El 1 de febrero, a las 7:11 a.m., el pánico primó en República Dominicana ante el sismo de 5.2 grados Richter, con epicentro en el mar Caribe y 16 kilómetros de profundidad, a unos 30 kilómetros al sur de Matanzas, provincia Peravia. El remezón venía de una ruptura de una porción de la falla Los Muertos.
Las horas siguientes en el ecosistema mediático se agotaron en ironizar con reacciones instintivas de periodistas e invitados en programas televisuales y radiofónicos, relatos callejeros, presentación de primeros planos de grietas en paredes, protagonismo y presagios sobre la cercanía de un gran desastre, un terremoto superior a siete grados.
Lo anecdótico ocupó los discursos mediáticos hasta que la política estilo RD retomó su imperio, y llegó la derivación de culpas.
Las conductas escenificadas tal vez sirvieron de catarsis ante la impotencia de una sociedad carente de las herramientas para conocer, soportar y mitigar el impacto de eventos de la naturaleza.
Pero, periodistas y hablistas de medios tradicionales y nuevos no deberíamos pasarnos la vida de cuento en cuento, faranduleando y evadiendo responsabilidades particulares con tema tan serio. Menos exagerar hasta el colmo de posicionar el morbo sobre la razón. Con la banalización aupamos la ignorancia y reforzamos los riesgos que corren las comunidades.
Cada quien debe asumir su responsabilidad. La sabiduría popular enseña que “grano a grano se llena la gallina el buche”. Y la tierra no pide opinión para sacudirse; lo hace porque es su naturaleza, no porque aguarde un plan contra los humanos.
La apuesta nuestra debería ser por la contextualización de los hechos, el destierro de la revictimización y de la cosificación de las personas para sacar provecho personal. Por la construcción de relatos despejados de amarillismo y sensacionalismo que sirvan a la sociedad para adoptar decisiones correctas.
Esa práctica debe de ser sostenida, con actitud educativa, antes, durante y después del sacudón. Aquí no cabe el afán por la famosa primicia que tan riesgosa resulta. Mucho menos el infundir miedo porque este no es recurso de aprendizaje sino de ocultamiento de la realidad; por tanto, retardador de cambios positivos respecto de movimientos telúricos.
Esto sería imposible, sin embargo, si de entrada no dominamos conceptos básicos sobre tales fenómenos y la vulnerabilidad de la sociedad.
Sobre todo, si desconocemos las reglas para comunicar sobre tales eventos y contribuir a la construcción de una cultura de prevención.
Las debilidades conceptuales y la inconciencia en el tratamiento informativo de los riesgos, impactan brutalmente a una sociedad a la que le han sustraído el derecho a estar informada oportunamente con veracidad, sin vericuetos técnicos. Y los temblores de tierra evidencian esas falencias cada vez que ocurren.
Nuestra propuesta es que afinemos la comprensión de los términos: sismo, seísmo, movimiento telúrico, temblor de tierra, terremoto, maremoto, tsunami; escalas Richter y Mercalli; epicentro e hipocentro; intensidad (objetiva y subjetiva), réplicas, placas tectónicas; magnitud e intensidad; ondas sísmicas S y P; sismógrafo, sismómetro, terremotos menores, medianos y grandes, normas para construcciones sismorresistentes.
Entender la sismicidad de la isla y que tales eventos no son desastres naturales en sí. Los desastres son hechura del hombre, por las malas edificaciones, y del Estado irresponsable que permite todo y facilita amnistías para malas construcciones. El reportaje “Los edificios que nunca debieron derrumbarse en el terremoto de Turquía” contiene una gran lección.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-64576935.
Las reacciones de la tierra nada tienen que ver con pigmentación de piel, ni razas, ni religiones. Mucho menos son castigo de Dios por malos comportamientos de los humanos, ni tienen que ver con la temperatura en la superficie (más frío, menos frío).
Las 14 placas tectónicas de la isla son como marcas genéticas que predisponen a los terremotos. No las podemos borrar, como no podemos borrar los genes que nos hacen propensos a sufrir diabetes, cáncer, infartos, demencia, aunque sí podríamos adoptar conductas preventivas que retrasen o apacigüen el efecto de tales patologías.
Necesitamos comprender que las alarmas de Tsunamis (grandes olas) se disparan con un sismo superior a 7, epicentro en el océano (maremoto).
Meternos entre ceja y ceja que los rumores, la desinformación y la bulla discursiva solo contribuyen a incrementar en la gente las reacciones irracionales que conspiran contra ella misma. Y que el primer deber nuestro es consultar las fuentes oficiales (Sismológico Nacional, COE) y cerrar las puertas a la especulación.
Solo recordar cómo el rumor sobre un maremoto, difundido de boca en boca tras el huracán George del 22 de septiembre de 1998, provocó que los capitalinos se despertaran de madrugada y, muchos en ropas menores, corrieran en cualquier dirección, incluida la ruta hacia el malecón, para ser testigo de la venida de las grandes olas.
Abonaron el terreno a la mentira, el estrés social provocado por el fenómeno hidrometeorológico y el descreimiento parido por mal manejo de la información sobre la trayectoria del ciclón a territorio dominicano por parte de la autoridad de la Defensa Civil.
Es mucho lo que podemos hacer por la comunicación de riesgos, por la vida. Solo hay que entenderlo y cambiar. El miedo tendrá menos espacio.