«No se percatan de que los electores cambiaron de manera profunda, hicieron crisis las relaciones verticales de poder, se desmoronó la dinastía entre el emisor del mensaje político y los receptores». – Jaime Durán Barba y Santiago Nieto-.

La discusión desprendida de la lucha por el control de los espacios donde intervienen los hombres dispuestos a mejorar desde sus ópticas ideológicas y pragmáticas las instituciones del Estado. Hoy padece, por la dinámica de los tiempos y la readaptación del ser social a las circunstancias, de cambios recurrentes y constantes en esta era de la digitalización del poder y su legitimación a través de las redes sociales.

Las estructuras diseñadas para el flujo continuo de la información destinada al convencimiento de la gente, a la concentración y unificación de voluntades para la concreción colectiva de políticas comunes, han devenido en una dinámica veloz e imprecisa que deja atrás a quienes no entiendan los cambios surgidos de los diversos contextos. Eso quizá, es el germen que ha provocado la decadencia discursiva de los que ayer eran y hoy se esfuerzan por volver a ser.

Lejos de proponer una profilaxis estratégica para la correcta interpretación por parte del consumidor electoral y provocar por vías de atractivas fórmulas de conexión discursiva que influyan en las masas, se empeñan en la utilización de viejas prácticas, creyendo por error o por desinterés, que el sol enfoca siempre del mismo lado, generando desafección en los votantes por la falta visible de herramientas unificadoras que promuevan de forma natural sus postulados sobre el manejo del Estado.

Asombra y desconsuela que las actuaciones díscolas de aquellos que alguna vez, movidos como ahora por la necesidad de captar el apoyo popular, pero con los recursos públicos en sus bolsillos, importaron el mejor andamiaje comunicacional desde donde crearon los relatos casi perfectos con los que lograron cooptar el sentir de una masa social desnuda de argumentos concretos con qué derrumbar su montaña de mentiras.

Todo apunta, por las apariciones timoratas de personajes altisonantes en algunos medios de comunicación nacional, a la queja, la duda y el miedo a participar en un torneo con árbitros neutrales, reflejan una pérdida anticipada producto del nexo endeble con las aspiraciones del soberano. La máscara perfecta para ocultar la desesperación y el enfado por no tener métodos eficaces para trazar, como en aquellos días, cuando la línea recta los conducía hacia la ruta del éxito en los procesos electorales.

Decir nombres o mencionar las denominaciones institucionales encerradas en sus propias cárceles, es como llover sobre las aguas del mar. Sin embargo, es imposible obviar que sus principales actores, hoy peregrinos de un viaje sin retorno, como dicen los autores ante-citados. No se percatan de que los electores cambiaron de manera profunda e hicieron crisis en las relaciones verticales de poder y apuestan a un partido y un líder cónsonos con la manera de hacer política hoy.