Querido y anónimo hermano:

Quizás no tengas tiempo para leer estas palabras que nacen de un corazón atormentado quizás entre la prisa de los ordenadores, la Inteligencia Artificial [IA]    y las noticias deportivas no encuentres un hálito de vida, un momento de sosiego, para ver que quien te escribe, irremediablemente es parte de ti aunque hayamos nacidos de cuerpos diferentes.

Yo entiendo que la vida es tan breve, reconozco que su ritmo es tan vertiginoso, que cuando yo termine de garabatear estas notas casi insulsa, habrá muerto de desnutrición miles de hermanos en las ricas tierras de Sudáfrica. Otros tantos, cuando termine este párrafo, estarán condenados a muerte por epidemias o muriendo en el camino hacia otros territorios, huyendo de sus tierras sin otra razón que ser víctimas del genocidio por parte de sus propios hermanos.

Ahora mismo, somos un producto fantástico de la ciencia y de la cibernética, hemos domado el caballo de la tecnología y arrodillado el átomo a los caprichos de las maquinaciones. Hemos roto las barreras que dividen lo real de lo virtual   y sin embargo miro a mi alrededor y no encuentro la risa de los hombres; hemos dejado en un tramo del tortuoso camino del género humano, el encanto que tiene la ilusión y la inocencia, únicas llaves para llegar a la esperanza.

No quiero perturbar el rumbo de tus días ni el ritmo de tus cosas, pero nuestra relación tiene más dos mil años cumplidos y aún tengo tantas preguntas sin respuestas. Hay tantos ríos que nacen de la vida y mueren sin encontrar sus justos cauces, tantos surcos tendidos a los sueños y pocos hombres que quieren ser semillas.  Tenemos tantas páginas en blanco en el libro de las realizaciones, tantas ventanas abiertas a las miradas limpias de soñadores nuevos, hay tantos horizontes suspendidos en las alas pavorosas de nuestras utopías, que me animo a escribirte estas palabras para pedirte que apostemos a la vida.

Que, a pesar de las guerras, apostemos a la inocencia de la rosa, que, a pesar del horror y la tortura, apostemos al amor y a la poesía, que, a pesar del genocidio, el engaño y las trincheras, apostemos a la verdad y a la vigilia.

Quiero pedirte en nombre de todos los que compartimos el amanecer de esta mañana, que, a pesar del odio y las fronteras, apostemos al abrazo y a la danza, que a pesar del dolor y de la inquina, apostemos al amor y a la ternura. Y, sobre todo, hermano, que, a pesar de la encrucijada de unos pocos, apostemos entre todos a la vida.