Monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio fue ordenado arzobispo metropolitano de Santiago en 2003. Proactivo, con su estilo amable, directo y franco, conectó armónicamente con las parroquias santiagueras. Gestó alianzas para el bien común y robusteció más el sentido de gobernanza del capital social local.

Sus gestiones vigorizaron proyectos de visión del plan estratégico. Especialmente, para intervenir el “corazón de la ciudad corazón”, el centro histórico. Zona en actual remozamiento por la Presidencia de la República, Compromiso Santiago y Ayuntamiento.

Cuando todo marchaba bien, monseñor de la Rosa propuso que las experiencias en planificación de la ciudad del Yaque fueran compartidas en la provincia que lo vio nacer, La Altagracia.

Hoy, este territorio emblemático del turismo mundial acumula 350 mil pobladores que residen en 2,998 km2. Debe sumarse la carga poblacional de millones de visitas anuales, locales e internacionales.

La Altagracia se compone de los municipios Salvaleón de Higüey y San Rafael del Yuma. Sus distritos son la Otra Banda, Verón-Punta Cana, Lagunas de Nisibón, Boca del Yuma y Bayahíbe. Bajo la impronta de “Altagracia del mundo”, el activismo estratégico debiera incluir el municipio Miches con 20,813 habitantes, residentes en 443.78 km2.

En la Altagracia por gestiones del gobierno y sociedad civil, se lograron buenas planificaciones. Entre estas, el plan económico impulsado por ministerio de economía, planificación y desarrollo 2018. Igualmente, planes municipales de Higuey (2016-2020 y 2021-2024).

Hoy, el acelerado uso del suelo para construcciones hoteleras, residencias, vías e infraestructuras, demanda una estrategia de desarrollo y ordenamiento territorial de visión común. La planificación estratégica no es burocracia estatal enlatada para hacer documentos. Al contrario, es aplicar herramientas innovadoras que generen movilización e inversión sostenible con participación de todos.

Es manejar el “barómetro” de gobernanza. También el “cronómetro” de sueños altagracianos y el “visualizador” de normas territoriales. Asimismo, incluir propuestas de “muestra estratificada” de turistas para concertar proyectos que los incluya. Iniciativas perdurables, creadoras de empleos, empresas y globalidad cultural.

El plan Altagracia del mundo fortalecerá identidad y sentido de pertenencia. Creará un enlace-hub turístico y ecológico para el Caribe, Estados Unidos Europa y Asia. Sin banderías políticas-partidarias, logrará un territorio unido democráticamente, de abajo hacia arriba. Un pilar cultural repleto de diversidad, rutas aéreas, náuticas y senderos paisajísticos.

Este es un buen programa de trabajo denominado, con mucha creatividad, “Altagracia del Mundo”. Para resaltar la marca territorial y la exitosa huella turística mundial que se ha plantado mediante los diversos íconos geográficos y turísticos que hacen de esta provincia, una capital turística de América.

La planificación estratégica territorial es una de las esencias de la arquitectura institucional que proviene de la base democrática de una sociedad. Más que un ejercicio lineal, rectilíneo y vertical, es una herramienta diversa, de ir y volver, de avanzar y retroceder, de zigzag para volver empezar y avanzar. No es una carrera de 100 metros, es una competencia para toda la vida.   Construir una estrategia territorial no es un proceso legal, es una hoja de ruta, una carta de navegación, que se diseña entre todas y todos.

Planificar estratégicamente los territorios, más que un ejercicio jurídico-legal, es una tarea que se hace de abajo hacia arriba. Inicia en la base de las sociedades y culmina en la orientación de las acciones de los tomadores de decisión.

Más que una lista de obras y proyectos, la planificación estratégica, edifica sueños comunes, establece estrategias para construir la democracia a nivel local como aspiramos. Para Alan Touraine, Joan Clós o Manuel Castell no hay democracia sin la voluntad de la mayoría de ejercer el poder, al menos indirectamente. La democracia se expresa en el deseo y la acción de hacerse oír y de ser parte de las decisiones que afectan la vida.

Planificación territorial es sinónimo de participación, conciencia colectiva y empoderamiento ciudadano. Es una reivindicación de corresponsabilidad, responsabilidad corporativa y potenciación comunitaria. Planificar estratégicamente un territorio, no es tan sólo un encuentro de expertos, especialistas y peritos. Menos un concilio de “gurúes o adivinos para en bola de cristal, acordar en el Olimpo, lo que hay que hacer”.

Es la construcción de sueños comunes. Es la suma de aspiraciones que se formulan luego de que nos hemos quejado. Que hemos llorado, gemido y reprochado el pasado. Por eso en muchas ciudades de Iberoamérica desde Buenos Aires hasta Barcelona, se afirma y repite que el ciudadano que asiste a la planificación estratégica territorial, “llega llorao”. Es decir, no se llega a quejarse sin consolación, a criticar desmedidamente, ni a reprochar adversarios. Se llega a construir el sueño por una mejor ciudad; una mejor provincia y un territorio más ordenado.

En el caso de la provincia La Altagracia, se trata de la elaboración de forma unitaria y en concertación, de los sueños altagracianos que tienen los niños, los jóvenes, las mujeres, los adultos mayores y la población envejeciente. Para conseguir estos propósitos,  hay que empoderar la ciudadanía local y los turistas. Implicarlos en fomentar protagonismo, liderazgo e intervención concurrente. Gestar corresponsabilidad para compartir, concretar y articular acuerdos, convenios y alianzas.

El plan Altagracia del mundo no es gobierno sólo, ni empresariado por su cuenta. Es gestar identidad territorial concurrente para que la provincia se consolide como capitalidad turística y ecológica. Es definitivamente, robustecer una atractividad multiplicadora de visitas e inversiones mundiales.