El patrioterismo, cultivado por personajes como Trump, Putin, Bolsonaro, u Orbán en la actualidad, o Franco, Trujillo, Hitler o Mussolini en el siglo pasado, está emparentado íntimamente a posturas de extrema derecha, de raíz fascista o fascistoide, que busca imponer una agenda autoritaria sobre la sociedad, creando un enemigo externo, en muchos casos impulsando integrismos religiosos y postulando como identidad social un estadio precedente de la historia de dicho pueblo, en nuestro caso el trujillismo. Al colocar “la patria” como tótem social el patrioterismo oculta la diversidad y contradicciones de todo cuerpo social, y anula los procesos democráticos y de diálogo entre sectores en conflicto para encontrar acuerdos mínimos que permita la convivencia social.

Por eso la apelación a la patria es emocional, demanda sangre, propia o ajena, es profundamente misógina y racista. Políticamente es totalitaria, no acepta otras posturas diferentes, mucho menos opuestas, por tanto, en lugar de generar espacios de diálogos termina impulsando liderazgos mesiánicos, acciones paramilitares, quema de libros, acusaciones de traición a los que son opuestos políticamente y es muy atractivo para abusadores que disfrutan golpeando o torturando a otros. Basta con estudiar las acciones del nacionalsocialismo, las prácticas trujillistas o el asalto al Capitolio el 6 de enero del 2022, para que tengamos una buena idea de lo que ha hecho y pretende hacer la minoría de extrema derecha dominicana patriotera.

La vida en sociedad, la convivencia en la polis, demanda prácticas democráticas tolerantes con las diversas formas de vivir e identificarse con la etiqueta de dominicano o dominicana. Requiere una actitud racional y práctica con nuestros vecinos haitianos, cubanos, puertorriqueños, pueblos caribeños, latinoamericanos y de otras latitudes. Lo dominicano es una compleja y hermosa mezcla de tantas matrices culturales, en continuo proceso de cambio, que intentar cosificarlo al régimen trujillista es una perversión teórica y práctica. Es lamentable que liderazgos como Leonel Fernández o Luís Abinader se hayan dejado chantajear por esa minoría fascistoide y en muchos casos asumido su discurso reaccionario.

Líderes religiosos se han sumado a esos discursos por su empatía con sus mentalidades integristas. Por eso detestan medularmente al papa Francisco y su fidelidad al Evangelio. En Estados Unidos varios de los movimientos provida están liderados por supremacistas blancos y tanto Trump como Putin son adorados por algunos evangélicos y católicos por sus discursos misóginos y homofóbicos. Algo que está en las antípodas del mensaje de Jesús.

A esas mentalidades se les enfrenta con más democracia y educación.