Estando en Buenos Aires, Argentina, en 1973 me sorprendí gratamente en una librería con un libro titulado “Pedro Henríquez Ureña: ensayo y antología” (Significado de Pedro Henríquez Ureña) publicado por el Ministerio de Cultura y Educación, de Argentina, estudio preparado por Ernesto Sábato y varios colaboradores.
Pedro Henríquez Ureña es bien conocido en Argentina, México y Cuba, quizás mucho más que en nuestro país, donde nació. Vivió los mejores y más aprovechados años de su vida en esos países, aportando en todos ellos experiencias y conocimientos para todo el continente latinoamericano.
En el libro “PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA”, de Ernesto Sábato, aparecen colaboraciones de Max Henríquez y de la hija de Pedro, Sonia Henríquez; de los dominicanos Pedro Troncoso Sánchez, Andrés Avelino, y de latinoamericanos ilustres como Jorge Luís Borges, Ezequiel Martínez Estrada, Alfonso Reyes, Mariano Picón Salas, Rafael Alberto Arrieta, Luís Alberto Sánchez, y otros más.
Ernesto Sábato estudió en el “Liceo secundario de el Colegio Nacional” donde tuvo como profesor de lenguaje a Pedro Henríquez Ureña, quien tendría una gran importancia en la vida del escritor, a quien luego citaría como inspiración para su carrera literaria.
Cuando conoció al profesor Pedro Henríquez Ureña, le preguntó: "¿Por qué, don Pedro, pierde tiempo en estas cosas?", a lo que el maestro replicó: "porque entre ellos (sus pupilos) puede haber un futuro escritor".
Ernesto Sábato, destacado escritor, fallecido recientemente, es parte de ese grupo de escritores, que en la década de los sesenta dieron a conocer un nuevo rumbo de la literatura en nuestro continente, por narradores latinoamericanos, entre los que se pueden destacar a Carlos Fuentes (Mexicano), Mario Vargas Llosa (peruano), José Donoso (chileno) y Julio Cortázar (argentino).
Este grupo, complementado por otros escritores, aportaron una serie de trabajos en el estilo llamado “realidad mágica”, formaron el llamado “boom”, con otros anteriores a ellos, como son; Alejo Carpentier (cubano), Juan Carlos Onetti (uruguayo), Juan Rulfo (mexicano), y Ernesto Sábato (argentino).
Ernesto Sábato, fue discípulo de Pedro Henríquez Ureña, este ilustre dominicano, humanista, que vivió los más productivos años de su vida fuera del país, para convertirse en un excelso humanista para todo el continente latinoamericano.
Admiraba entre otros a Pedro Henríquez Ureña “aquel hombre encorvado y pensativo, con su cara siempre melancólica perteneciente a una raza de intelectuales en extinción, un romántico y también un testigo insobornable”.
En 1941 aparece, lo que según Sábato sería su primer "trabajo literario", un artículo sobre "La invención de Morel" de Adolfo Bioy Casares, en la revista Teseo de La Plata. Publica su primera colaboración en la revista Sur, por la intervención de Pedro Henríquez Ureña, su antiguo profesor, quién luego de leer el trabajo sobre Bioy, le ofrece llevarle algún escrito a Sur.
Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo fueron parte del “boom” pero vivieron auto-aislados de la propaganda dirigida, mientras los otros se alababan unos a otros, en una constante campaña publicitaria sobre sus actividades literarias, políticas y personales.
Estando Ernesto Sábato en Córdova, participó en una reunión de espiritistas y “medium”, donde decían que se podía comunicar con personajes fallecidos, que escogiera cualquiera persona, y él eligió a Pedro Henríquez Ureña…
El autor de “El Túnel”, “Uno y el Universo, ”Sobre Héroes y Tumbas””El escritor y sus Fantasmas”, se refiere a Pedro Henríquez Ureña con admiración, reverencia y lleno de agradecimientos, más aún, dolido por no haberse aprovechado al máximo de sus enseñanzas. Dijo Ernesto Sábato:
“Cuanto tiempo habría ganado si, accediendo a mi inclinación literaria, hubiese seguido a su lado, en alguna de aquellas disciplinas de humanidades que tanto me atraían”.
En su libro ”ITINERARIO”, Ernesto Sábato dedica una parte al significado de Pedro Henríquez Ureña en su formación, dice; “Como siempre, sus teorías se manifestaban en su actividad, y en este caso en su forma de escribir y de enseñar.
Los que tuvimos la suerte de recibir enseñanzas somos testimonios de aquella manera suya de enseñar mediante los buenos ejemplos literarios, no a través de rígidas normas gramaticales.” Pedro Henríquez Ureña, el humanista, fue maestro de varias generaciones, en distintos países.
Carmelina y Luís Alberto Castellanos dicen:
“Quienes tuvimos la ventaja de ser sus alumnos en la enseñanza superior lo sentimos siempre maestro, a pesar de la sencillez de su trato. Maestro con un señorío que no dan la pose académica, ni la pedantería, sino algo que nace muy dentro, que es intransferible e inimitable”.
Ernesto Sábato dijo sobre Pedro Henríquez Ureña: “Fue un espíritu de síntesis, que ansiaba armonizar el mundo de la razón con el de la inspiración irracional, el universo de la ciencia con el de la creación artística. Su síntesis de individuo y universo, de razón y emoción, de originalidad y tradición, de concreto y abstracto, de hombre y humanidad, es evidente en toda su obra. No era un ecléctico; era un romántico que quería el orden, un poeta que admiraba la ciencia”
En un programa televisado en España, en 1977, Ernesto Sábato reconoció públicamente, méritos de Pedro Henríquez Ureña, y dijo: Pedro Henríquez Ureña fue un gran humanista, a pesar de haber nacido en un pequeño país como Santo Domingo, fue un gran maestro, un modelo de maestro y de latinoamericano.
“El nos enseño a buscar la palabra justa, a rehuir el purismo académico, y la novedad estúpida, a hablar correctamente el castellano, nos enseñó el misterio y los matices del castellano, donde cada hombre debe hablar con su acento regional, pero todos el mismo castellano.
Pedro Henríquez Ureña nos enseñó lo que es la unidad en la diversidad, lo que es el hombre concreto, porque aunque somos diferentes, en el fondo somos una unidad.” La relación de Pedro Henríquez Ureña y Ernesto Sábato fue de un profesor y un alumno, pero llegó más lejos, Sábato siempre permaneció agradecido de su mentor y lamentando no haber aprovechado los conocimientos que su profesor pudo proporcionarle.
En 1999, al hablar Ernesto Sábato sobre su época universitaria, dijo: “Se me cierra la garganta al recordar la mañana en que vi entrar a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña. Aquel ser superior tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el típico resentimiento de los mediocres, al punto que jamás llegó a ser titular de ninguna de las facultades de letras”.
A Henríquez Ureña le debo mi primer acercamiento a los grandes autores y recuerdo su sabia admonición: “donde termina la gramática empieza el gran arte”, porque no era partidario de la concepción purista del lenguaje.
La amistad entre el profesor, Pedro Henríquez Ureña, y el alumno, Ernesto Sábato, duró todas sus vidas, agradecidos ambos.
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