Vivimos en un país que se maneja entre “política y pelótica”.
Así se alude a la identificación de la mayor parte de nuestra gente con el considerado “deporte nacional” y con la actividad político partidaria. De hecho, se plantea que la nuestra es una de las sociedades más politizadas (deberíamos decir partidarizadas) de la región.
El quid del asunto es que las discusiones sobre temas de béisbol o de partidos políticos suelen generar debates caracterizados por el desborde de pasiones y, en consecuencia, con resultados que muy poco aportan al entendimiento y mucho menos al avance.
Vista esa particular característica resulta de alta utilidad la difusión y aplicación de claves que ayudan a mejorar las capacidades de nuestra gente para debatir y, con ellas, aprovechar la oportunidad para superar esa idea, errada por demás, de que “hablar más alto es igual a tener razón” o por lo menos provoca que se la den.
Como ha de saberse, no es que sea malo debatir. Lo negativo es el mal uso, que induce al deterioro del debate. Cuando el debate de las ideas se ve disminuido o con bajo nivel, la sociedad puede volverse intelectualmente estancada, sin nuevas perspectivas y lo que es todavía peor, sin soluciones innovadoras para los problemas.
Incluso, la falta de debate o el mal uso del mismo pueden llevar a la polarización extrema en la sociedad, donde las personas se aferran a puntos de vista extremos y se cierran ante la posibilidad de escuchar otras opiniones. Eso, lógicamente, dificulta la construcción de consensos y la resolución de conflictos.
Esas posiciones extremas suelen fomentar la intolerancia hacia opiniones diferentes. Esa situación da lugar a la discriminación y al prejuicio contra personas con puntos de vista diferentes, y eso encamina a la fragmentación de una sociedad.
Cuando no nos creemos dueños absolutos de la verdad, sino que, en cambio, escogemos el debate saludable de ideas estamos cimentando las bases para generar progreso social, científico y político. Sin ese tipo de debate las sociedades suelen tener dificultades para avanzar y mejorar las condiciones de vida de las personas.
Otra de las consecuencias negativas del rechazo al debate es que puede socavar la confianza en las instituciones. Cuando no hay apertura al debate las personas pueden percibir que las decisiones se toman sin tener en cuenta sus preocupaciones o puntos de vista. Y cuando eso ocurre la democracia pasa a ser decorativa.
En una democracia de verdad, el debate abierto y la discusión son esenciales para mantener un sistema político saludable. La falta de debate puede dar lugar a un déficit democrático, donde las decisiones importantes se toman sin el debido escrutinio público.
Vistas esas malas versiones de debate, lo más lógico y sensato es reparar en que quien se empeña en no debatir o en el uso de expresiones o “mañas” que le quitan nivel al debate realmente está propiciando males como: estancamiento intelectual, polarización, intolerancia, precario progreso (y posiblemente atraso), desconfianza en las instituciones, deterioro democrático y otros males que impiden el avance sostenido a que ha de aspirar toda sociedad.
Así es que, sobre todo ahora que la temporada otoño invernal del béisbol dominicano ha comenzado y marchan a todo dar los procesos de cara a escoger autoridades municipales, legislativas y presidenciales, el nivel del debate ha de ser claro indicativo de lo que nos espera como sociedad.
La calidad del debate ofrece claras señales para determinar hacia dónde nos dirigimos. Mientras el común denominador de las interacciones incluya: falta de respeto, estridencia al exponer, acusaciones sin pruebas, ataques puramente personales, falta de escucha, negación de todo lo que “huela” al otro y cerrazón en posiciones, entre otros males, es mucho lo que hace falta para avanzar.
Si, en cambio, alguien muestra apertura a la escucha, se le percibe uso de argumentos sólidos y conectados con la realidad que se desea mejorar, y si además demuestra aunque sea un poco de disposición para construir consensos es posible que se trate de una persona capaz de bien representarnos y ayudarnos a avanzar.