Ahora que los sistemas totalitarios amenazan con ser el nuevo orden mundial, es necesario reflexionar de hacia dónde deseamos colocar nuestro enfoque como colectivo social; especialmente en momentos de esta profunda inequidad, que provoca un fallo en el razonamiento y la política disruptiva se convierte en el instrumento de quebrantamiento del orden social establecido.

Hoy, en este modelo de jerarquización alternada, se impone la coerción para suprimir la voluntad del pueblo. Es un patrón egocéntrico, que impide que el ciclo de principios democráticos fluya y las instituciones no son más que agentes estandarizados del propio sistema, que desconocen el orden y la eficiencia operativa.

Es un sistema inoportuno, que cada vez toma presencia; porque quienes lo apoyan se nutren de la desinformación y consideraciones de base no científica, sino, de novatados criterios individualistas y carentes de lógica o razonamiento.

Es el mundo que ahora nos ha tocado vivir: Vergonzosamente caótico y desproporcionado. Es la imposición de un modelo donde el pueblo es el centro de una manipulación ideología; se le confunde y abruma con desinformación excesiva.

Y los ciudadanos atemorizados, víctimas de la propaganda excesiva, son quienes perpetúan a estos “líderes” en el poder. Son presa de la servidumbre a que son sometidos; condición agravada por las redes sociales y ahora también por la inteligencia artificial.

Las figuras del presidente, primeros ministros o jefes de gobierno con ciertos perfiles son acogidos por las masas confundidas como “el milagro” de las oraciones contestadas. Fieles creyentes ganados por los ultraconservadores, usados por los intereses que representan los lobistas en el congreso y otras instancias de poder estatal.

Quienes se resisten a ser manipulados la tienen difícil; no es tarea sencilla enfrentar esta ola de política disruptiva en el peor sentido; se necesita que las personas se abstraigan de la morbosidad de lo superficial instantáneo y que no permitan que se suprima su derecho ante la imposición de aquello en lo que no creen. No podemos retroceder ante quienes no defienden el respeto a la libre expresión, a los espacios de igualdad y a la equidad institucional.

Ya que son parte del modelo integral del individuo. En este momento de aprendizaje histórico, nos corresponde reflexionar todo lo que se nos plantea y analizarlo con sentido crítico, para así poder enfrentar a estos constructos sociales que operan bajo aparentes normas y que defienden el caos como modelo de gestión (Habla de hacer implosionar el Estado).

Digámosles no a esos dogmas, a esas cámaras de resonancia mediática que no son más que representaciones mentales de la propia realidad colectiva. Es probable que la teoría de Berger y Luckmann se quedara sin argumento ante el análisis de lo que en la actualidad estamos experimentando como naciones; donde el mismo orden social -objeto de análisis por ellos- se convierte en un fenómeno de serios cuestionamientos entre los mismos agentes que dinamizan la mecánica social.

Ahora nos toca decidir si este es el mundo en el que deseamos vivir: un espacio controlado por aquellos quienes manejan el poder –momentáneamente- y si nuestra participación será solo como distantes espectadores, y no como activos miembros de una coalición que los expulse, sin dejarles capacidad para retornar.

Necesitamos recuperar la capacidad de decidir, sin que nadie controle nuestro bienestar ni establezca las reglas en las cuales desafortunadamente ellos tienen todo para ganar. Son los que establen su manera de hacer política, tomando decisiones por nosotros, normalizando la indecencia, suprimiendo libertades de personas y colectividades, creando un espacio de privilegio exclusivo para quienes ellos consideren serán aptos de poder pertenecer.