"De esa manera, tal vez no he contribuido a mejorar una ley o un país, pero, tal vez, he podido aportar un punto de vista nuevo, revelador, que hiciera que algunas personas se plantearan las cosas de otra forma". Fernando Savater.
Tengo, desde siempre, un abierto desencuentro con los llamados intelectuales que forman parte de capillas. Personalmente, considero incorrecto el hecho de asumir posiciones políticas coyunturales como espectáculo de comadres que admiran la vistosidad de sus atuendos. No encuentro, al menos en mi país y me cuesta lograrlo fuera de él, a casi nadie que destaque por su independencia de criterio, que tenga voz propia y sea, al mismo tiempo, muro de contención frente a las pasiones cuando éstas se desbordan. Nadie con los hombros lo suficientemente fuertes como para resistir la tentación de caer en gracia a los tentáculos del poder en sus variadas formas. Existen y parece obvio recordarlo, buenos escritores y excelentes articulistas, pero carecemos de ese elemento incomodo, huraño, lúcido, distante de los conciliábulos de moda y capaz, a la vez, de situarse por encima de compromisos grupales.
Dejo, sin embargo, claramente establecido que no me refiero a un ermitaño ni a nadie que pretenda volar sobre los tejados de su generación. Por el contrario, hablo más bien de un pensador, un escritor humilde que acepte de modo natural la posibilidad de equivocarse, que escuche con atención una idea qué se abre a un camino nuevo; una persona cuyos planteamientos no le impidan ver virtudes y defectos en un proceder distinto al propio. Adolecemos de esa pluma valiente, aguerrida y fuera de la bolsa de valores.
En ciertos casos se dan actitudes que tienden a confundirnos con un discurso altisonante y virulento, pero no debemos dejarnos arrastrar por los vocingleros de turno. Hay mucho de pantomima en esa beligerancia; de exhibicionismo rampante en la supuesta mordacidad de quienes lo intentan. Puro narcisismo y pirotecnia verbal. En su exaltación no es posible encontrar atisbo de la reflexión serena y al mismo tiempo lacerante de aquel que obliga – de modo casi inevitable – al otro a pensar y a mantenerse firme en la defensa del ser humano como una totalidad. Y puedo recordar plumas –entre algunas otras que sin duda lograron hacerlo– como la de Orlando Martínez y Albert Camus. Estamos acéfalos de cabezas propias. Todos giran en torno a un mismo círculo como viandas en el mercado. El pesimismo nos arropa y es que los mercaderes ya lo han comprado todo.
Protestar es de este modo tan insustancial que carece de legitimidad. El hacerlo, se ha convertido en una pose al menos tan importante como salir en una revista de ritmo social. Para muchos una toma fotográfica, y esta actitud no ha de sorprendernos, adquiere un valor que va mucho más allá del hecho mismo de participar en una marcha reivindicativa. Somos pequeño burgueses en el sentido más peyorativo del término. Nos deleitamos en ser comentario de salón, postal de corrillo universitario, tema de tertulia en el café. Algunos son exuberantes, grandilocuentes. La mayoría de ellos pasan la vida gritando, por un alto parlante, su ego narcisista. Otros, por el contrario, asumimos colores discretos y algo más apagados, pero todos – unos y otros – nos sumamos al concierto silencioso de no decir nada concreto ni sustancioso con la palabra.
Lo penoso es que la batalla es desigual. Existen, por un lado, quienes reproducen este estado de cosas, mostrándose en general más disciplinados y decididos en su intento por mantener todo del mismo modo que conocen; mientras el resto, aquellos que cuestionamos el status-quo del mundo que nos rodea, a menudo tendemos –y me incluyo– a montar éste en un carrusel de feria, viajando por un vacío de referentes personales, que nos impide ver lo corto de nuestras piernas.
Lo que digo puede ser considerado, sin duda por muchos, puro sacrilegio, pero sostengo abiertamente que, en República Dominicana y en el mundo en general, el momento actual carece de referentes válidos, sin dejar de lado por supuesto a un puñado de honrosas excepciones. Son cada vez más necesarios pensadores desafiantes, sagazmente valientes y decididos que sean capaces y se atrevan sin miedo a compactar, a través del pensamiento, la unidad de acción. Y lo grito a los cuatros vientos, solo por ver si se produce un movimiento tectónico que saque a flote algún que otro individuo –lúcido y aún oculto– que aporte algo de luz a este mundo arropado por la neblina.