«Habría que erradicar los discursos exagerados que, a fin de cuentas, solo sirven para encubrir defectos mediocres, como si la plenitud del alma no se desbordara a veces en metáforas de lo más vanas, ya que nadie puede dar nunca la exacta medida de sus necesidades». -Gustave Flaubert-.
La historia ha sido implacable con los militantes del peñagomismo, hijos legítimos de una lucha tenaz, cuyo fin, hasta el día de hoy se arraiga en las esperanzas de lograr una digna representación de todas las capas que componen el instrumento partidario que tiene como estandarte, los principios de un líder sacrificado por sus ideas. Odiado por el simple hecho de haber nacido sin cuna y cargar con el peso de tener el manto de la noche colgado en su piel. Principal herramienta de la clase dominante para impedirle ascender al solio presidencial.
Incomprendido desde el mismo momento en que expresó su visión de poder, esto lo llevó a concluir que la solución para mejorar sistemáticamente el proceso social, económico, político y productivo de su nación, debía ser producto del surgimiento de una política de Estado incluyente. En su teoría, ampliamente debatida, abogó por un verdadero estado de bienestar, una propiedad privada socialmente aceptable e integral, la debida regulación de los sectores económicos a fin de poder lograr una justa redistribución de las riquezas y la oportunidad como base del desarrollo humano.
Esa idea, ha logrado permanecer en el tiempo, no obstante, la mutación causada por la dialéctica imperante en una ciencia donde la variable resulta siempre ser una constante, y donde la expresión más pura de la democracia se concentra, específicamente, en la existencia de dos grupos que previo pacto, se constituyen en mandantes y mandatarios. Decir lo contrario, sería negarnos a nosotros mismos y fingir una postura pública para hacernos los graciosos pretendiendo lograr adeptos inocentes de nuestra cruda realidad.
Sostenerla, ha significado muchos retos y ha requerido el sacrificio de mucha gente dispuesta a dar lo mejor sí en aras de preservar un legado, a veces, incomprendido por el grueso de los que dicen ser sus discípulos. Gracias a ese prócer de la política vernácula y a un pensamiento que pudo sobrevivirle en contra de todo pronóstico, una marca parecida a la que tanto quiso y, por la que entregó su último aliento, se erige en receptáculo de sus seguidores y apuesta, como él lo previó, a la formulación de políticas reivindicativas en favor de los que menos pueden.
El profesor Bosch, insignia de la moral en el quehacer político partidario, negado por las acciones de sus alumnos en el uso indiscriminado de los fondos púbicos, consciente de la permanencia de los hombres más allá de su existencia, dijo una vez «Nadie se muere de verdad si queda en el mundo quien respete su memoria». De ahí que, hombres de ayer y de hoy, motivados por la lucha férrea del líder indiscutible de los depauperados en esta tierra, apunten a reconstruir desde el poder, una visión de la administración pública basada en la probidad y el servicio ético en beneficio de las mayorías.
Los que no entiendan eso, tampoco comprenderán que la lógica ha cambiado y ha debido cambiar desde aquel “¡Entren to!”. Acción que reflejaba la conducta expresada en el concordazo de aquellos tiempos, mismo que fue reproducido en 3D en el festival de los sillazos efectuado en una carcasa que sirve de madriguera a todo tipo de inquilinos. Ha cambiado porque la disciplina es la norma indiscutida de toda organización política que aspire a gobernar más allá del plazo establecido, y eso es lo único que hará que José Francisco Peña Gómez viva a pesar de los años de su partida física.