El 31 de agosto del pasado año y en este mismo medio aludí en el artículo “Pastores con olor a oveja” a la visión de Francisco, nuestro papa, de lo que debía ser el sacerdote, el ministro de nuestra iglesia.

 

Me identifiqué con él y fui muy crítica con nuestros sacerdotes que solo les interesa el ser reconocidos, en “ser”.

 

La señora que me ayuda en la casa ha estado ligada a la familia por cerca de cuarenta años; cada mañana llega, bueno, no tiene hora de llegada, puede ser a las siete como a las diez, pero en realidad, no es necesario que llegue de madrugada puesto que poco tiene que hacer en la casa.

 

Lo más importante de todo es que me hace compañía y me auxilia en el cuidado de mi mamá. Las dos hemos asumido el rol de enfermeras y si yo su hija lo hago llena de amor, ella no se queda atrás, su entrega para mí no tiene precio. El cariño con el que se dirige a ella me llena de ternura. “Abuela, ¿qué tiene?”.

 

Ya he comentado en varias ocasiones que en su tertulia al llegar se sienta en la sala, si mi hijo mayor y mi nieto están en la casa, con café en mano, participan de la conversación. Ella nos comenta sobre los últimos acontecimientos de la Ciénaga.

 

A principios de la semana pasada conversábamos sobre los actos de “La Virgen de la Altagracia”. Yo pensaba decirle que se fuera al Estadio Olímpico, pero ella se me adelantó y me dijo que el 28 de este mes, o sea, mañana, iba en peregrinación a Higüey con los de su parroquia.

 

Me contaba que María la catequista la estaba organizando. Ya yo le hice mis encargos de lo que quiero me traiga: dos calcomanías  de la Virgen para ponerlas en los carros de mis hijos.

 

Su compromiso con su iglesia es grande. Cada mes le entrega un sobre con lo que ella tiene, no con lo que le sobra. De lo que necesita, echa una cantidad prudente que a mi entender me parece que es mucho.

 

Su entusiasmo ha sido tan grande que en días pasados estaba sin sitio porque se iba a consagrar al Sagrado Corazón de Jesús. Le hacía ilusión vestirse de blanco y recibir su medalla que pende de una cinta roja. Con esto, debe de participar de la Eucaristía todos los viernes primeros de cada mes.

 

Entre hablar y hablar me contó que mientras su papá estuvo enfermo se levantaba bien temprano a organizar su casita, porque desde que abría la puerta estaban hermanas de la iglesia esperando para entrar, tenderle la mano y hacerle  compañía.

 

Nunca faltó un sacerdote en su casa. Siempre pasaban por allá a saber del estado de salud de su papá.

Me contaba que cuando “Veudo” (léase viudo) murió fueron e hicieron una misa de cuerpo presente en su casa. Las catequistas hicieron los nueve días. Nunca se sintió sola.

 

Yo tengo dos experiencias de los sacerdotes que conocen a sus feligreses, o por lo menos, están dispuestos a servir y de esa forma atraer a los fieles.

 

Necesitaba yo un sacerdote pues mi mamá quería confesarse, Me dirigí a mi parroquia, es cierto que luego de la pandemia no he asistido más; la secretaria me recibió con una frialdad que helaba. Yo dije que parecía mentira. A mi mamá, cuando vivía donde mi hermana, semanalmente le llevaban la Comunión y ahora aquí no había quién me pudiera ayudar. Me remitió a otra oficina y la secretaria me dijo que llamara otro día porque ella estaba muy congestionada y el padre no estaba ahí. Ni siquiera me tomó algún dato. Mi queja fue tan grande que un día apareció uno y yo solicité en otra oportunidad que me le impusieran los “Santos Óleos”,  o sea,  “Unción de los Enfermos”.

 

Cada sábado asistíamos mi hijo mayor y yo a la Iglesia Nuestra Señora del Carmen. Siempre comulgábamos, pero un sábado mi hijo no comulgó. Cuando terminó la misa, salimos y un joven nos cayó detrás; el padre Bello lo mandó a buscar y le reclamó que qué pasaba que no lo vio comulgar. El padre Bello estaba al tanto de cada uno de sus feligreses. Y como buen pastor pendiente de sus ovejas lo llamó a capítulo.

 

Conozco familias que se trasladan a parroquias que no les pertenecen, pero que les da “status”; es más, en algunas de esas parroquias el párroco va tan lejos que les paga viajes a Europa a algunos de sus feligreses aún sabiendo que pertenecen a otras parroquias más modestas, pero que se hacen notar.

 

Nuestra iglesia es selectiva, la de los pobres es solidaria, cercana, humana. Si quieren en verdad comprobarlo, vayan a la Ciénaga y allá verán lo que es amor y caridad.