Es posible que mucha gente no sepa que hay una islita llamada La Tortuga, a la que Manuel Arturo Peña Batlle le dedicó un libro bastante bueno y extenso. Algunos dirán que ese libro no es tan bueno, pero hay que reconocerlo: uno lo lee de un tirón como si se tratara de una novela de King o de Cussler.

El libro me pareció fenomenal leerlo en estos días porque a decir verdad estaba cerca de la playa, y los hechos narrados toman escena en el mar, el mare liberum, doctrina que corrió por todas partes y que nos legó el filibusterismo, el contrabando, el corso y la piratería en los siglos XVI y XVII.

En el libro de Peña Batlle, que algunos critican por sus posturas políticas, se nos narra todo con suma precisión: cómo Levasseur llega a la isla y cómo se suceden aquellos gobiernos que todo el mundo conoce, o algunos ciertamente (no todos tienen un ejemplar buscado): De Fontenay y D’Oregon, este último quien nos parece un personaje novelable.

Por alguna razón, algunos historiadores se han entregado a la tarea de olvidar la islita pequeña de Peña Batlle cuando lo cierto es que muchas de nuestras conductas y nuestros problemas actuales, tienen raíces coloniales. En esa islita se dieron conjunción y escena muchos males, aparte que ahí comenzó mucho del comercio, al tiempo que en la tierra de lo que hoy es Puerto Plata se vieron los bucaneros, que también estaban en Samaná.

Hace casi una década, en Samaná leí otro libro, no ya el de Peña Batlle, sino la historia del haitiano Dante Bellegarde. Mencioné a Samaná, la región donde muchas cosas ocurren como que los turistas, de todas partes del mundo, andan en moto a la vista de todos los viajeros. Algunos se quedan en la zona como si se tratara de conquistar nuevamente el territorio, algo que intentaron hacer los Estados Unidos aquí mismo en Samaná, hace ya mucho tiempo.

Una de las cuestiones más debatidas en algunos círculos, lo constituye la intención de las potencias en apoderarse de esta zona, que es mágica y bella. Hoy tenemos una zona cuidada o descuidada, no sabemos cómo catalogarla, pero siempre con su naturaleza que puede parecerse a un enigma donde descubres cada día algo nuevo. Lo descubierto te conduce al mar, a la playa y a los manejables botes donde te llevan (nunca he ido), a ver ballenas.

Lo que nos contó Peña Batlle parece resurgir de cuando en vez pero de otra forma: una forma en la que no sabemos si debemos tener a un grupo de hombres en la puerta de una lucha por repartirse un montón de cueros y un montón de negros mientras esperan la llegada de los buques del mar que entran rápido en la costa.

Los hombres de la Tortuga tenían claro lo que hacían: hacían contrabando, y los hombres llegados de otras partes, ingleses, franceses, españoles, tenían claro lo que hacían también, a espaldas de las autoridades o con su complicidad.

No es posible que no sepamos lo que queda de esta pequeña islita que me parece magnífica como ocurre con alguna película de Jack Sparrow, los Piratas del Caribe, lugar común pero real, adicto a la entrega que uno muestra sobre el tema. Hace años, lo leímos y lo seguimos leyendo, en la pluma preclara del historiador mencionado.

Las autoridades locales y las haitianas tienen algo que ver con esta zona, tiene más de 20,000 personas, que hoy vemos en un mapa diseñado de manera grotesca, como diciéndonos que es un lugar todavía extraño y extraviado, que no es cierto que tiene fantasmas de piratas que protestan por una negra no entregada o por un barco que no llega, que se ha ido a los confines del mar.