El filósofo Heráclito habría dicho, no sin razón, que la realidad, en sentido general, cambia y fluye constantemente. Su ser siempre de viene en otro distinto y negador, de más en más, de su identidad desdoblada en sí, que habría de ser la expresión inconfundible de su propia diferencia sometida a la ley del cambio, que, en verdad, que nunca podría ser si mismo, porque, aunque pareciese lo contrario, es cambio permanente en la infinitud duradera de la eternidad. Lo mismo cabría decir de la poesía de Plinio Chaín, quien además de escritor talentoso, ensayista, poeta y crítico de arte, es en la actualidad Director de la Escuela de Crítica e Historia del Arte, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Con motivo más que justificados, Chaín poetiza todo cuanto percibe, oye y siente. Y lo más importante: lo hace con profunda sensibilidad óntica y elevado nivel estético, legitimado en la belleza de su deslumbrante buen decir y pensar epistémico, articulado más allá del sentido de las metáforas y los signos enraizados en las entrañas mismas de lo que Habermas llamaría mundo de vida. Por eso y otros motivos, se podría decir, sin el menor atisbo de duda, que Plinio Chaín es el poeta de la eternidad, cuyas palabras, por su tierna sonoridad y ritmo placentero, encantan y asombran.

La poesía de Chaín, no sería extraño decirlo, es sobria y sustanciosa (tanto en la forma como en el contenido) en tanto encarna, en sus más variadas expresiones y tonos, el significado y significante de los ensueños metafóricos no sólo inmanentes, sino, también, trascendente y visibilizado, de alguna manera, en el vuelo sin término de la imaginación poética. Ello se debe, fundamentalmente, a que Chaín, sin el menor indicio de vanidad, sufre, goza y disfruta sus creaciones poéticas con vocación, entusiasmo y empeño. De ahí que su poesía goce de gran valor estético.

El gran poeta y ensayista Octavio Paz conceptualiza la poesía del siguiente modo:

‘(…) la poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aísla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Sublimación, compensación, condensación de lo inconsciente’.

Sabedor de que ello es así y no de otra manera, Plinio Chaín ilumina sus ensueños poéticos con la sabiduría filosófica, mística, literaria, cultural, estética y artística, que a lo largo de los años ha podido acumular con disciplina, constancia y lucidez mental.

Totalmente alejado del ego enfermizo y los deseos desvanecidos de la desesperanza, Chaín domina las palabras y la armoniza con la melodía envolvente del susurro del lenguaje y la magia seductora del silencio, que, además de impresionar, no deja de asombrar por la frescura embriagadora del hechizo de hybris, justificada en la espiritualidad, si se quiere, bifurcada del período helenístico.

Siempre muy atento al llamado de la sabiduría filosófica y la mejor tradición de la literatura, el arte y otros saberes, Chaín invoca, con fervorosa pasión la musa de la inspiración y el demiurgo grácil del aliento poético, probablemente esparcido, con sus ímpetu vertiginosos, en el mundo ininteligible y los arquetipos del mundo del sabio Platón, quien supuso que los objetos y cosas de la realidad son reflejos pálidos y fraguados en las reflexiones desconcertantes de la conciencia especulativa y forjadora de dos mundo, diametralmente opuestos y unidos bajo el signo común del idealismo objetivo, reflejado en los presupuestos teóricos-doctrinales de lo que bien se ha dado en llamar el Platonismo, continuado y reproducido, de distintas maneras, por la corriente de pensamientos neoplatónica, representada y defendida por el filósofo Plotino.

La gran filósofa y poeta María Zambrano no falta a la verdad cuando escribe:

“El poeta siente la angustia de la carne, su ceniza, antes y más que lo que quieren aniquilarla. El poeta no quiera aniquilar nada, nada, sobre todo de las cosas que el hombre no ha hecho. Rebelde antes las cosas que son hechura humana; es humilde, reverente, con lo que encuentra ante sí y que él no puede desmontar: con la vida y sus misterios. Vive habitado en el interior de ese misterio como dentro de una cárcel y no pretende saltarse los muros con preguntas irrespetuosas. Eterno enamorado, nada exige. Pero su amor lo penetra todo lentamente. El poeta vive según la carne y más aún dentro de ella. Pero, la penetra poco a poco; va entrando en su interior, va haciéndose dueño de sus secretos y al hacerla trasparente, la espiritualiza (…)”

Lo dicho, ciertamente, tiene mucha certitud, en tanto cuanto el poeta no es un ser resignado, sino rebelde que hace poesía dentro y más allá de la carne. A sabiendas de que ello no podría ser de otro modo, Chaín poetiza la carne, y la realidad con plena conciencia de lo que es en sí y para sí el cuerpo. Por eso, justamente, lo padece y lo vive plácidamente, forjando a la luz del logo y las más variadas emociones, obras poéticas sustanciosas, sobrias y encantadoras. Su experiencia vivencial y cognoscitiva del cuerpo (propio y ajeno) lo llevaría a crear importantes poemas y admirable calidad estética.

Sería más que atinado, observar estos fragmentos poéticos de Chaín:

  • El pensamiento es la consumación de la carne
  • El poema imita la alucinada presencia de tu cuerpo
  • La lluvia afuera es plomo junto a tu cuerpo desnudo

Cuando duerme la eternidad

  • La posición de los cuerpos sin embargo (ese invento de la geometría).
  • Es vocación del gusto y rigor en las pascalinas esféricas

del tacto

  • El cuerpo es tanto cuanto es bello

Belleza y trasfiguración

  • Místico es el cuerpo inmóvil de la noche

Con sus quejidos y vacíos

  • Cuando los amantes se arrastran a su encuentro

A medio hacer el beso

  • La otra última mitad de tu cuerpo desnudo

Escapa a través de lo dudoso de mi sueño

  • Vengada exhala el día con vigor extíngueme

Ropo el fluir del cuerpo

Situación que se goza

En sí de nada sino en sí…

Como se puede apreciar, esas unidades poéticas dotada de profundo sentido, metafísico, son expresiones vivas y significativas de ser del cuerpo, desde el cual, como se ha de saber, Plinio piensa, reflexiona y poetiza. Habría de ser así, porque el cuerpo parecería de ciencia vital de nuestro existir y vivir desviviendo. Quizás por eso, Fernando Barcena habría dicho:

“El cuerpo es, entonces, espacio de aprendizaje, espacio habitable poéticamente, pero que también podemos intentar dominar –disciplinar- políticamente. Interesa ahora pensarlo primero: hacemos poéticamente obras en el propio cuerpo, pero no para domesticarlo, no conquistarlo definitivamente, no para doblegarlo o disciplinarlo ni someterlo, sino para liberarlo, para dejarlo hacer y hacer obra de arte en él. Como espacio, el cuerpo es sin-lugar del que no tendríamos que apropiarnos ni marcarlo con fronteras. Es, más bien el espacio de experiencia donde hacer mundo. Hacemos obra de arte en el cuerpo transformándolo en el mundo, haciendo mundo en él. Y hacemos mundo en él, pudiendo decir “yo soy mi cuerpo”.

Con clara visión sobre la mismidad del cuerpo, Chaín construye, no sin la fuerza de su ingenio inventivo un mundo poético, afianzado en la esencia inefable de la infinitud del tiempo, por tanto, habría que decir, que Plinio Chaín es sin duda alguna el poeta de la eternidad, las palabras y el asombro, cuya poesía trasciende los parámetros culturales desfundamentados y atiborrados de las más oscuras arbitrariedades y sin sentidos.

En definitiva, el mejor testimonio de la innegable calidad poética de Plino Chaín lo constituyen todas sus otras y su gran talento creativo, que brilla en el firmamento majestuoso de las creaciones estéticas deslumbrantes y perpetua.