¿A ustedes les ocurre que sienten que la vida va millón por hora? Los días no rinden,  se acumulan las tareas, no tenemos tiempo de procesar toda la información que nos llega al mismo tiempo y el futuro lo vemos como una caja de costura donde todos los hilos se han soltado y es un solo enredo. Hace tiempo que era así, pero, a partir del inicio de la pandemia por covid-19 en marzo de 2020, esa vorágine nos envuelve más apretadito cada vez, cada día somos más conscientes de que todo seguirá cambiando y cuando pase la pandemia nada será igual.

 

Dicen los psicólogos que pensar mucho en el futuro nos causa ansiedad, pero ante los cambios tan acelerados que hemos vivido y estamos viviendo, es inevitable pensar, hablar, prever y planficar el futuro, a corto, mediano y largo plazo. No propongo mirar una bola de cristal, planteo los posibles escenarios venideros y que debemos abordarlos haciendo uso del pensamiento estratégico y la big data.

 

Desde el 2020 vivimos en un escenario que apenas conocíamos, con riesgos, miedos y peligros que nos eran ajenos. Con el pánico global perdimos la seguridad indvidual, y no tengo ni que citar la colectiva y social. Se impuso el miedo y para recuperar la confianza debemos hacernos con nuevas herramientas que deberán llevarnos a un nuevo orden, pasando necesariamente por la construcción de un pacto social.

 

Desde la política, el debate deberá dirigirse al análisis de las reformas que nos conducirán a nuevas concepciones de los elementos del poder y la soberanía de los Estados, teniendo en cuenta que las mujeres en este contexto de transformación seguimos en el estadío de la vulnerabilidad y quedándonos atrás en la agenda de la gobernanza, siendo las más afectadas por desigualdades conocidas como los elevados niveles de trabajo informal, servicios de salud fragmentados y altísimos índices de violencia de género, a los que hay que sumar la carga de la agenda del cuidado doméstico, que ahonda la disparidad.

 

Además, la pandemia en la aldea global despertó un creciente nacionalismo que en este punto me recuerda a la Segunda Guerra Mundial, tanto en los efectos económicos y sociales como en la crisis del liderazgo político mundial, que parece aún no estar listo para entender la necesidad de la solidaridad universal y de coordinación de esfuerzos sanitarios y macroeconómicos para superar esta circunstancia. Estamos obligados a observar que  en las regiones más integradas del planeta, cada Estado nacional adoptó una política sanitaria y económica propia.

 

Ante este panorama debemos defender el optimismo e iniciar el análisis, abrir el debate y comenzar a planificar el futuro, lo cual es un desafío cultural y político, personal, de la sociedad y del Estado. Siento que tenemos la necesidad de construir colectivamente nuevos horizontes, aferrarnos a las utopías porque ellas son necesarias para avanzar.

 

Es crucial que produzcamos anhelos nacionales en plural, múltiples y compatibles. Necesitamos que las ciudadanas y ciudadanos no sólo tengan derecho a defenderse, sino que también puedan mostrar sus propuestas del porvenir que quieren, ejercitando la palabra y el diálogo, que son herramientas indispensables para construir los posibles escenarios del futuro.

 

El futuro es un derecho amenazado por el imperio de la incertidumbre que lo destruye, generada por la inseguridad que implican el cambio climático, el futuro del trabajo y la economía. También las desigualdades de género que crecen con la total libertad de mercado, en el reino del más fuerte, en sociedades donde se expanden el odio y la violencia.

 

Sin embargo, confío plenamente en que la construcción colectiva de la convivencia, en la diferencia y con un Estado presente que garantice la sustentabilidad de políticas acordadas, reduce los niveles de incertidumbre, amplía la garantía de derechos, amplía futuros y es aquí donde deben intervenir los partidos políticos.

 

El futuro a corto plazo plantea lo esencial como nuevo orden de la política en nuestras vidas: luchar por lo esencial, apreciar lo esencial, compartir lo esencial.

 

La buena noticia es que somos protagonistas de este nuevo relato y tenemos la oportunidad de conciliar a sociedades heterogéneas y muy individualistas. Podemos hacer que nuestras líneas coincidan en el plano cultural y podemos contribuir a la sanación de los sentimientos colectivos de pérdida, temor y abandono.

 

En un mundo que se transfigura, el liderazgo político debe reencontrarse con su compromiso fundamental de búsqueda de la emancipación y la felicidad individuales y colocarse al frente de la narrativa de este siglo XXI, que corre veloz, y ser conscientes de que el futuro se construye hoy.