Los visionarios altruistas han siempre soñado con la unidad para alcanzar el pleno desarrollo de la sociedad. Con ese propósito aquí se han usado términos como “proyecto de nación”, “gobierno de unidad nacional”, “visión de nación”, “agenda nacional” y “estrategia nacional”. Como tales aspiraciones nunca se han concretizado, ni mucho menos logrado los resultados esperados, el reciente llamado del Listin Diario por la “concordia nacional” despierta escepticismo. Pero hoy la coyuntura parece propicia para lograr éxito con una fórmula adecuada de concertación.
Desde tiempos de Conchoprimo se vienen firmando aquí pactos políticos que no se cumplen. Los únicos “pactos” que aquí han dado resultado son los electorales sin compromiso programático. Casi siempre se han materializado entre partidos políticos (“Por la Democracia”, “De las Corbatas Azules”) y/o organizaciones de la sociedad civil. El común denominador de estos acuerdos ha sido el afán por alcanzar el poder, no necesariamente gobernar para desarrollar al país. Lo programático de esos acuerdos ha sido una retórica hueca de grandilocuencia demagógica.
El único acuerdo puramente desarrollista se concretizo en la “Estrategia Nacional de Desarrollo 2010-2030”. Pero ese caso fue “nacional” solo porque se oficializó mediante ley del Congreso, no mediante una conjugación de propuestas plurales. El documento correspondiente y el gobierno que lo prohijó aspiraban a una cohesión social ecuménica y un respaldo monolítico a sus prescripciones. Pero de los tres pactos que prescribía la Estrategia –educativo, eléctrico, fiscal—solo se firmaron los primeros dos para luego flaquear en su ejecución. El fiscal fue un natimuerto.
Del llamado del Listin, sin embargo, podría germinar una plausible concertación por las especiales circunstancias en que se encuentra la nación. La renuncia anticipada del actual presidente a una posible repostulación en el 2028 crea un clima de tranquilidad partidaria y una paz social excepcional. En adición, los principales lideres de los tres partidos mayoritarios –PRM, PLD, FP—han ocupado el solio presidencial y, en consecuencia, son lideres maduros capaces de cooperar para buscar los verdaderos consensos.
A esto se añade la recomendación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para que el país adopte una nueva estrategia de desarrollo. Tal estrategia debe “garantizar el crecimiento sostenible, inclusivo y resiliente” sobre la base de tres pilares: “acciones para el bienestar de la gente, compromiso público-privado, y modernización de sectores estratégicos.” El BID señala que entre los grandes desafios figuran el bajo incremento en la productividad, el rezago en materia de educación y salud primaria y la limitación del gasto público en la inversión, siendo los ingresos del estado uno de los más bajos de la región.
Independientemente de lo certero que pueda ser ese marco diagnóstico, sus alcances son holísticos y requeriría de una estrategia integral para lograr los mejores resultados. En opinión de quien esto escribe, sin embargo, la razón fundamental por la cual han fracasado los pactos o acuerdos anteriores es precisamente por la dimensión y ambición de la agenda. En la actual coyuntura no sería aconsejable que el acuerdo por la concordia tenga esas características. Dado el limitado tiempo que le resta al actual periodo de gestión presidencial, lo ideal sería que el acuerdo se haga sobre unos “mínimos alcanzables.” Porque los actores políticos cambiaran, no es aconsejable aspirar a más.
Repetir el modelo holístico que ha prevalecido corre el riesgo de que la iniciativa naufrague. Fue por lo ambicioso del paquete que presento el presidente Abinader al Consejo Económico y Social al iniciar su primer periodo de gobierno que no se logró el éxito buscado. Actualmente, existen por lo menos diez áreas sociales y económicas que requieren intervenciones decididas: seguridad social, reforma fiscal, gasto en salud, mejorar la educación, protección social, reforma policial, migración ilegal, sistema eléctrico, deuda quasifiscal del BCRD, prioridades de infraestructura y seguridad vial. Hay más intervenciones requeridas, pero las mencionadas constituyen tremendo desafío para cualquier gobierno.
Pretender avanzar en la solución de todas estas problemáticas en los tres años que le resta al actual periodo presidencial es iluso. Intentar avanzar al unísono en todos esos frentes es políticamente inviable. La gerencia política deberá permitir que cada partido ejerza proselitismo y que parte de este consista en enfrentar con críticas al gobierno en algunas de los desafíos. Por eso como “mínimo alcanzable” se propone aquí que el pacto o acuerdo por la concordia se limite a cuatro de las áreas: salud, educación, protección social y sistema eléctrico. Despolitizar la gestión gubernamental en estas áreas debe ser el mantra del compromiso político de los tres partidos. Y solo con un pacto político se podría lograr esa ambiciosa meta.
En primera instancia el edificio de la concordia nacional debe comenzar a construirse con el compromiso de los tres líderes de no repostularse más como candidato presidencial. Dos de ellos habrán ejercido el solio presidencial por ocho años cada uno, mientras Leonel cubrió tres periodos. Con esa renuncia anticipada se mandará el mensaje de que se busca una renovación de la clase política a la vez que se pretende avanzar en el desarrollo de la nación con el pacto de la “concordia nacional”.
Tal compromiso sería una bocanada de aire fresco para nuestra partidocracia. También sería un llamado para que las respectivas militancias se dediquen con ahínco a hacer oposición en las otras áreas que queden fuera del alcance propuesto para el acuerdo. La clave para que en esta ocasión la concordia pretendida se corone con éxito es precisamente que los partidos puedan, individualmente, aspirar a alcanzar el poder mediante las elecciones del 2028. La limitada concertación propuesta es la fórmula para que la concordia tenga éxito sin detener el proceso político de la búsqueda del poder. Así se garantiza también la paz social.