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En el punto en que hoy nos encontramos en la reflexión sobre el lenguaje nos aparecen dos certezas:

1.Son enormes los obstáculos para la realización y el desarrollo del lenguaje en la sociedad, aun en estos tiempos postmodernos del siglo XXI: prejuicios, mitos, leyendas, censuras, violencias, tabúes, exclusiones de todo tipo.

2.Para lograr el esplendor del lenguaje en los sujetos no hay otra manera que apropiárselo totalmente, asumiéndolo como caparazón, isla, escudo o contorno de nuestra existencia y vagar por el mundo con él sin atadura alguna en su uso.

En busca de la apropiación del lenguaje en su vasta dimensión adopté la unidad lengua-cultura con la fuerza del vivir históricamente en mi obra La cultura de la lengua (1986).

Desde entonces, con base en una pléyade de autores, entre ellos Henri Mechonnic, he colocado la historicidad del lenguaje como punto central de la epistemología de las ciencias del lenguaje.

Hoy, en el momento de enhebrar estas notas releer los conceptos de esos autores es como viajar hacia un grato y trascendental reencuentro con viejos amigos, conocidos durante mis estudios lingüísticos y literarios en Francia de 1975 a 1982.

Desde entonces, la obra La cultura de la lengua ha sido mi carta de ruta en la práctica y la reflexión lenguajeras. Ahí planté dos epígrafes como dos banderas, entre otros igualmente emblemáticos : “ La lengua es el significante de la cultura” y “La historia sin la lengua: un fantasma”.

En esa obra hablo de tres historicidades: la de la lengua, la de la enunciación y la de los enunciados.

Son tres historicidades que pueden concebirse, y así efectivamente sucede en la práctica lenguajera cotidiana, desde los enunciados hacia la lengua;  o desde la lengua, como proceden los lingüistas, hacia los enunciados.

Sin embargo, desde la perspectiva de los hablantes,  entre las tres historicidades prima la historicidad de la enunciación.

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Situándonos en ese plano, debo advertir que el conocimiento del lenguaje es, primero, una actividad empírica aneja al uso de la lengua en cualquiera de sus manifestaciones: uso común, uso literario, uso científico, usos sociolectales diversos.

Esa actividad se conoce como función metalingüística, la cual consiste en el hecho de reflexionar no manera abstracta sino concreta, apelando a nuestra experiencia — siempre conceptual, pero de manera inferencial — en el proceso de comunicación, acerca de la lengua en general y de la parte de ella que en cada momento usamos.

Así es como intuitivamente sabemos y saben nuestros interlocutores,  gracias a la constante actividad evaluativa que unos y otros ejercen, que, por ejemplo,  estamos hablando en español, en inglés, en francés;  o en un dialecto determinado,  como por ejemplo en el español, en el español dominicano, el mejicano, el argentino; o en el español dominicano, en un regionalismo, del norte, del sur, del este, de la capital.

El pensar históricamente en el lenguaje COMO LENGUA se ejerce en ese nivel: en nuestra lengua-cultura; en la lengua que usamos y en el proceso de su uso con base en nuestras experiencias lingüísticas y culturales previas.

Sin embargo, la reflexión históricamente más comprometida de los hablantes se ejerce a nivel de la ENUNCIACION, es decir, del ACTO que moviliza la lengua desde el YO DEL HABLANTE.

Esa reflexión es la manera más histórica de pensar en el lenguaje. Es la que involucra a los hablantes en su aquí-ahora en la comunicación del mensaje-sentido y que moviliza la totalidad de los recursos de que dispone: los lingüísticos, los socioculturales y su creatividad.

Esa historicidad no es de índole exclusivamente lingüística . No afecta directamente a la lengua ni a las palabras ni a los significados ni a las oraciones.

Es una historicidad de carácter pragmático y en ese sentido, lo que está en juego son las condiciones en las que comunico con los demás para decir mi mensaje. Se trata aquí del sentido enlazado con la vida de los sujetos.

En esta historicidad la lengua es solo un medio, un recurso. Lo principal aquí se refiere a la situación en la que me comunico con mi audiencia: la interlocución y la intencionalidad de los hablantes; mi subjetividad completa; mis creencias y mi situación en el mundo.

Ahora bien, hay una tercera historicidad, la más concreta y observable, en la cual se reúnen la lengua y la enunciación: el ENUNCIADO, llámese oración, texto o discurso.

Esa es la historicidad de la comunicación lingüística como tal. Cuando hablamos de escucha, expresión oral, lectura y expresión escrita,  nos referimos no solo a los productos de la lengua, sino, sobre todo, a las capacidades o competencias de dominio de nuestra lengua.

En la situación de comunicación y con base en los recursos como los antes indicados es donde sabemos, por ejemplo, que soy capaz de escribir una carta, un poema, un cuento, un ensayo, un simple párrafo, con adecuación y eficacia.

Y el gran relato de un hablante sobre su lengua y el relato de los profesores de lengua y el relato de los lingüistas sobre la lengua, tienen un fin y un principio en esas competencias; las cuales son a la vez, uso y reflexión empírica en la situación en la que nos comunicamos con la audiencia.

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En el conocimiento y valoración del andamiaje teórico que describe y explica los diversos niveles de historicidad del lenguaje, nada mejor para iniciar la búsqueda del pensamiento sistemático que este concepto del antropólogo Bronislaw Malinowski (1884-1942) en su obra póstuma, Una teoría científica de la cultura, de la cual yo había subrayado con lápiz un trozo que se me quedó impregnado en la conciencia como un rayo de luz en la oscuridad:

“En mi opinión, la lingüística de mañana, y sobre todo la semántica, será el estudio de la lengua en el contexto de la cultura.”

El lingüista ruso Mijaíl Bajtín (V.N. Volochinov) (1895-1975), continúa y refuerza, de alguna manera, la visión del autor polaco en esta expresión clavada en la obra El marxismo y la filosofía del lenguaje (1929, 1ª. ed.), que para mí significó redescubrir el universo de las ideas: “La palabra es el fenómeno ideológico por excelencia.”

Esa proposición de Bajtín abarca toda la historia humana; toda la historia del lenguaje. Hoy la releo doblemente resaltada, por el autor en cursiva y por mí en rojo, como una daga revolucionaria de la filosofía del lenguaje.

Y es que ella nos coloca en la mira de todo de lo que, desde los tiempos más remotos hasta los más recientes, se ha pensado y dicho acerca del lenguaje.

En su obra Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov parten y se enraízan en todo lo que tiene que ver con el lenguaje, como origen, proceso, contexto; productos, usos y aplicaciones humanos y sociales. Los núcleos en los que se apoyan son el lenguaje, la lengua, el habla, la comunicación, el discurso, el texto.

El eje esencial de las ciencias del lenguaje es el discurso; y en término más concreto, el texto, o los textos, como manifestaciones del discurso.  En la capacidad integradora, ninguna ciencia del lenguaje se equiparará con el texto.

El texto no es una ciencia particular; por eso, es una perspectiva transversal a todas las ciencias. Las ciencias del lenguaje y cada una de las que las integran.

En general, todas las ciencias son productos de la lengua, pero la trascienden en el texto. Son, por tanto, ciencias textuales o paratextuales.

Más de veinte años después, Oswald Ducrot renovó el proyecto de 1972 elaborado junto a Todorov, publicando con otros autores el Nuevo diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje. Al consultarlo me alegra saber que introdujo algunos cambios acordes con el desarrollo de las ciencias del lenguaje, pero conservando los planteamientos básicos establecidos al inicio de la década de 1950.

En esa nueva edición puedo ver que hoy la lingüística gira de más en más hacia una especie de translingüística, orientación planteada por Bajtín en los años veinte del pasado siglo, justamente como reacción a la lingüística saussureana, en la cual se incluirían los aspectos sociales y culturas de la lengua. Y en esa perspectiva, el texto como dialogismo es, al parecer, la tendencia que se avizora y que promete la renovación de los estudios del lenguaje en el futuro.

Todo el recorrido de pensar en el lenguaje inició así, con la lectura de aquellas expresiones de Bajtín y Malinowski. Fue fundamental en esa reflexión la obra de Henri Mechonnic Critique du rythe.Anthropologie historique du langage.

Sin embargo, el pensamiento más sólido sobre el lenguaje del cual me he apropiado emerge a finales del siglo XIX e inicio del siglo XX con el suizo Ferdinand de Saussure, fundador de la lingüística moderna en la obra póstuma Curso de lingüística general.

Es particularmente relevante en esa obra la visión sistémica del lenguaje que engloba la lengua y el habla; particularmente, la lengua como sistema social de signos en contraste con el habla como manifestación individual de la lengua.

Y todo ello amarrado por el concepto de valor, el más importante de esa lingüística, mediante el cual las unidades adquieren identidad y significación funcional en la lengua y sentidos en los usos,  gracias a que, como monedas de cambio o cualquier mercancía, son intercambiables con otras equivalentes y sustituibles por estas.

Emile Benveniste en sus obras Problemas de lingüística General I y II y en otras obras iluminadoras sobre lengua y cultura es un pensador y creador de ideas lingüísticas originales que me inspiran y me enseñan a volver sobre el inmenso y aun insuficientemente inexplorado universo del lenguaje. Su gran aporte es la teoría de la enunciación y el discurso, mediante la cual revisa y supera las limitaciones del concepto de habla en Saussure.

En los siglos XIX y siglo XX esa búsqueda ha tenido un considerable apogeo.  Varias disciplinas que se agrupan bajo la rúbrica de ciencias del lenguaje canalizan el pensamiento translingüístico, entre las cuales se destacan: filología, lingüística, gramática, filosofía del lenguaje, semiología o semiótica.

Todas esas disciplinas sirven de puente a otras especialidades o ramas particulares de los estudios del lenguaje.

En los siglo XVII y XVIII, específicamente se cuentan numerosos textos en los cuales prevalecen interesantísimas reflexiones lingüísticas: ensayos filosóficos, tratados de gramática y filología, relatos de viaje, especulaciones, leyendas, mitos de tipo religioso o científico.

En fin, autores de diversas épocas han reflexionado sobre el lenguaje desde perspectivas situadas en ninguna disciplina. Desde diversas orientaciones, valiosas obras ocupan lugares preferenciales en la bibliografía sobre el lenguaje.

Otros estudios, no necesariamente ubicables en una disciplina específica indagan el origen y la naturaleza de la lengua. Los lingüistas han tratado esa orientación en términos peyorativos designándola como “lingüística precientífica”.

Desde los tiempos más remotos, disertaciones orales y escritas de personalidades del mundo de las ciencias, la ficción, la política, etc., o simples parloteos de la gente común, contienen valiosas opiniones acerca del lenguaje en las que se indagan su origen y naturaleza.

Ocupan lugares preferenciales autores de diversas épocas que han reflexionado sobre el lenguaje desde perspectivas no propiamente lingüísticas. El conocimiento sobre la lengua no estaba estanco y parcelado como desde tiempos relativamente recientes hasta la fecha.

Y hoy, disciplinas como la neurociencia, la lingüística cogniotiva,la pragmática, son eslabones de una larga historia del lenguaje en la que inevitablemente el conocimiento común y empírico va de la mano con el conocimiento elaborado y científico.