He escrito tanto sobre comida y cocinado más de lo que he escrito que, en esta ocasión, no les voy a hablar de gastronomía, sino de la carencia de alimentos: el hambre. Sé que parecería una indecencia hablar del hambre como objeto de la reflexión crítica y filosófica, cuando millones de personas padecen y mueren a causa de este fenómeno en el mundo. Aun así, y aunque el hambre sea el motor de la historia, no la lucha de clases, existen muchas representaciones artísticas y reflexiones filosóficas acerca de esta.

El hambre puede ser definida, fisiológica y sociológicamente, como la “gana y necesidad de comer”, así como la “precariedad de alimentos” (RAE). Pero no todas las hambres tienen la misma representación simbólica. ¿Cuál es la diferencia entre el hambre de Macario, en el cuento del mismo nombre (1946), de Juan Rulfo, el hambre de Baitos, el ballestero español, en el cuento “Hambre 1536” (1969) de Manuel Mujica Lainez y, finalmente, el hambre de “El artista del hambre” (1922) de Franz Kafka? Mi propósito en este breve ensayo consiste en examinar, contrastar, y reflexionar acerca de las diferencias entre estos tres tipos de hambre. Propongo que, el hambre de los tres personajes es atravesada por la exclusión, la conducta y los afectos. Dividiré este artículo en tres retortijones y un borborigmo.

Retortijón Primero: “Macario” de Juan Rulfo

“Macario” fue publicado por primera vez en la revista América en 1946 y, luego, incluido en la colección El llano en llamas en 1953. Es posible que el cuento de Rulfo, así como también los mitos y las leyendas tengan como hipotexto la hambruna denominada “El año del hambre en Nueva España 1785-1786”. Paradójicamente, el nombre “Macario”, del griego makápios que significa “feliz, dichoso, aventurado”, se ha convertido en un emblema del hambre en México. En el cuento de Rulfo, Macario es un niño o adolescente que padece de un “trastorno del desarrollo intelectual”, así como también de una hiperfagia. No se explica cuáles son las causas del hambre insaciable de Macario, quien la piensa/cuenta en un monólogo interior: “yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca… Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me lleno por más que coma todo lo que me den”. El solitario banquete de Macario incluye alimentos que comprenden, además de las raciones en la casa, ranas, sangre, flores de obelisco, arrayanes, granada, garbanzos remojados, maíz seco, leche de chiva, de puerca y, su favorita, la de Felipa.

A diferencia del Macario de Bruno Traven, en la noveleta del mismo nombre, cuya hambre se condensa en un pavo y, al final, se satisface, el Macario de Rulfo disemina su hambre en todas las cosas; es una especie de panfagia. Asimismo, su hambre está vinculada con su afecto, por lo que quiere más a Felipa que a su madrina, porque la primera le prepara la comida y además lo amamanta: Su leche “es dulce como las flores del obelisco”. La relación con Felipa va más allá, en tanto se insinúa un incesto simbólico y pedófilo con esta figura materna. Macario piensa/narra que “Felipa me hacía cosquillas por todas partes. . . Me hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme”. También dice que “Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí…”. En el buen seno y en el sexo con Felipa encuentra Macario un alivio para calmar su hambre y espantar a la muerte.

En palabras de Claudia Gutiérrez, siguiendo el pensamiento de Emmanuel Lévinas, lo perturbador del hambre (de Macario, en este caso) consiste en su desmundanización: “La alteridad del excluido no puede sino perturbar, incomodar, porque ella es la situación ética y política de un reclamo de mundo, que surge de la boca de un otro que se presenta como una indigencia, una extrema vulnerabilidad” (Gutiérrez 44). Macario no es sino una alegoría del hambriento y, en su insaciabilidad, no sólo está excluido del mundo, sino también arrojado al reino animal no humano. A través de la comida, Macario lucha por apropiarse del mundo del que ha sido excluido. En ese sentido, Martín Caparrós afirma que “La adquisición de nuevos alimentos fue un trabajo de apropiación del mundo: cuanto más me lo como, más lo hago mío —y entonces, así, más me lo como” (Caparrós 80). He ahí el gran conflicto de Macario, su hambre es de mundo.