En estos meses calurosos ha iniciado con gran intensidad la parafernalia política hacia las elecciones presidenciales, congresuales y municipales de 2024. Veremos desfilar caras conocidas y nuevas caras procurando ganar preferencias y atraer potenciales votantes a sus aspiraciones.
Nuestros candidatos conocen bien la política vernácula, saben que deben estar dispuestos a involucrarse sin descanso, hacer amarres, acuerdos y darse su baño de pueblo “grajiarse”. Como parte del quehacer político, es habitual ver la demagogia, se ofrece hasta lo imposible para lograr su elección política.
Para los aspirantes políticos nunca será tiempo perdido abrevar de la fuente, deben hacer sentir su presencia en sus comunidades, no solo en los tiempos electoreros cuando se necesitan los votos. Ellos lo saben muy bien que es en la demarcación donde yacen los problemas y sus posibles soluciones, no sólo en las poltronas del poder político.
Por su parte el votante promedio de hoy en día se presenta con más y mejor conocimiento de todo lo que acontece, la tecnología y las redes sociales garantizan que ejerzan su derecho al voto con mayor convicción. Irónicamente todo el bombardeo de información le genera una suerte de desmotivación y resignación con pocas expectativas, ya que históricamente sus reclamos y demandas mínimas no son escuchados por aquellos que detentan el poder.
A pesar de esta situación que no cambia, el electorado abriga un mínimo de esperanza y ve en los aspirantes políticos como una especie de promesa, un respiro frente al prontuario de reclamos de toda la colectividad siempre en búsqueda de un mejor bienestar social.
Es indiscutible que una vocación política real y transformadora debe procurar añadir valor por y para el electorado, apoyado en una trayectoria de resultados, en un ejemplo de vida éticamente correcto, con capacidad probada de liderazgo, una marcada sensibilidad social y articulación de ideas realizables.
Estas características en “teoría” fortalecen los liderazgos políticos hacia la construcción de un voto duro, inalterable, una militancia con firme convicción de las ideas y la visión contenida en los discursos. El binomio Votantes-Candidatos, son las dos caras de la misma moneda en el juego de la democracia.
Sin embargo, los hechos son diferentes, las posiciones electivas hoy en día son construidas con el inmediatismo de las redes sociales, con financiamientos poco transparentes en muchos casos, campañas huecas, fabricadas con “amarres” de la noche a la mañana en donde el voto se puede transar, con pocas convicciones sociales y con frecuencia impuestas desde la cúpula partidaria. Un desafortunado pero evidente ejemplo del pragmatismo político y del bajo nivel de institucionalidad que existe.
La opacidad y despropósitos de las campañas socavan la credibilidad entre autoridades elegidas y ciudadanos, erosionando la gobernabilidad y entrampando el sistema democrático, cuyas brechas se hacen profundas e insalvables entre los actores de la democracia.
Como sociedad debemos aspirar con sentido de urgencia a la buena política, creadora de gobernabilidad, aquella que genera constructos sociales eficaces, que facilitan la interrelación de sus integrantes en la implementación de las políticas públicas prioritarias, impulsando una participación ciudadana activa y el establecimiento de iniciativas de rendición de cuentas hacia un mayor control y seguimiento de la acción del Estado.
Es imperativo, tanto en la esfera política como en las organizaciones ciudadanas escuchar, lograr consensos y desplegar acciones resolutivas en el cumplimiento de las prioridades nacionales, regionales y provinciales. Sería inequívocamente un gran avance en la definición de espacios políticos más horizontales y de amplia accesibilidad ciudadana.
Nuestros candidatos y todo el electorado en su poder soberano tenemos el gran reto de deshacernos de la maleza entronizada en el camino y empezar a forjar las bases de un sistema democrático forjado en el bien común, la alta institucionalidad y cuyo centro del debate sea siempre la ciudadanía.