Roberto Fernández Retamar, poeticus

En junio de 2016, cuando un primo lejano de Boris Pasternak, casi ciudadano de nuestro país, me invitó al Hotel Karibe, observé con gran preocupación la evolución arquitectónica de los edificios hacia la cima de la colina. El paisaje verde desaparecía, con una sorprendente puntualidad. Aquel viernes, estudiaba lo que quedaba de Pétionville, con la mirada de mis palpitaciones. El mito se había marchado ante una realidad implosiva. La semana anterior, dos ladrones sonrientes robaron a una señora a pocos centímetros de la entrada de la jefatura de policía. Con sus calles siempre abarrotadas de gente, como otras zonas de la capital, Pétionville vive a menudo momentos de inseguridad como en otros lugares.

Con solo observar el diario tránsito entendemos rápidamente las estadísticas ocultas de delitos indescriptibles.

Nunca supe por qué decidí hacer de mi amiga Dorothy una duquesa. En aquel momento aún era posible soñar, a principios de los años 80. En Stephanie pensaba, tarareando en silencio «[…] lo que queda de nuestros amores…». Me ayudó a elegir las mejores películas, durante y después del embargo (1992-94). Entre ellas, La lista de Schindler, La señora Doubtfire, Forrest Gump. Algunas casas conservan su encanto de antaño. Hasta mediados de los 90 todavía era agradable ir a charlar con mi peluquera, Amalia, y pasearnos por Pétionville perfumada por jardines que parecían eternos.

Parece imposible tratar de entender con los ojos del corazón o de la razón los sorprendentes fenómenos demográficos y sus consecuencias. Por esta misma carretera de Grégoire, donde residieron Léon Laleau, Emile Roumer, Roro Mayard, donde también estreché la mano del cubano universal Roberto Fernández Retamar, en la casa del poeta Georges Castera, pregunté a una personalidad sobre el estado presente de las letras en Petion-Ville. No hubo respuesta. «En la situación actual de las relaciones políticas de Haití con el exterior, la prudencia impone el establecimiento, en un lugar seguro, de depósitos para recibir los archivos públicos, el material de los arsenales y los comercios del Estado y, sobre todo, para preparar un asilo favorable para transportar allí, si es necesario, la Capital.» (Del mensaje de Jean Pierre Boyer del 15 de septiembre de 1831, relativo a la votación del proyecto de ley para la fundación de Pétionville).

El proyecto se llevó a cabo el 23 de septiembre de 1831, «en memoria del ilustre fundador de la República», Alejandro Pétion. Entre las personalidades dominicanas que se alojaron en Pétionville se encontraba Monseñor Adolfo Nouel. Visitó el lugar en varias ocasiones. Su madre murió en Pétionville (Fuente: Gérard Jolibois, álbum 1981).

Entrada del hotel Kinam 1, por GM

Hace unas décadas, un paseo por Pétionville era como tomar el avión para alejarse de Port-au-Prince. Aquel Pétionville de los 70 era sinónimo de tranquilidad y limpieza urbana. En la actualidad, y desde hace unos diez años, el lugar ha adquirido una dimensión francamente aterradora, agresiva y compleja.