En las pasadas elecciones tenía mucho interés en ir a votar. Como tengo algunas condiciones tenía mis dudas, ya que éstas coincidieron con la fatal pandemia de la COVID-19.

Para tener la anuencia de alguien muy cercano, llamé a Juan Luis Lebrón, joven médico diabetólogo y nutriólogo, quien es amigo de la niñez de mi hijo menor y compañero de estudios en el Politécnico Loyola. ¿Quién mejor que él para darme una certera opinión sobre lo que más me convenía?

Su opinión fue: “Elsita, quédate en tu casa, disfruta esas votaciones desde la televisión y celebra el triunfo según creas”. Mi hijo mayor también me dio la suya: “Mami, si es por tu voto que va a ganar, entonces que pierda, así que llévate de Juan Luis y quédate en tu casa”.

Me alegro de no haber ido a votar, porque como está marchando todo, no me está gustando.

En primer lugar, por quienes aupé para que ganaran, me han decepcionado, suerte que no voté, porque hoy estaría dándome golpes en las paredes, del pique.

Por otro lado la COVID-19 sigue acabando y según he escuchado al gobierno le cuesta muy caro el poder solventar los medicamentos para combatir la pandemia, los test para diagnosticar también son caros y el costo de las ausencias del personal laboral tanto público como privado, ni decir.

De acuerdo a lo que informa la prensa, muchos países no dejan entrar los cruceros a sus territorios como prevención de contagio, sin embargo, en el nuestro llegan a diario cantidad de ellos y con contagiados a bordo, probados.

Mis preguntas: ¿Es más importante el rescate del turismo y la economía que la salud del pueblo? ¿Compensa el dinero recaudado en el incremento del turismo con lo invertido en salud? ¿Quiénes son los beneficiados, los empresarios turísticos?

¡Vaya usted a saber!

En otro tenor, como dirían los esnobistas, nuestro congreso deja mucho que desear.

Del código procesal penal poco sé, a no ser lo que escucho que comentan los periodistas y analistas de noticias, pero eso me da una idea sobre lo que quieren legislar.

Por ejemplo, los padres tendrán carta blanca y podrán castigar a los hijos poniéndolos al “tetero el sol, jincaos en un guayo y con una piedra en la cabeza”, es una forma de disciplinarlos. Eso me recuerda a una familia cristiana que conocí. Me encontraba de visita en una casa y de momento escuché unos gritos en el baño, me dijeron que estaban disciplinando al niño con un palito que terminaba en unos flecos de cuero, objeto proporcionado en su iglesia, por cierto, muy grande y muy rica. Me estremecí solo de escuchar los lamentos y alaridos del niño.

También he escuchado que los maridos son los dueños únicos de sus mujeres, que pueden hacer uso de ellas cuántas veces quieran, en el lugar que quieran y a la hora que consideren. Llegar borrachos a la casa y decirle “quítese la ropa y vamos pa’ la cama”, no considerarla persona, sino objeto de su propiedad y esto no ser considerado violación.

Otra cosa que he escuchado y que aparece en ese código y que algunos legisladores propulsan por su aprobación es que los guardias sean procesados por ellos mismos, sus compañeros. Dice un dicho, “las clases no se suicidan”, saque usted su conclusión.

Por último, he escuchado también sobre la prescripción de la corrupción. El tiempo pasa, lo robado al Estado se incrementa con intereses acumulados del corrupto, teniendo la certeza de que podrá disfrutar impunemente de los bienes sin que nadie pueda rescatarlos y devolverlos al pueblo a los que pertenecen.

Y tienen que haber muchos entuertos que desconozco, pero de esos son los que más he escuchado.

¡Qué políticos y legisladores nos gastamos!