexo, sin embargo, es valorar la libertad de ser lo que se quiera ser, aunque no se trate de la mejor opción. Justo es el reclamo de los colectivos de que se implementen políticas que regulen el mercado y que garanticen derechos básicos, siendo una cuestión no solo de derechos humanos sino incluso de justicia económica y social.

Promover la idea de que solo se es prostituta como víctima, en lugar de aceptar que también la prostitución puede ser autogestionada, es infantilizar a las mujeres y perpetuar el estereotipo de santidad que ha servido tanto al propio patriarcado para infligir violencia.

Al contrario, criminalizar la prostitución sí favorece la trata. La penalización obliga a ejercer este trabajo en condiciones de mayor clandestinidad y, por tanto, de vulnerabilidad, exponiendo a más abuso y daño. Ni qué decir si también eres una trans. Por supuesto que la trata debe ser perseguida y castigada como el crimen grave que es, pero separada del ejercicio consciente del trabajo sexual.

En definitiva, consisten en discursos vacíos que no aportan a una autonomía real ni a la lucha por nuestros derechos. Si como feministas no somos capaces de deconstruir todos los estereotipos, nada tiene mucho sentido.