«Levanten sus cabezas y admiren a este hombre que no tuvo educación temprana, como las hay hoy quintuplicada, pero que nació para vivir entre reyes y vivió para dejar un legado que nadie olvide jamás».
Rafa Gamundi, amigo y colaborador de quien fuera, sin temor a equivocarme, el más humano entre los que tienen como aspiración, lidiar con los asuntos del Estado para satisfacer, mediante la justicia social, las necesidades más básicas del hombre que pretende alargar su existencia. Expresó en una conferencia anecdótica en la que la historia nos convocara, que Peña siempre fue grande y que, desde su entrada a la política, marcó con su sello a cuantos acarició con el fuego de sus ideas.
Tan grande, magnánimo y solidario, como la lucha perenne que asumió como bandera en la búsqueda incesante de revertir las prácticas antidemocráticas de los gobiernos balagueristas. Motivado por instaurar desde su concepción Socialista Democrática, un gobierno humano y cercano, donde las políticas públicas tuvieran como único fin “Primero la Gente”. Batalla campal que le persigue aun después de su partida física.
En su nombre se ha dicho todo cuanto soporten los discursos, mensajes de efemérides, libros, periódicos y cartas huecas con lo que el político desprovisto de herramientas, adorna su escasa comprensión sobre la altura de un líder que dio hasta su último aliento por la unidad y la victoria de lo que una vez fuera un partido. Mismo que ha sido partido y repartido desde que un empresario creyó que los hombres y mujeres, miembros de la familia peñagomista, valían lo que vale su ambición de poseer, obviando que Peña nos legó vocación de servicio y amor al depauperado.
“El tiempo transcurre lento”, como canta un músico dominicano ahogado en las penas y sumido en profundas nostalgias provocadas por la partida de quien fuera su más grande amor. Pasa igual con los que vimos la fuerza centrífuga de ese prohombre, insustituible e inigualable. Dueño del más puro y sagrado amor expresado con ideas claras sobre la gestión estatal y la vinculación de sus normas al pleno desarrollo y la igualdad de oportunidades.
De José Francisco se podrían decir tantas cosas como arena tiene el mar, y medirlo en la humilde opinión de quien suscribe, resultaría más complejo que viajar a la luna en parapente. Sin embargo, su obra más emblemática cobra vida y desarrolla importantes cambios en el quehacer partidario desde que unos jueces, acólitos al poder desmesurado que ostentó el PLD, fraguaron en contra de Hipólito Mejía y el liderazgo de la vieja casa, una trama que alteró para bien la cultura política nacional.
Esa marca, salida de las mismas entrañas del pensamiento y obra de Peña, encarna en un político humano, solidario, comprometido con las mejores causas, ético y trabajador incansable, la idea de hacer un gobierno “por y para la gente”. Un presidente abanderado de las obras sociales de alto impacto que reivindiquen al pueblo oprimido y abandonado por quienes aprovecharon el poder para su usufructo personal. Luis Abinader es el heredero de un legado político que continúa.