Después de vivir la mitad de la existencia, o quién sabe si muy próxima la muerte, ¿qué nos queda? Si pasamos balance y miramos hacia atrás, es decir, el tránsito de nuestra vida, y nos proponemos buscar en la memoria, es posible que esta nos traicione. Es preciso ser sinceros y prestos.
Colocar todas las cartas de nuestro accionar en la mesa del pensamiento nos permite darnos cuenta de las buenas tareas cumplidas, las de valor, pero surgen también las que nos avergüenzan o quisiéramos esconder. Debemos ser honestos. En definitiva, nadie nos vigila o sentencia; estamos ante nuestro yo.
Esta reflexión abre la posibilidad de que exista un gran lastre de episodios. Vivencias hermosas, celebraciones, fortuna, felicidad, pero además tristezas y maldad. Nos viene a la mente el asunto del perdón. No queremos dejar nada pendiente cuando abandonemos el plano terrenal.
La sociedad misma puede ser que nos imponga la penitencia, que nuestros iguales se acerquen y nos lo enrostren, o que también nosotros pensemos en la condena de Dios como castigo por no perdonar. ¿Somos conscientes de la falta, o es necesario el perdón como realización de la existencia?
¿Qué hacer entonces ante esta disyuntiva? ¿Sabemos que quiere decir perdón? En la mediana edad, siento el llamado de la conciencia en retrospectiva. Hurgar en esta acción de mirar hacia atrás me lleva a serios cuestionamientos. Lo primero es que nos estructuran con la etiqueta de que debemos perdonar.
Al recordar la niñez, me viene a la memoria que el arrepentimiento es un signo de buena educación. Excusarnos por todo desde edades tempranas es la norma. Entonces, asimilamos la libertad de poder hacer cualquier cosa impropia, para luego recurrir a la gran ¡salvación!, poder decir ¡perdón!
El castigo es la consecuencia para quienes no se ajustan al patrón establecido, y quedar mal es la marca, o el qué dirán si no lo hacemos. Evidenciado esto, la educación general debería enseñarnos a evitar las acciones que propicien la excusa o el perdón.
El que perdona con facilidad invita a la ofensa. Pierre Corneille, Cinna IV, 2
Andamos errantes excusándonos o arrepintiéndonos por todo. El perdón es una gran herramienta de paz y de desmonte. La usamos con total comodidad. Salimos del atolladero muy superficialmente. Tomamos la excusa como buena y válida.
La clave de la efectividad del remordimiento es el compromiso de no volver a incurrir en la falta en cuestión. El tiempo confirmará la sinceridad de la petición de perdón. Pienso que las consecuencias del remordimiento de tal o cual acción deben medirse; de lo contrario, el hecho persistirá por la parte culposa.
El verdadero lamento debe ser igual a cero. No existe perdón entre los que aman. Quien ejecuta una acción en detrimento de quien supuestamente se quiere o se respeta, no merece el favor del perdón. Es imposible ofender o maltratar al hermano, al amigo, a la madre, al padre, al hijo, o a mi semejante, si hay amor. La acción del razonamiento se hace manifiesta.
El amor es un valor. Cuida, no lastima. En el amor no hay egos. Se está en igualdad de condiciones. La reciprocidad del sentimiento nos da valía a la hora de actuar en cualquier circunstancia. No existen razones que justifiquen recurrir al perdón.
Después del perdón son infames los delitos. Lope de Vega, El piadoso aragonés, acto I.
Los eternos perdones forman parte de un círculo vicioso. Se dan de manera recurrente cuando validamos una serie de factores de personalidad, de posturas equivocadas, distorsionadas por contaminación social, mal carácter, o simplemente cuando se trata de una mala persona.
Vivimos hoy día en sociedades de papel, frágiles, volátiles, recicladas, superficiales, e instantáneas. Los roces se hacen manifiestos, ya sea de manera individual o colectiva. Sobrevienen cuando las ventajas de uno con respecto al otro son consideradas como grados de superioridad y no se manejan criterios de respeto, así como cuando enfrentamos problemas de traumas, resentimientos y complejos. La falta de valorización de ambas partes y la degradación afectiva, nos arrojan a la tabla de salvación del perdón.
No recurre al perdón de manera sincera. Tiene grados de intereses. La gente se aferra a la ira, al dolor por las metas no logradas, y procura afanosamente algún culpable de su desdicha o su fracaso. Al tener por naturaleza tal o cual condición, emerge el inconsciente tóxico de la envidia o el resentimiento provoca situaciones de ofensas sin justificaciones.
Es posible que la competencia entre iguales esté desprovista de sentimientos, y que ocurran acciones que ameriten arrepentimientos ligth. Por ejemplo, puede que mi jefe me afecte ante una embestida laboral grave, ¿estaríamos ante un hecho de perdón franco ? Puede ser que dos hermanos peleen por un sin número de cosas, y hay que resolver el impasse familiar, ¿estarían los hermanos actuando con sinceridad o por complacer? Una pareja infiel descubierta incurre en el perdón automático y justificativo, ¿podemos hablar de sinceridad?
Se suele hablar y practicar el perdón como un intercambio de palabras sencillas, como cuando uno compra una mercancía habitual en cualquier tienda. Pienso que en el arrepentimiento hay una serie de implícitos que van directo al afecto, al respeto, al amor propio, y que describe a quien lo ofrece y a quien lo recibe.
Podemos detenernos un momento para pensar en esa palabra tan significativa en nuestras vidas, quizás el arma disuasoria por excelencia y completamente evitable. Es posible que con esa facilidad de justificar nuestras dudosas acciones hagamos un hábito del perdón y de arrepentimiento.
El perdón vale más que el arrepentimiento. Más vale perdonar que vengarse, porque a la venganza sigue el arrepentimiento. León Tolstoi
Hay que estar muy conscientes de nuestra responsabilidad en el paso por la vida. Nos colocan en el mundo de repente, sin avisarnos, sin autorización, así de simple. Nos otorgan, padres, hermanos, primos, no escogemos. Pueden gustarnos o no, pero aceptar se hace imperativo.
Una condición sine qua non es querernos por consanguinidad o parentesco. Sin embargo, tenemos que aprender a convivir y descubrir caminos que conlleven desde la conciencia a empoderarnos para acceder a los valores eternos como herramientas que están al alcance, para no incurrir en faltas menores o mayores. Tener presente siempre cuál es nuestro rol universal desde el momento que tenemos introspección.
Codearnos y transmitir salud espiritual, sentir nuestros deberes inalienables y derechos merecidos, es el primer paso para producir la paz y compasión con nuestros semejantes. Lo contrario sería, cuando alguien decide desconocer o nivelar las jerarquías, cuando se ejerce el poder del ego sobre todas las cosas, sin tener miramientos de la realidad con respecto a los demás, entonces reparto todo tipo de hechos que ameritan arrepentimientos y perdones.
En otro orden, la iglesia como ente regulador, moderador y de fe, insiste con todo su poder en igualarnos como pecadores. Todos los fieles deben arrepentirse y, a cambio, serán absueltos en nombre de la fe y la religión con arrepentimiento y caridad. No importa el grado de crueldad ejercido o los males causados, todos tienen derecho al perdón.
Así practicado, el ejercicio del perdón resulta peligrosísimo cuando traspasa el umbral de la vida personal. En el caso de una acción pública y de repercusión, los liberados podrán limpiar su reputación de manera legítima, aunque moralmente será una marca de por vida, y es muy probable que se siga embistiendo almas por tener de antemano asegurado el perdón.
Para quien ofende o maltrata con hechos que pudieran ser atroces, reconocerlo es una gran disyuntiva. Un gran dilema. Los tiempos de espectacularidad y fantasía popular que vivimos hoy, centrados en los like o me gusta, así como el gran poder de las redes, la gran banalidad en la que el ego y la estupidez se han colocado en primer orden, invitan a lucir lo hipócritamente bueno y salvador, mientras se pasa por alto el necesario cuestionamiento interior. Exculparse se ha convertido en un atributo de primer orden.
Un sinnúmero de seres sin cabeza determinan qué es lo justo desde su verdad cibernética. Un conjuro de miles de dedos cómplices ponchan sus teclas, para manejar mentes que ejercerán cualquier cosa, desde humillarnos cuando quieran, faltarnos el respeto con sus mensajes, disminuir nuestra condición humana o validar cualquier arrepentimiento.
¿Quién le pide perdón a quién?, ¿quién se arrepiente? En el mundo que nos ha tocado vivir, irremediablemente tropezaremos en diferente medida con la realidad. La embestida tóxica de la estrambótica estructura social que hemos diseñado, darnos cuenta de ello y reflexionar, nos separa para que actuemos y miremos hacia adentro. Desaprender este código de ofender y perdonar, de humillar y resarcir de manera sucesiva va erosionando esa plataforma emocional que se fomenta con premisas de valores esenciales, que son los grandes eternos como: el amor, la compasión, la gratitud, la humildad, la tolerancia, el respeto, etc.
En mi análisis particular, el escuchar, tratar de que la comunicación pueda ejercer de vehículo de transmisión y entendimiento, ha sido una de las sorpresas en mi vida. Al buscar los motivos, o los por qués de malos entendidos, reconocer críticas mal concebidas, colocarlas en la mesa del diálogo, es posible que entremos en un coloquio de sordos. Nos comportamos como si fuéramos espejos, dando y recibiendo con igual intensidad (rebote).
Agraviarnos por malos entendidos es la norma. Apuesto por la decisión de tomar distancia, en paralelo, de manera pasiva y reflexiva, como primer peldaño para el arrepentimiento y el perdón en silencio. El mismo amor propio, la intuición y el instinto, persuaden de que poner un alto, rescata la situación, la comprende y mueve a perdonar desde el interior.
Pasado el tiempo, el vínculo afectivo se rompe y libera para sanar la ofensa, separar las emociones y disipar el resentimiento.
Comprenderlo todo es perdonarlo todo. León Tolstoi
Perdonar es un acto de intimidad, sin testigos, que emerge desde el fondo del convencimiento. Es una donación compasiva, sin espectáculo, sin público, sin fiesta popular, sin que siquiera el receptor del acto de perdonar se entere. Nada se espera, salvo simplemente estar conforme consigo mismo.
El templo de nuestro ser posee grandiosos espacios que tienen puertas inimaginables que conducen hacia el interior profundo del convencimiento. Allí solo habitan el amor, la paz, el descubrimiento y la certeza. Allí están las respuestas que buscamos.
La vida es más, va mucho más allá de lo que vemos y tocamos. El viaje de la meditación invita al convencimiento de que existe otra forma de vivir. Allí se hace evidente el perdón. Jesús acaso meditaba cuando pronunció estas aladas palabras: Perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34). Este pensamiento Jesús lo concibe desde la distancia y la certeza, mientras conversa con el Señor, en un estado de absoluto recogimiento e intimidad.
Cuando se aprende el valor de aquellas cosas que están más allá de dogmas, reglas y normas, y nos hacemos conscientes del poder que ejercen sobre nosotros, visualizamos las situaciones desde un ángulo elevado y hacia abajo, en picada. Se advierte que no vibramos en la misma sintonía de perspectivas, maneras y comportamientos, y se ve claro que ha llegado la hora de la separación. El ego no debe manifestarse. De la confrontación de ego contra ego no se espera nada positivo, y es nuestra responsabilidad impedir que salga de su cuartel.
No hace falta enfrentarnos al perdón con palabras, de persona a persona. La voluntad del auténtico perdón se manifiesta mediante demostraciones de compasión y caridad. Es difícil perdonar a quienes nos han perjudicado. Pero no se trata de restituir o compensar el daño, sino de comprenderlo. De dejar ir el resentimiento, asumirlo como algo que pasó, dañó, plantó marcas o cicatrices que se recuerdan con dolor, pero que, definitivamente, pertenecen al pasado, sin más.
Ser perdonados no es un derecho inalienable, o a que reciban nuestro perdón. Perdonar es dejar ir sin rencor, saldar sin odios las cuentas pendientes. Perdón según la Real Academia significa Remisión de la pena, excusa de algo inapropiado, indulgencia, tolerancia. Proviene del latín tardío per-donare, esto es: insisto en donar, en dar, en dar absolución.
El perdón puede ser un acto consciente para la venganza, pero también, un arma subliminal para dar paso al hecho y la inminente absolución, con el ingrediente propositivo de hacer el daño. Sin embargo, el arrepentimiento es visto en la Biblia como bueno y válido. Igual acontece con la justicia de los hombres, sistemas diseñados con el propósito de que los hombres recreen su inclinación al mal para luego ir ante el gran señor amo, juez, pastor, jefe, padre, madre, esposo, esposa, etc., etc., con un arrepentimiento "inocente".
La justicia, la mediadora y dadora de verdad y de derechos es la primera que viola sus preceptos, con acuerdos tácitos, La panacea de la religión, que nos asegura que todos somos iguales ante nuestro Dios, Jehová, Mahoma, Jesús, es la gran sombrilla que cubre la afrenta, sin importar el daño o la gravedad del delito o de la infracción. Nada cambia si nos enfrentamos a un psicópata asesino o a cualquier monstruo de siete cabezas.Todos somos iguales y con derecho a salvación y perdón.
Son muchos los que perdonan. Aunque son muchos los que olvidan. Madame Swetchine
Por otro lado, bajo la óptica de la razón y del amor, nada es tan importante en la sanación espiritual, como el arrepentimiento. El consciente que emana de esa energía sin palabras. Que desde el mismo ímpetu del alma brota, con calma aplomada, sin prisa, por llegar a su destino, sin imponerse, abriendo un manto inmenso de acogimiento.
El perdón está en la gramática del amor. Desde allí se produce el cambio de actitud. No pensamos en el otro como amenaza; no nos vamos al duelo, a la lucha, o a la guerra con el propósito de derribar al contrario. El recogimiento mira desde el amor propio, a partir del yo proyectado hacia los demás para la sanación, la armonía de todas las cosas y el trato humano.
Cuando se cumple esta condición, el perdón se manifiesta en toda su plenitud. El intercambio resarcido se produce como un aporte humano auténtico. Hay un perdón tácito, puro y simple, que todo lo puede sin palabras. Una correlación entre amor y perdón, así como entre egoísmo y bondad. Un abanico de posibilidades humanas que se manifiestan en oposición antagónica, y se enlazan de manera abierta y evidente.
La reflexión es el acto de darnos cuenta de la necesidad de deponer, de reducir a cero la competencia amor-odio y de renunciar a esa lucha interna de la conciencia que nos coloca de rodillas hacia lo que debe ser la humanidad. El motor que mueve a la humanidad es el Amor, y de este sentir se desprende cualquier otro que puede antagonizar o entrelazarse para la conjunción.
Tal es el caso del perdón, que realiza su arte de magia emancipadora y elimina todo resquebrajamiento, siempre y cuando venga desde el auténtico del yo.
Poner vidas en paralelo es la mejor manera de perdonar y recibir perdón. Ninoska Velázquez