Narciso atravesó por entre las espesuras de los árboles, se detuvo junto a una fuente que había en el claro (…). Se quedó admirado, más encantado cada vez. Luego empezó a hablar, pero, aunque los labios de la imagen se movían, no le llegaba ningún sonido. Se inclinó entonces para besarla. Pero el agua, al moverse, despedazó los contornos de la imagen y la hizo desaparecer. Narciso se quedó perplejo (…).  – ¡Me has rechazado! – gritó desesperado- ¡No puedo vivir sin ti!  Y diciendo esto, tomó el puñal y se hundió la afilada en el corazón.  (Michael Gibson,1987. p. 125)

El neoliberalismo no solo produce desigualdad real sino virtual. Aunque aparentamos vivir en el imperio de lo igual en la red, hay diferencia de gustos en cada comunidad, en cada chat, en el mismo grupo de amigos con los que nos hemos enredado en las redes que se generan en el ciberespacio. Del gusto viene el disgusto de lo que no gusta, y aunque el “me gusta” de Facebook es positividad, no conflicto, sino ausencia de este, no significa que en el espacio real tal cosa esté sucediendo.

El sujeto que navega en el ciberespacio se enredará en las redes siempre y cuando no comprenda lo híbrido entre el espacio físico, social, cultural y el ciberespacio virtual. Este vivirá perdido en el ciberespacio, cuando en determinadas redes sociales (como Facebook) intente expulsar al otro; a los sujetos cibernéticos que no se le igualen, que no piensen lo mismo.  En esta red todo es positividad. Sin embargo, esto no sucede con aplicaciones sociales como WhatsApp, en la que un grupo de sujetos puede interactuar y se producen conflictos, intereses en juego, debates; aunque es más cerrado, aquí se manifiesta lo distinto, no el infierno de lo igual.

Para el filósofo Chun Han, la experiencia nace de lo distinto, es en lo distinto, en los encuentros y desencuentros, que se producen las transformaciones y no en la eliminación del otro y en que todos seamos iguales, en término de tener el mismo gusto, sino comprender que la “capacidad desigual para funcionar en plenitud como ser humano, la capacidad desigual para elegir una vida de dignidad y bienestar en condiciones imperantes de tecnología y conocimiento humanos” (p.53).

Vamos un poco más allá de Han, porque en la posexperiencia, también puede darse lo distinto, siempre y cuando brote de una conciencia de la experiencia por parte del sujeto y una estrategia de navegación en el ciberespacio que implique conocimiento y producción de una nueva forma de pensar y actuar en el plano de lo real y de lo virtual.

Esta capacidad desigual no ha de confundirse con la desigualdad social que se exhibe en las redes sociales, cuando una minoría de la sociedad dominicana tiene el lujo de viajar, ir a los mejores lugares nacionales e internacionales, y el resto de su población solo se queda en la espera y en la ideología de la seducción, en el “me gusta” de Facebook, en el espejismo de lo igual en lo virtual, que reproduce la moda, la frivolidad democrática- consumista – individualista, que nos hace vivir en lo banal, en la política -espectáculo, de la aceleración y la falta de proyecto societal  más allá de lo instantáneo y lo light  (Rojas,1992)  que enreda en esas redes de seducciones que se mueven en las redes sociales del ciberespacio.

En muchas comunidades virtuales se da participación, la consulta, y deviene en el plano político, en debates; los otros existen, aunque en otros espacios virtuales, están ausentes estas conflictualidades, porque hay una tipología de sujeto narcisista, que se ama tanto, que termina siendo desdichado, porque no mira el otro y lo excluye. Sus enredos en las redes son tan profundos que se cree que son el centro de estas, invisibiliza al otro, no lo escucha.

Por eso, cobra importancia el filosofar sobre educación y empoderamiento del ciberespacio, de sus redes, en las que el sujeto cibernético de formación cultural y educativa aprenda que lo virtual no significa dislocación de miradas, ráfagas de información que obnubilan el aprender a ver. Fue ese aprender a ver, que el filósofo Nietzsche explicó, la virtud como templanza y hábito repetitivo de aprender a “habituar los ojos a la calma, a la paciencia, a dejar que las cosas se aproximen a él; aprender a demorar el juicio, a rodear y abarcar el caso individual por todas partes”. Porque es de suma importancia, para “no reaccionar enseguida a un estímulo, sino tener en las manos los instintos que exhiben, que encierran”. Este proceso de ver, nos colocaría más allá del dataismo, para articularse con el aprender a pensar, al hablar y escribir (Nietzsche, 2016, p.653).

Una parte de lo sujetos cibernéticos dominicanos se encuentran enredados en un laberinto permanente en las redes, con exhibiciones por un lado y opacidad del otro, lo que refuerza una especie de síndrome narcisista, que no admite la alteridad, y expulsa lo distinto, como diría Chun Han; con la única diferencia que no todos los sujetos cibernéticos se pueden encasillar en ese tipo de práctica o funcionamiento virtual. La omisión del otro, el no escuchar, forman parte de las enredaderas o del embrollo de franja de sujetos cibernéticos, específicamente y en la que todo es positividad, con relación al “me gusta” (like) en Facebook o ese “todo de corazón” en Instagram.

Sin embargo, ante el Infierno de lo igual de esas redes de corazones, y me gusta, existen las comunidades virtuales que conforman un grupo de sujetos cibernéticos que comparten un conjunto de ideas, de objetivos e intereses, de informaciones que les permiten dialogar de manera horizontal e interactiva en un microespacio específico del ciberespacio. La participación y el empoderamiento, el aprendizaje y el conocimiento, diferencian estos tipos de comunidades de lo que es la mera Tecnología de la Información y la Comunicación (TIC).