La corrupción, calificada como la “lepra que corroe la credibilidad de las instituciones “en este siglo, y que expropia a la ciudadanía del capital simbólico que significa la confianza en los lideres políticos contemporáneos, permite preguntarse: ¿Es hoy políticamente correcto hablarles a los jóvenes de lo importante de la política, o se trata de algo trasnochado? ¿Será cierto que a los jóvenes- protagonistas de las protestas callejeras- lo que les estimula y arrastra son ciertos personajes sin escrúpulos, capaces de atropellar todo lo que encuentran a su paso y venderles el alma al diablo con tal de triunfar y enriquecerse?
Si eso es así,” en quienes podrán creer nuestros jóvenes, ¿en quienes podrán confiar hoy?, ¿a quienes podrán mirar a los ojos sin avergonzarse?
Los que creemos en la política, en su fuerza constructiva de lo público, lamentamos el lodazal en que la política ha caído, derribada por quienes deberían practicarla con honorabilidad. Tramas de corrupción, financiación ilícita de partidos y enriquecimientos subrepticios se añaden a otras infamias, como la incompetente gestión económica, descaradamente codiciosa e injusta; la decapitación de cualquier futuro en materia de ciencia, educación, sanidad y cultura, la creciente desigualdad social, etcétera.
Voy a contarles una historia que podría resultar emblemática vivida en los tiempos en que trabajaba como corresponsal del Nuevo Diario en la línea Noroeste. Habíamos publicado un suplemento a propósito de las fiestas patronales del municipio de Esperanza, el síndico de entonces, Thomas Lendoft (Negrín), había publicado una página de publicidad en el suplemento. Cuando fui a buscar el pago, Negrín me solicita que le entregue mi cédula a la secretaria para que pasara a recoger un cheque todos los meses, a lo que respondí: ¿Cómo así?. Si camarada, venga a buscar una ayuda todos los meses. Thomas Lendoft (Negrín) y yo habíamos militado juntos en el Movimiento Popular Dominicano (MPD). Me negué rotundamente a esa propuesta. Negrín me miró extrañado y no insistió. Meses después, Negrín fue destituido por corrupción en el Ayuntamiento de Esperanza.
Me pregunto hoy si habría sucumbido a la tentación de aquel peligroso regalo envenado, de no haber recordado en aquel momento el consejo de mi padre: "No aceptes regalos de políticos funcionarios". Era como si el alma de mi padre presente me susurrase: “Hijo, no te corrompas”. Me hubiese gustado aquella mañana contarle con orgullo aquella historia, pero mi padre había fallecido. Mi padre nos enseñó a vivir con la honradez de nuestro trabajo.
¿La ética ha pasado de moda en nuestra sociedad? ¿Nos atrevemos aún a hablarles a nuestros hijos jóvenes de honradez, de animarlos a decir no a la tentación de corrupción? ¿Será verdad que a los jóvenes de hoy no les importa ver que sus padres se venden a la primera oportunidad a cambio de poder prosperar en la vida bajo la excusa de que “todos lo hacen”? ¿Será que ya no les importa poder tener la alegría y el orgullo de decirles un día a sus hijos: “La honradez es la pieza mas valiosa del ser humano?”.
Los jóvenes de hoy, viendo multiplicarse los casos de corrupción en todos los estamentos de la sociedad, podrían preguntarse si es posible encontrar un puñado de hombres públicos justos, éticos para quienes la honradez aparezca aún como un valor digno de ser apreciado. Podrían preguntarse si habrá aún “diez justos”,” diez no corruptos”, entre los que deberían ser el espejo en que mirarse en la política, en la justicia, en las empresas privadas, en las fuerzas del orden, en las iglesias y hasta en el deporte?.
Sin embargo, por más banalizada que aparezca la corrupción de costumbre; por más que se trate de verla como una tentación en que acaban resbalando hasta los mejores, sigo creyendo que los jóvenes aún no han perdido la ilusión de poder abrirse camino con sus propios esfuerzos sin prostituirse como los mayores.
No por casualidad son ellos principalmente los primeros en salir a las calles para exigir a los que nos gobiernan más ética, menos corrupción, menos privilegios descarados, más libertad de expresión. Hasta fisiológicamente, el joven está en la edad de apreciar mejor ciertos valores que nos pesan a los mayores. Son ellos cuando llega el momento, los más volcados en ayudar en las catástrofes y tragedias, los más capaces hasta de exponer su vida para alguna causa noble. Ellos conservan aún la fuerza de la ilusión. No es cierto que son todos conservadores. La mayoría son limpios y cargados de ilusión.
A nosotros nos dan miedo los jóvenes; no por conservadores, sino por ser rebelde. Y cuando luchan nos gustaría que lo hicieran como lo hacíamos nosotros; pero hoy hay otra realidad que no permite que lo hagan. Los jóvenes, nos guste o no, son inconformistas, sensibles a ciertas aberraciones del poder y una de su forma de protesta es vocear. Criticamos que son violentos, a veces, pero nos olvidamos que esa violencia ellos (sobre todos los más excluidos) la han aprendido y la sufren cada día de las instituciones del aparato del Estado, a veces dentro de la misma familia, pero especialmente en la vida pública.
Los filósofos romanos decían que no hay nada peor que ”la corrupción de los mejores”. Y lo mejor de la humanidad, ayer y hoy, son nuestros hijos jóvenes, porque llevan aún viva en sus cromosomas la esencia de la esperanza. Si le sellamos la boca a la fuerza para que no griten su rabia, si les empujamos con nuestro ejemplo a perder los valores que siempre salvaron a los humanos para pasar a formar parte del gran festín moderno, la corrupción, si los preparamos para que al llegar a adultos se conviertan en cínicos e incrédulos, es posible que la metáfora del fantasma bíblico de Sodoma y Gomorra pueda resucitar.
Los jóvenes se están quedando huérfanos de figuras simbólica. Nelson Mandela se fue, Fidel Castro también. Quizás les guste la sencillez y el coraje del papa Francisco que le ha dicho: ”No me gustan los jóvenes que no salen a las calles a protestar”.
Y sin los sueños ilusionados y utópicos de los jóvenes, nosotros los mayores nos moriríamos de viejos y de tristeza. Ellos llevan aún en sus venas la fuerza y la alegría de todo lo que está naciendo. No les frustremos, dejémosles madurar en libertad. Permitan que vuelvan a creer en los políticos. Los jóvenes nos perpetuarán con nuestras luces o nuestras sombras. Ellos son lo que nosotros soñamos también un día antes de que alguien asesinara nuestra esperanza.