En estos días termino de pasar por un proceso completamente desconocido para mí.

Solamente había visitado una clínica para tener a mis dos hijos, por lo tanto, el estar recluida por casi una semana en una UCI significó una experiencia única y que no quisiera ver repetir.

Parece que tanto los médicos como las enfermeras que se ocupan de esa dependencia clínica tienen un entrenamiento tan especial que hace que la sonrisa nunca se aparte de su rostro. No importa cuánto se necesite de asistencia, siempre están dispuestos a socorrer.

Una UCI es otro mundo. El sonido de los equipos constantemente alertando. El chequeo de los medicamentos, presión, sueros, etc. Es un movimiento que no cesa. Me siento bendecida y agradecida por donde me tocó estar.

Se preguntarán qué tiene que ver Pedro Martínez en esta historia, pues mucho, porque en mi recuperación he estado meditando y pensando en él.

Hace muchos años, cuando este fantástico jugador de “pelota” -como aquí les llamamos- estaba en su gran apogeo, rompiendo récords y haciendo historia, lo encontré en una tienda en Plaza Central, ambos comprando zapatos. Estábamos sentados uno al lado del otro. Yo, fanática del béisbol, lo abordé y me puse a conversar con él. Para mí una gran experiencia conocer a un ser tan sencillo, abordable y cercano.

Uno de estos días en medio de mi dolorosa experiencia, aún interna, tuvimos la triste noticia del fallecimiento de un primo hermano de mis hijos, algo que nos ha dejado devastados. Yendo mi hijo para Higüey, nunca supe en qué lugar, pero supongo en un restaurant, se encontró con Pedro Martínez y aprovechó para tomarse una selfi y enviármela, sabía lo contenta que me iba a poner. Su rostro denotaba paz. Esto me hizo pensar.

Creo que a los jóvenes que están incursionando en la pelota deben darle una clase de “pisar el suelo”, de no alocarse, porque todo es pasajero y solo si la suerte le acompaña, podrán ser un “Pedro Martínez”.

Tenemos muchos ejemplos de prospectos que se han dejado seducir por el dinero, que se quieren llevar al mundo por delante y que han creído que tienen a Dios cogido no sé por dónde, les sale un pechito y un “aquel” como hubiera dicho mi mamá que si no encuentra quien les jale la soguita, pueden quedarse a mitad de camino.

Parece que mi hijo, en medio de mi situación, quería alegrarme un poco. Se encontró con Franklin Mirabal en una oficina y también se hizo su selfi para enviármela. Sabe que me encanta su narración pues soy “liceísta” desde antes de nacer.

Cuidado, así no… diría Franklin