George Horace Gallup, periodista, estadístico, sociólogo y empresario, pionero en medición de audiencias en radio y televisión y de encuestas electorales, murió en 1984, a los 82 años, a causa de un infarto al miocardio. Pero este fundador del Instituto de Opinión Pública de Estados Unidos (1935), vivió suficiente para observar recurrentes errores en la metodología de investigación de masas sociales, fraudes a granel en su ejecución y manipulaciones discursivas a partir de los resultados.

Al terminar el primer cuarto del siglo XXI, los estudios de opinión electoral se han perfeccionado y son recursos obligados para el diseño de estrategias políticas en tiempos de elecciones.

A la par, sin embargo, sectores han potenciado la falta de ética en su abordaje, desde el diseño hasta la interpretación de resultados, para acomodar cifras a su conveniencias. O mejor, le han pasado rodillo a la ciencia, poniendo en juego al credibilidad. República Dominicana no escapa a esa realidad global.

Entendible que políticos apelen a esta práctica reprochable. Que articulen retruécanos con máscara de rigor científico. Ellos mismos alegan que en política “se dice y hace lo que conviene”

Inaceptable, criminal, es, sin embargo, que esa marrullería la practiquemos nosotros, los periodistas, o cualquier persona que habite el ecosistema mediático con el inadecuado apelativo de comunicador.

Nuestra responsabilidad sagrada es servir información contextualizada y veraz a la sociedad para que adopte decisiones oportunas en la cotidianeidad. Eso conlleva de entrada un proceso de investigación con apego a la ciencia. Y la ciencia no juega a la mentira; no miente con estadísticas.

Robarle a la gente el derecho a ser informada a tiempo y con veracidad, o, por desconocimiento, bombardearle información incompleta, es una conspiración contra el colectivo, que se traduce en empobrecimiento mental, económico y social.

No obstante, muchos adictos al dinero nunca reparan en la sociedad. Relajan los mandatos de la Estadística y las Ciencias Sociales para hacer encuestas electorales y adoban los resultados retorcidos con campañas sucias a fin de redireccionar actitudes en las urnas.

El periodista ético jamás duda sobre la opción a seguir ante el dilema de la tentación de dinero rápido, o los intereses de la sociedad a la que sirve en tanto mediador. El negociante disfrazado de oveja se desvive por la primera opción y, camuflado de informador responsable, teatraliza en busca de persuadir con mentiras a los públicos.

Con un sondeo de opinión electoral en las manos, el periodista socialmente comprometido determina calidad y credibilidad de la encuestadora (sus dueños, historial, patrocinadores), aplicación del trabajo de campo y supervisión, fecha en que se realiza.

Determina si se ha usado el universo correcto y si la muestra declarada se corresponde con la usada en el terreno; si ha sido bien estructurada, estratificada y proporcionalmene distribuida conforme las poblaciones de votantes.

Una muestra no necesariamente es más precisa por ser más grande, ni puede ser equivalente al universo o población, si no ha sido bien construida. Hay que determinaarlo mediante fórmula. La misma operación estadística con el intervalo de confianza, el margen de error y los indecisos, que siempre deben ser prorrateados entre los partidos y candidatos.

La ficha técnica debe contener toda la información que necesita el usuario.

La recolección de opiniones sobre partidos y candidatos en radio, televisión, Facebook, Tuíter, Instagram, Thread y otros medios electrónicos han de llamarse consultas electorales, no encuestas. Representan sólo las percepciones al momento de las personas consultadas.

En el tráfago político actual, los estrategas del Gobierno luchan afanosos por revertir las opiniones negativas sobre la gestión, para evitar que -en las elecciones de febrero y mayo de 2024- éstas se conviertan en actitudes (decisiones de votos en contra).

La oposición oraliza, en cambio, para que las opiniones negativas sobre el gobierno y el oficialista Partido Revolucionario Moderno se traduzcan en actitudes a su favor.

El rol del periodísta comprometido con los intereses colectivos es estructurar su narrativa a partir de los productos hechos bajo los patrones de la ciencia y la ética. Ser íntegro, trabajar con apego a la verdad, aunque nadie le vea, aunque duela.