En la celebración de la reciente Navidad tuve la oportunidad de conectar a los amigos Mario y Arístides con el gran empresario dominicano Pepín Corripio. Ambos me cuentan que concluyeron su vida laboral luego de cuatro décadas en funciones ejecutivas en corporaciones privadas y en organismos internacionales, respectivamente.
Es ahí que los vinculé con Pepín Corripio, quien no los conoce, pero que es a personas como ellos que tiene en cuenta cuando en discursos de graduación o entrevistas advierte sobre la excesiva y peligrosa promoción del emprendurismo.
Esos consejos los escuché del mismo Don Pepín cuando fue el orador invitado en la ceremonia de graduación donde recibí el título de licenciado en Derecho en el 2017. El resumen de su mensaje es éste que, obviamente, no es textual ni captura su particular sentido de humor en pulverizar la manía de inculcar a los jóvenes que la meta es emprender en el corto plazo porque ser asalariado es un estigma o anatema.
“No se lleven de los que piensan que la meta al graduarse es ir a trabajar por unos años, ahorrar y luego pasar a desarrollar tu propia empresa, ser tu propio jefe, un paso que dará satisfacción no importa el resultado. Si todo marcha bien, perfecto; si las cosas van mal, no importa porque tus errores te sirven de enseñanza.”
“No”, advierte Don Pepín, “Es mejor aprender de los errores de los demás que de los tuyos, porque caer y levantarse puede ser pelea de un solo round en un país donde rebotar de una quiebra es complicado.”
Un discernimiento acertado sobre sus palabras es que trabajando como asalariado, en relación de dependencia, es posible hacer una carrera profesional exitosa, vivir adecuadamente en el presente y ahorrar para el retiro. La clave es contribuir con el proyecto de empresa donde el peso de la incertidumbre recae en el dueño del capital.
¿Cómo? Por supuesto que mostrando niveles de productividad y eficiencia donde no hay sustituto a mantenerse al día con las competencias requieren las responsabilidades, un proceso que permitirá aprovechar las oportunidades de ascender en la empresa o en otras donde sus servicios sean mejor valorados.
Ese es exactamente el camino por el que se decidió Arístides Ramírez en su trayectoria por empresas de primera categoría en telecomunicaciones, comercio, banca y hotelería. En este último sector concluyó su carrera laboral con una empresa extranjera de importantes inversiones aquí y en países del área.
Generó sus flujos de ingresos siempre como ejecutivo asalariado recibiendo compensaciones que comparaba con referencias obtenía de sus pares porque, me comentó, “soy de los que siempre estuvo consciente que el arbitraje salarial no es un asunto que se debe dejar solo a los jugadores de pelota. Y eso lo aprendí desde mi primer buen empleo, después de regresar de estudiar, del que salí por las medidas de reducción de gastos en una multinacional. La movilidad de los contratos laborales es, en realidad, una bendición.”
Esa puerta giratoria le permitió terminar su carrera en hotelería con una empresa de las líderes y con activos reales y financieros para un retiro tranquilo, disfrutar sus nietos y administrar su tiempo. Todo logrado en base a una relación de dependencia con los emprendedores donde pudo encontrar la mejor apreciación de la combinación de sus competencias técnicas y de algo que es genético: su sentido de humor y capacidad para generar empatía que es oro de 24 quilates en las relaciones laborales.
¿Se lamenta Arístides de haber estado prestando sus servicios "ponchando asistencia" y sin saborear el placer de "ser tu propio jefe y quedarte el día que quieras para ver una serie de Netflix de cabo a rabo."?
Por supuesto que no. Y en esa misma situación están quienes tienen funciones ejecutivas en las empresas de Pepín Corripio y en diferentes etapas de sus carreras, algunos empezando, otros ya con experiencia y algunos contemplando el retiro en poco tiempo.
En el consejo de Pepín Corripio lo que está en el fondo es estimular a los jóvenes a competir por posiciones directivas en las corporaciones más importantes, donde se requiere su talento y capacidad pagando salarios competitivos. Que dejen ya la obsesión con que el talento es para usarlo con la meta de tener un Food Truck propio antes de cumplir los treinta.
Mario Báez es otro de los afortunados en combinar talento, sentido de humor y empatía. Su carrera también ha sido exitosa en aprovechar oportunidades y elegir las mejores vías para ascender en una entidad tan compleja como las Naciones Unidas.
La empezó como investigador en la CEPAL, en Chile, desde donde prestó a nuestro país un gran servicio con el apoyo para importantes seminarios de reformas estructurales (como el primero internacional de seguridad social en que se explicó la capitalización individual).
Luego de cinco años decidió competir por posiciones de mayor jerarquía donde pudiera contribuir en las complejas funciones administrativas de esa organización. Pasa entonces a la dirección administrativa de la oficina de la CEPAL en México, teniendo entre sus responsabilidades la mudanza de la sede y el control del presupuesto.
Desde México también continuó con su apoyo las discusiones de reformas estructurales en nuestro país y su próximo destino fue New York donde trabaja en varias posiciones en la Secretaría de la ONU que así se destaca en comunicaciones oficiales:
"Sus funciones actuales incluyen, entre otras, trabajar en el fortalecimiento del sistema y cultura en la rendición de cuentas en las Naciones Unidas y como se relacionan sus elementos constitutivos con los valores básicos generales de la Organización y las normas éticas. También supervisa la preparación de los informes anuales sobre la marcha de los trabajos sobre la evolución de los sistemas de rendición de cuentas de la Secretaría de las Naciones Unidas en respuesta a los nuevos desafíos."
En esa ciudad Mario, un lector apasionado que es probable lea cada año el doble de la carga de un estudiante de grado en cualquier maestría de las ciencias sociales, decidió volver a las aulas y terminó una maestría en Elections and Campaign Management en la Universidad Fordham, una más que le permitió completar credenciales para enseñar dos cursos en universidades americanas (City University of New York y Adelphi University).
¿Se ha sentido alguna vez Mario "al menos", como dicen el sur, porque nunca en su vida, al igual que Arístides, pudo ser su propio jefe, porque hoy no se puede parar en la acera del frente y contemplar un local comercial, tienda o restaurante que pueda decir eso es mío, lo administró yo y nadie me manda?
Por favor, el éxito de Mario Báez es uno que pueden imitar más jóvenes talentosos que hoy no aplican a concursos en organismos internacionales donde pueden calificar y, escuchen jóvenes, tener el carril de adentro para entrar porque hasta existen cuotas reservadas.
Pero esas posiciones en que se pueden colocar nuestros jóvenes brillantes quedan vacías por falta de candidatos nacionales y terminan en las manos de profesionales de otros países. Todo porque aquí estamos con la manuela mental del falso dilema entre emprendedor o trabajosaurio.
Ahora bien, no me hagan caso, ¿quién carajo soy yo?; pongan atención a Don Pepín Corripio y sus sabios consejos, no a los promotores del emprendurismo narcisista. Es ese dueño de empresas importantes en múltiples actividades que los invita a competir por posiciones donde podrán replicar los éxitos como asalariados, en igual o mejores condiciones, que las de mis dos buenos amigos y colegas.