“Toda causa justa, se convierte en injusta en el momento en que la llevamos hasta sus últimas consecuencias.”    Hans M. Enzensberger

El incremento de la violencia y el terror en sus diferentes modalidades se ha convertido en un fenómeno global con una particular estructura mimética en el lenguaje de la intención y la acción. Las diferencias culturales, los antecedentes políticos, socioeconómicos, educativos, ideológicos o religiosos se convierten en escenarios propicios para el análisis de actos delictivos, maniobras represivas y crímenes de toda índole; un reflejo de lo que acontece en  la contradicción  de la  vida cotidiana contemporánea, con posibles causas en las pulsiones emocionales exacerbadas por la  frustración, inconformidad, obsesión, dualidad,  aislamiento, control, competencia descarnada o exclusión.

Los  atentados, masacres, usurpaciones, transgresiones  y  antagonismos exacerbados  han enfatizado en sí mismos la  irrupción incontrolable  del resentimiento  como un  evento muchas veces catastrófico  en el comportamiento de los seres humanos: "El resentimiento es un auto-envenenamiento psicológico que tiene causas y efectos bien determinados. Es una disposición psicológica, de cierta permanencia, que a través de una represión sistemática libera determinadas emociones y algunos sentimientos de sí mismo que son normales e inherentes a los fundamentos de la naturaleza humana y tiende a provocar una deformación más o menos permanente del sentido de los valores y de la facultad de juicio. Entre las emociones y sentimientos a tener en cuenta, se ubican en primer lugar el rencor y el deseo de vengarse, el odio, la maldad, los celos, la envidia y la malicia". Max Scheler.

Por lo general, cuando sucede la radicalización del comportamiento, como es el caso del terrorismo, revivimos  los atentados  contra las Torres Gemelas del 11’S , 11’M de Madrid y el 7’J en Londres, el atentado al  maratón de  Boston  así como los innumerables  eventos dramáticos cercanos e interconectados  a nuestras vidas, a la historia  o compartidas por la cercanía geográfica  y virtual proclamadas en nombre de una "causa"; tragedias derivadas de  guerras civiles, dictaduras, revoluciones, fuerzas paramilitares,  guerrillas o narcotráfico son   frecuentemente acompañadas de rituales y comportamientos  de violencia extrema originadas  en  el aprovechamiento del  resentimiento individual – colectivo, o en todo caso en  el adoctrinamiento para la venganza en pos de reinvindicar una casusa "justa".

Criminalistas, investigadores y expertos en terrorismo y comportamiento criminal interpretan  las raíces y  posibles evidencias de la conducta radicalizada de las   personas involucradas en estos eventos  recurriendo a fuentes periodísticas, historia personal y familiar,  investigaciones sobre posibles vinculaciones terroristas, o  expresiones extremistas que hayan sido publicadas en  las redes sociales o cualquier medio disponible; declaraciones de compañeros de  estudios,  vecinos y familiares son   necesarias para realizar un perfil aproximado sobre la naturaleza de  este tipo de conducta.  La vida de estos individuos por lo general   transcurre  en una aparente normalidad, la mayoría de las veces sin mostrar    ningún  comportamiento extraordinario, que indique explícitamente que puedan  planificar  la muerte de los demás.

Por lo general, cuando sucede la radicalización del comportamiento, como sucede con los actos de terrorismo o de violencia  extrema  ya se ha  iniciado una  búsqueda íntima  de defensa emocional ante lo que  en  determinado momento, se considera ls "verdad". Existe una necesidad de reconocimiento y  protagonismo funesto en contra del mundo;  el ajusticiamiento de su propia humanidad los convierte en  seres imprevisibles, silenciosos e implacables,  el enemigo enmascarado de los otros. Por lo general manifiestan  dificultades para  la creación de puentes para el diálogo, la comunicación  y la aceptación recíproca;   se aferran  a  un ancla peligrosa -la  intención y la acción que justifican sus terribles victorias personales-   acompañada  de una precipitación conductual  y  de una decisión extrema que a  posteriori afectan  sus vidas, sus familias y su entorno  el  estallido de un acto vergonzoso, catastrófico y humillante para  ellos  mismos y para los demás; la mayoría de las veces con amplias repercusiones contextuales y  generacionales.

Si observamos la naturaleza de las personas con conductas agresivas mimetizadas como preámbulo de la  violencia extrema  nos daremos cuenta que muchas veces los protagonistas de  estos comportamientos radicales se victimizan y  victimizan a otros; direccionan su sentido de culpa y desafección hacia los demás;  el otro se convierte en el objetivo de su resentimiento.  Manifestaciones  conductuales de este tipo  pasan muchas veces inadvertidas por cuestiones de aceptación y aprendizaje cultural:  “soy injustamente tratado  (a)”, “no me dieron la oportunidad”, “soy una víctima del sistema”, “soy causa de los errores de mi familia”  “esta persona me ha hecho daño, yo no he hecho nada malo”, “mi jefe no me entiende”, “obedezco órdenes superiores” “era necesario su muerte” “yo mando en esta casa y tu obedeces”…., pueden evolucionar  hasta matizar todas las actitudes y el comportamiento de los  individuos en sus relaciones y acciones interpersonales.

Frecuentemente, cuando los sentimientos de inferioridad y exclusión se radicalizan tienen efectos devastadores, como los que hemos vistos en los casos de violencia intrafamiliar, difamación, acoso y persecución, terrorismo, genocidios y crímenes diversos; convirtiendo a un individuo o a un determinado colectivo,  en lo que el escritor alemán Hans M. Enzensberger designa como un problema característico de los perdedores radicales. Dada  estas  particularidades conductuales podemos observar que muchas veces y sin previamente percatarnos,  estamos frente a ellos: un matrimonio perfecto, un (a) adolescente insatisfecho (a), un(a) competidor(a),  un (a) polémico (a) triunfador(a), un líder narcisista, un (a) envidioso(a),  un(a) silencioso vecino(a), un(a) compañero(a) de trabajo, un(a) hermano(a) vengativo(a) , una supuesta víctima o los modernos sociópatas urbanos de las organizaciones y el espectáculo;  en fin todos aquellos que pueden formar parte de nuestras relaciones cotidianas  y familiares:  "Una mirada o un chiste son suficientes para herirle. No es capaz de respetar los sentimientos de los demás, mientras que los suyos son sagrados para él. Basta con una queja de la esposa, la música demasiado alta del vecino, una discusión en el bar o la cancelación del crédito bancario; basta con que uno de sus superiores haga un comentario despectivo para que el hombre se suba a una torre y ponga en el punto de mira todo lo que se mueve frente al supermercado. Y no lo hace pese a que sino precisamente porque la matanza acelerará su propio fin. ¿Dónde habrá conseguido la metralleta?  Por fin, el perdedor radical, tal vez un padre de familia sexagenario o un quinceañero acomplejado por el acné, es amo de la vida y la muerte". Hans M. Enzensberger:

A pesar de que es natural que nuestra condición humana pueda ser acometida por sentimientos, actitudes y acciones contradictorias de justicia y poder,   amor u odio,  bondad o maldad.., la  victoria  del hombre -a pesar de la ocurrencia de eventos cada vez más perturbadores y desquiciantes- será precisamente la capacidad humana de transformación, la que preservará la lucidez  y la  voluntad del espíritu sobre la fuerza y el terror;  derrotando  la identidad oculta del recurso del miedo, reconvirtiendo la intención aniquiladora del  odio  y la venganza en hábitos mentales saludables  y aprendizajes sociales que sobrestimen la vida sobre la muerte.