Una obra en dos actos. En el primer acto, se abre el telón y nos encontramos el día 14 de diciembre de 1914 en Haití cuando un contingente de los marines estadounidenses, como perros por su casa desembarcaron en costas haitianas y sin mediar palabra alguna marcharon al unísono hacia la sede central del Banque Nationale y se robaron 500,000 lingotes de oro empacados en cajas de madera. Marcharon de nuevo por las calles, mientras eran vistos por soldados norteamericanos vestidos de civil. El oro saqueado fue transportado en un vagón hacia la costa en donde una lancha cañonera aguardaba a la espera. El botín fue depositado en pocos días en una bóveda de un banco en Wall Street.
El hecho culminó el verano siguiente con la invasión de las tropas estadounidenses comandadas por el almirante Caperton. La ocupación duro 19 años y estuvo caracterizada por el uso de la fuerza bruta y la implantación del sistema Jim Crow prevalente en el sur estadounidense. Según los apologistas, esta fue necesaria debido a que el país era demasiado pobre e inestable. De no haber Estados Unidos invadido, otra potencia europea lo hubiera hecho. El secretario de estado Robert Lansing presentó la invasión como una responsabilidad civilizatoria destinada a poner fin a la “anarquía, salvajismo y la opresión” prevalente en la nación. A juicio de este, la raza africana carecía de capacidad para organizarse políticamente.
Detrás de las explicaciones vaporosas con alto contenido racista, la evidencia indica que el objetivo de invadir y adquirir el oro obedecía a la avaricia de ciertos sectores poderosos estadounidenses ligados a Wall Street, particularmente un banco que luego se convirtió en lo que es hoy Citigroup. El pasado 27 de julio del corriente, la comunidad haitiana de Nueva York protestó frente a la sede de Citigroup localizada en la calle Greenwich de Manhattan. Otras manifestaciones ocurrieron en Boston, Massachusetts y también en San Francisco, California demandando que EE. UU. retorne el botín robado junto a los intereses acumulados que le perteneces al pueblo haitiano fruto de su sudor y esfuerzo como nación.
Se cierra el telón del primer acto y se abre el segundo encontrándonos con que el Tribunal Supremo del Reino Unido determinó que las reservas de oro depositadas por el Banco Central de Venezuela (BCV) en territorio británico habrán de ser entregadas nada más y nada menos que al líder opositor Juan Guaidó. El litigio data del 2019 cuando Londres se unió a Washington en sus tropelías golpistas en contra de Venezuela al desconocer el gobierno constitucional de Nicolás Maduro. En ese entonces, Juan Guaidó se había autoproclamado como jefe de Estado siendo este un simple diputado. De hecho, hoy día no tiene ningún cargo en el país. A raíz de dicha comedia trespatinesca, Estados Unidos, junto a sus aliados y demás acólitos se han unido en una asonada para suplantar el gobierno constitucional de Maduro ante instancias internacionales, nombrando autoridades espurias como por ejemplo una junta directiva del BCV, a través de la cual dicha entidad se dedica a saquear los activos de Venezuela ubicados en el extranjero.
En su intento por proteger y defender los bienes del Estado, el Tribunal Supremo de Justicia venezolano invalidó los nombramientos hechos por Guaidó, mismos que carecen de sustento legal, y el BCV instruyó la devolución de sus reservas auríferas. Pero el pasado viernes 29 de Julio la jueza británica Sara Cockerill ordenó ignorar las resoluciones del Poder Judicial de Caracas, al considerar que no pueden ser reconocidas por la justicia del Reino Unido. El botín en manos británicas pertenecientes a Venezuela asciende a unas 31 toneladas y ha sido valorado por más de mil 900 millones de dólares.
Por encima de lo insólito, abusivo e insultante del fallo judicial de un tribunal que se arroga el derecho de invalidar las decisiones de su contraparte en otra nación, el dictamen de la división comercial de la Alta Corte de Londres también sienta un precedente sumamente execrable y nefasto para las demás naciones del mundo. Con este fallo, las naciones poderosas, envían un mensaje de su disponibilidad en el uso de su poderío económico, legal y militar en procura de apoderarse por la fuerza de cualquier recurso perteneciente a otra nación cuando esta se niegue a postrarse ante sus dictámenes.
Con el novedoso procedimiento de desconocer cualquier gobierno legitimo que se oponga a su agenda e intereses, y con una clase política a la orden, los ejemplo haitiano y venezolano de piratería imperial nos muestra una vez más, la amenaza que se yergue sobre toda propuesta política alternativa que incluya la defensa de la soberanía, la alternativa al capitalismo salvaje, depredador y neoliberal y las pretensiones absolutistas y hegemónicas de Occidente sobre el resto del mundo. De ahí, que ambos robos deben hoy día recibir la más enérgica protesta y el rechazo rotundo de toda la comunidad internacional ante dichos atropellos. Es tiempo ya que actos como los citados sacudan la conciencia mundial en un no rotundo ante tales barbaridades moviendo inclusive a la reflexión aquellos regímenes que se prestan para dar apoyo a tales esfuerzos desestabilizadores y antidemocráticos que se coordinan hoy desde Washington a Inglaterra.