(Ponencia en el panel Nuestro Cine: instrumento de impacto e influencia. 2do. Congreso Nacional de Cine).

Esto es un balance analítico entre los aspectos relevantes del pensamiento industrial organizado por las empresas cinematográficas foráneas y nacionales, y el pensamiento que se instituye a partir de la ley de cine. ¿Cómo debe evolucionar y cuáles deben y pueden ser las perspectivas de progreso, principalmente en lo que atañe a la distribución y la exhibición?

El cine dominicano se encamina por un evolucionismo cultural que ciertamente se organiza en torno de la falsificación hollywoodesca de la vida común y los valores de una sociedad parqueada a un lado por donde el mundo anda.

Reflejo de sí mismo, recicla la sumisión a un stablisment que regula arte y economía, la vida cotidiana y la política. Crece así el imperio de la pasividad como resultado de la despolitización del sufrimiento. Algo que se hace de forma inconsecuente con la realidad material y con la cultura inmaterial, inconsciente de su propia autodestrucción.

Quizás lo que mejor define lo que decimos está en la frase lapidaria: “el cine es un negocio". Todo un poema de la insensatez. Esa frase es la excusa perfecta de la mediocridad. Es la condena y el ostracismo que nos lleva al medioevo cultural.

Hay dos concepciones con respecto al cine como industria: “Si una película tiene éxito taquillero, es industria, sino es arte”, y “Público no es pueblo, pueblo tiene muchos públicos”.

Y ahí lo tenemos. Lo que no se hace por obligación a la lógica del mercado se hace por sumisión, una obediencia indignante… sumisos, sí, a una realidad que golpea el estómago de los de abajo y el ego de los de arriba.

Con respecto a la “Visión general sobre las estrategias y herramientas disponibles y necesarias, con sus requisitos y consideraciones,"  podemos constatar que la ley de cine es altamente efectiva. El problema es que se ha instalado un sistema industrialista versus cine autoral. Eso genera conflictos dentro del mismo medio del cine. Ese sistema es un caudal de pensamiento industrial rentista que dice cómo debe ocurrir cada proyecto, qué criterios los dirigen, pero que al mismo tiempo busca la debilidad de la ley, por un lado, y por el otro, condicionar a su provecho a cualquier autoridad oficial.

¿Los estándares y criterios a observar? Creo que de alguna forma debemos contar con proteccionismo, que debe y tiene que existir.

¿Las lecciones aprendidas como resultado de nuestra experiencia del sector? En mis estudios, como igual se viene haciendo en otros países, existe un pensamiento industrial que ha devenido y repercutido en la materialización de proyectos cinematográficos. Anteriormente a la ley de cine, hubo recurrentes discusiones acerca de la idea de una industria de cine en RD. Hubo siempre intentos de vencer barreras tecnológicas y es precisamente a partir del avance tecnológico con el digital que empieza a vislumbrarse un horizonte real, que es el que hemos alcanzado hoy. Las películas, lejos de ser un enemigo, eran siempre las aliadas de ese pensar el cine como una industria. Y hoy siguen siempre consecuentes con una industria pensada como tal, aun con todas sus deficiencias en la creación de públicos, lo que muestra que no se haya accionado la cuota de pantalla. Llega la ley de cine con ribetes ideológicos culturalistas y se establece, aunque lo ha hecho sobre procedimientos rentistas. La corriente autoral se remite a un discurso de descolonización cultural como argumento, aunque en mi visión creo que lo que hay es un completo analfabetismo cultural. Explicar eso es bastante complicado.

Estudios, equipamientos de última generación que atraviesan todo el tejido productivo y de exhibición le dan sentido material como infraestructura capitalista. Hay un deseo, un pensar de constituir un studio system en los paradigmas hollywoodianos sin llevar en consideración la realidad económica. El universo diegético dominicano.

“Mercado y público” es un mercado invadido, o mejor, o incluso más directo, una extensión del mercado norteamericano principalmente en cuestión de distribución y exhibición. En eso pesa mucho la concepción cuestionable de “calidad” en la producción, consecuentemente este es uno de los tópicos más arraigados en la psiquis popular. Corre así la idea de pensar al público como sinónimo de pueblo.

Alcanzar como tenemos hoy una unidad de pensamiento industrial señala la unidad de criterios en la creación de un ateneo cinematográfico. Ahora bien, la configuración de una industria cinematográfica dominicana con todas sus fallas en un equilibrio sustentable, con factores conocidos como cuestiones políticas y económicas de aquí y de allá, va componiendo esencias ideológicas sobre lo que es o lo que debería de ser el cine dominicano. Se discute mucho mundo afuera todas estas cuestiones en cada cinematografía, pero en la dominicana hay dos fuertes escollos: la cuestión de género que excluye a la mujer y a lo que se le unen cuestiones de clases y de racismo, y, por el otro lado, el plagio que conspira contra un efectivo desarrollo del cine dominicano en términos diegéticos.