América Latina presenta hoy un cuadro político complejo en el que se observan variadas formas en su accionar político, pero sin dudas matizadas por desconciertos, desesperanzas, complejidades y diferencias marcadas en sus sistemas políticos, anacronismo de sus clases gobernantes, descontextualización de muchas de sus propuestas de gobernanzas y viejos paradigmas de confrontación sociopolíticos que la mantiene en una zozobra y desequilibrio como región, desde el punto de vista de su geopolítica.
Con situaciones graves en sus economías, deudas sociales crecientes, pobreza y modelos de inequidad social marcadamente manifiestos, así como sistemas políticos enmarcados en los viejos esquemas de izquierda y derecha, hoy desfazados como referencias dentro del marco de la convivencia pacífica, el respeto a la autodeterminación y la necesaria colaboración e integración regional, por lo que América Latina presenta un cuadro sociopolítico y económico complejo.
De un lado vemos cada vez más marcada una tendencia pronunciada hacia la polarización política de las más importantes economías de la región, entre gobiernos llamados conservadores o de derecha y quienes abanderan la llamada izquierda o gobiernos más liberales, pero al mismo tiempo, nos encontramos con matices de esta polarización más complicados que su propia denominación estereotipada de izquierda o de derecha.
A lo anterior se agrega un ejercicio político del poder con problemas graves de gobernanza que acrecienta los conflictos sociales, las confrontaciones sectoriales y por supuesto, la necesaria estabilidad política que permita desarrollar a sus gobernantes, planes de acción eficaces en cumplimiento de las metas trazadas.
A todo ello, sumamos una región con una deuda social vieja y creciente, problemas de articulación de programas de desarrollos sistematizados y continuos, pues la inestabilidad política viene a veces de un simple cambio de gobierno, dado que, en la región, la continuación de estado es un mito.
Esta polarización está presente en muchos de los más importantes países latinoamericanos, México, Chile, Brasil, Colombia, Argentina, y algunos otros de Centroamérica, y aisladamente se expresa en otros no mencionados en esta lista, se acentúa. De por sí la polarización no es mala, es la opción libre de inclinarse por la oferta partidaria, lo malo es cuando genera, a su vez, inestabilidad, fragilidad en el sistema político y crisis de gobernanza.
En estos hechos antes mencionados, se pierde tiempo en el ejercicio político de cuatro o cinco años de gobierno respondiendo al opositor que, desacelera la ejecución de políticas y planes de trabajo, y a la larga eso afecta el sistema político y la capacidad de hacer de los gobiernos, descuidando su compromiso con las ejecutorias prometidas y necesarias para el logro de propósitos y metas proyectadas. Termina esta polarización debilitando el sistema de partido, la sanidad democrática y la estabilidad política. Hoy es frecuente ver esta polarización que, al dividir al elector, mitad a mitad, el ganador ha de gobernar para ambos, con la duda de quedar prontamente en minoría en el ejercicio del poder político de no asumir una representación compartida y no sectaria.
A esta triste realidad se suma el hecho preocupante de gobiernos autoritarios que no permiten que florezcan las diferencias y la alternabilidad política, enclaustrando a sus ciudadanos en opciones sin alternativas y bajo un fuerte control ciudadano, cercenando las libertades elementales de las personas, en el entendido de que su presencia en el poder es la única verdad y negando las deliberaciones a la gente para optar por otras formas del ejercicio político: Cuba, Nicaragua, Venezuela, son pruebas evidentes de estas formas del ejercicio político que enreda más el panorama político de la región, al que se suma el desajustado tema migratorio y la creciente expansión del narcotráfico.
Otros gobiernos populistas se han desarrollado en la franja sudamericana como Bolivia, Perú y Ecuador, los cuales han terminado en un fracaso y en una fragilidad democrática que no permite salir de sus laberintos. Haití, por mencionar un vecino próximo, se encuentra en un callejón sin salida, no hay clase gobernante, ni dominante, no hay un gobierno con la autoridad de rigor para ordenar la sociedad con legitimidad y respeto ciudadano, y los grupos sin ley o las bandas propiamente, se adueñan de sus calles. Se discute entre expertos la viabilidad social de Haití o su definitiva conversión en un estado fallido.
El ribete en toda Latinoamérica de este gran desorden social, político y de gobernanza ha llegado a los límites de enfrentamientos diplomáticos que han puesto en peligro viejas relaciones de intercambios comerciales y políticas entre los países latinoamericanos como sucedió recientemente entre Ecuador y México, además de las declaraciones de los gobiernos de Venezuela y Nicaragua sobre Ecuador, donde lo político-ideológico se impuso, a lo diplomático, que es otro lenguaje del discurso y la práctica política.
Ante ese panorama enmarañado, la República Dominicana ha dado un salto en los últimos cuatro años en su gobernanza y estilo del ejercicio político desde el poder; a pesar de la existencia de tres partidos dominantes, no se ve en estos momento polarización, lo cual es sano para desarrollar planes de atención a la vieja deuda social y equilibrar más el gasto público logrando un mejor y más efectivo reparto de la riqueza social y avanzar en los proyectos de fortaleza institucional, con la deuda social, de transparencia, ataque a la corrupción, mejora de la calidad de vida de la gente y obras de infraestructuras necesarias para continuar la plataforma física hacia un despegue mayor de desarrollo, progreso y Bienestar.
Las próximas elecciones del 19 de mayo auguran una continuidad de este modelo de gobernanza y del ejercicio del poder con respeto a las diferencias, sin la polarización que hoy se observa en muchos países de América Latina, y en atención al apego institucional, la sanidad pública y poniendo los puntos en los ejes de desarrollo que garanticen un salto para bien del país y de los dominicanos y dominicanas, y el presidente Luis Abinader ha dado cátedra en alcanzar esos propósitos en solo cuatro años, continuar este camino, es profundizar los logros alcanzados bajo esta gestión, que es el deseo de todos los que luchan por un mejor país.