Juramentado el 28 de julio, 2021, el presidente peruano Pedro Castillo Terrones permaneció al frente del Estado durante un año, 5 meses y 9 días, tiempo en el cual fue acosado, humillado y provocado permanentemente por una oligarquía engreída y golpista, enquistada en el parlamento. Empeñado en complacerla y hacerse potable a la misma, Castillo realizó sin chistar más de 40 cambios en su gabinete, con lo cual evidenció in extremis su inconsistencia política. De hecho, ignoró que el que mucho se agacha, mucho se le ve. Prácticamente no tuvo tiempo para más. Como era previsible, fue depuesto y apresado (7 de diciembre del 2022). ¡Su suerte fue salir ileso!
Con su caída vuelven a postergarse los anhelos de soberanía y bienestar, caros al pueblo llano de Condorcanqui Noguera (Túpac Amaru II). La reflexión conduce al amauta Carlos Mariátegui y sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928). Y es que nada importa para la historia el valor abstracto de un programa de gobierno; lo que importa es su aplicación porfiada y decidida en la realidad concreta.
En la materialización del golpe de Estado, la embajadora estadounidense en Perú, Lisa D. Kenna -exagente de la CIA, por más señas- jugó un papel descaradamente protagónico. También la OEA del indigno Almagro, esta vez enmascarada en una supuesta verificación in situ (¡pedida por el propio Castillo!), dizque encaminada a saber “si en Perú estaba en peligro la democracia”.
Por su parte, la iglesia católica, por voz autorizada del sacerdote Omar Sánchez, se encargó de desacreditar al presidente endilgándole un “manojo” de calificativos, y exigiendo, sin tapujos, su renuncia. La conducta política de la iglesia se vio sulfurada por el irrespeto del presidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres, quien se atrevió a llamar “miserable” al cardenal Pedro Barreto.
Castillo Terrones, maestro rural, oriundo de San Luis de Puña, departamento de Cajamarca, una demarcación de agricultores ronderos (rondas campesinas de autodefensa contra el abigeato, la criminalidad, el narcotráfico….), estaba lejos de reunir la habilidad y valentía necesarias para lidiar con la maledicencia intervencionista de Estados Unidos, la oligarquía minera y la incompetencia de más uno de sus ministros.
Cargado en el Sambenito de marxista, comunista, izquierdista, no podía ser menos que la expresión peruana del terruqueo (terrorismo). En modo alguno un sujeto de tal calaña merecía ser presidente de un país tan “democrático” como Perú. En su “honor” menudeó la acusación de “dictador”, con que lo “acarició” Keiko Fujimore, principal figura de la oposición ultra derechista. En definitiva, la gestión de Pedro Castillo fue un eterno soucí.
A último memento, ante la amenaza del tercer proceso congresual de destitución por “incapacidad moral”, pendiendo sobre su cabeza como la espada de Damocles pendía de un pelo de crin de caballo, quiso dar un tajo a la ignominia a la que estaba sometido, y en un arrebato de gallardía impremeditada y extemporánea, anunció al país un autogolpe de Estado que rápidamente, “en menos de lo que pestañea un pollo”, fue rechazado por Estados Unidos, misma potencia que no dijo ni jí cuando el golpe lo dio el congreso.
Obvio: si en las opciones de Castillo Terrones, para seguir en el poder, se hallaba el precedente autogolpista de Alberto Fujimore, debió ejecutarlo al principio de su gobierno, cuando aún primaba el desconcierto en la derecha, y el respaldo popular era más firme.
Al parecer, el pobre maestro rural no llegó a percatarse de que hasta su propia vicepresidenta, la señora Dina Boluarte -expulsada por traición de Perú Libre, el partido de Castillo-, formaba parte de la conjura que, a menos de tres horas del autogolpe, lo defenestró y ordenó su encarcelamiento. Hoy está condenado a 36 meses de cárcel, más del doble de lo que permaneció al frente del Estado.
Restablecido el “orden” conquistado por la embajada USA, la oligarquía y la iglesia católica, arrancó la represión en Perú. Van más de 60 muertos. Y aunque la condena de países como México, Argentina, Colombia, Bolivia, Honduras y Cuba no se hizo esperar, la verdad monda y lironda indica que la oligarquía peruana es capaz de matar a miles con tal de retener el poder que con Castillo sintió amenazado.