El Piporro no habla como norteño, son los norteños los que hablan como El Piporro, repite la gente sin temor a equivocarse; igual que si dijera que dos más dos son cuatro. Eulalio González habría festejado su primer centenario el pasado 16 de diciembre de 2021.

Por eso quiero hablar de este musicazo excepcional, que puso en lo más alto al polvoriento y lejano Norte (música de mi Norte con el acordeón y con el bajo sexto, cantaba en El Taconazo) cuya habla y vestimenta adoptó, ¿o fue al revés?

Nació en un pueblo llamado Los Herrera, Nuevo León, aunque él bromeaba diciendo que era de Perros Bravos. De niño vagó por toda la zona fronteriza, las chulas fronteras, como dice otra de sus canciones, por el trabajo de su padre y luego de estudiar contaduría pública y estar reporteando en un periódico de Monterrey, se fue a la capital a “probar suerte”. La diosa fortuna lo puso a trabajar en una radionovela, dándole “voz” a un personaje llamado Piporro, que auxiliaba al protagonista Martín Corona.

La radio-historia fue tan exitosa que dio lugar a un par de películas con Pedro Infante y la bellísima Sara Montiel. De esta forma, don Eulalio empezó a ser el padre de todos los norteños habidos y por haber.

Él cantaba distinto, metiendo comentarios llenos de ingenio en las melodías. Algunos aseguran que ese estilo se lo copió a Pedrito. Si así fue, sin duda lo mejoró. Yo andaba por los catorce o quince años cuando mi papá puso un casete suyo en el carro y lo escuché por primera vez: “Don Baldomero estaba rico, tenía tres hijas, hasta que llegó un vaquero…”. Va otra, la de  El Párpado caido (sin tilde), personaje que siempre dormía y que nos recuerda a los diputados, que no dejan de bostezar en sus curules, arrullados por tabletas y celulares. El Párpado era soltero: “Despierto no se le ha visto con ninguna muchacha, pues si nunca ha despertado, pero que dormido sueña con todas, eso dicen…”, cantaba con malicia.

Sus canciones, de tan pegadoras, fueron llevadas al cine, como El Tragabalas o El Terror de la Frontera. Una de las más memorables, de las casi ochenta en las que participó, es La Nave de los Monstruos, donde encarna a Laureano, un Jedi con sombrero (tejano). Va el resumen: El protagonista abusa de la exageración al contar sus aventuras y nadie le cree cuando ve aterrizar un cohete espacial, al mando de dos guapísimas venusinas.

Ana Bertha Lepe y Lorena Velázquez, dan vida a estas lindas alienígenas y obvio, las dos caen rendidas ante su bigotudo encanto y quieren llevárselo de vuelta a su planeta, donde hay un problemón: los machos alfa y similares, se han extinguido y ellas tienen la misión de salvar a la raza…

El argumento fue escrito por el argentino José María Fernández Unsain, quien años después sería el esposo de Jacqueline Andere y la dirección corrió por cuenta del también originario del norte, Rogelio A. González Villarreal. Nadie, o casi, le dio importancia ni crédito al film, salvo los de la Cinemateca de Londres, que guardan celosamente una copia, según apunta Julia Santibáñez. Es más, no me extrañaría que George Lucas se haya inspirado en Laureano para concebir a Han Solo. ¿Es demasiado tarde para reclamar una compensación?

En esta cinta, la ciencia ficción no sólo se codea con la música y el humor de Piporro, sino con los vestuarios kitsch y faltos de presupuesto de la época, a inicios de los sesenta. Monstruos intergalácticos que parecen todo menos eso: un hombre lobo ciclópeo; un oso de cuatro brazos, que sólo puede mover dos; un enano cabezón con el cerebro a la vista; un robot de hojalata falto de flexibilidad…

Lorenita Velázquez no soporta haber perdido a Laureano, que se queda prendado de su compañera  y supone que las penas de amor se borran con desfiguros megalómanos: “Dominaré este planeta débil y hermoso”, amenaza. Los monstruos aludidos, que iban a servir, como el mexicano, para la repoblación de Venus, le van a ayudar en su macabro propósito, claro, si nuestro mexican cowboy los deja…

Otra película entrañable aunque menos arriesgada (no hay extraterrestres ni el mundo corre peligro) es la que realizó con María Félix: La Valentina. La historia sucede durante Revolución Mexicana y nuestro norteño consentido se dedica al “decente” negocio de vender armas, hasta que le encargan que se robe a una muchacha, rica, guapa, de la que, ¡oh sorpresa!, terminará enamorándose.

En una entrevista, Don Lalo asegura que él es el único que le ha "sonado” de veras a la Félix y para aderezar la anécdota, la imita: “Pégame fuerte para no hacer la escena dos veces”. Estoy segurísimo que dicha confesión la hizo cuando la Doña ya no vivía, pues la furia de de la sonorense lo hubiera raspado. Ella, se sabe, no se dejaba de naidenn…

Piporro también fue de los primeros en abordar el tema de la migración a los Estados Unidos, mucho antes de que se tratara en el cine, la música o la literatura. En efecto, en 1964 protagoniza la película El Bracero del Año. Por supuesto que tanta seriedad debía aligerarla con dichos como este: “Tengo un pie de un lado, el otro en el otro lado y los dos en ninguna parte” o con personajes como Natalio Reyes Colás: “En Tamaulipas nacido, pelado fino y audaz, del Río Bravo crecido, cruzó sin mirar pa’tras” quien una vez adentrado en territorio gringo, se transforma en Nat King Cole.

En fin, no se puede cubrir su brillante trayectoria en un par de cuartillas, así que para concluir, me permito citar al excelente texto de Carlos Díaz Barriga. Agustín Lara le deja una nota, ¿de admiración, de amistad, una cifrada invitación a beber?, Eso sí, resulta premonitoria: “Piporro, bailemos la Redova por todos los siglos de los siglos. Amén”.