Mis 43 años en La Descubierta (SD: Centenario, S. A., 2000) narra las memorias de Jesús María Ramírez hijo, de sobrenombre Pasito, editado por su hija, doña Gisela Ramírez de Perdomo.
Nació en Neiba en 1909, pero creció y se desarrolló en La Descubierta a partir de 1921, en épocas en que su padre trabajó para una unidad militar encargada de mantener el orden llamada La Montimpector (deformación del término inglés The Mount Inspectors) del Gobierno Militar norteamericano, a excepción de un tiempo corto en que se enrola en el Ejército para luego regresar a su lugar de adopción. Sin embargo, el marco histórico en que mayormente se desarrolló fue durante el régimen de Trujillo, desde sus inicios hasta el ajusticiamiento del dictador en 1961. Se decidió de buen talante a contar sus memorias a instancias de unos jóvenes descubiertenses interesados en conocer la historia de su pueblo.
A la obra la divide un apartado de explicación que hace doña Gisela; en otro hace una breve historia en la cual hace el intento de contextualizar las memorias, seguido de doce capítulos en los que ella organiza el material relatado. Un apéndice fotográfico de algunos protagonistas de las historias que se cuentan e índices onomásticos y toponímicos, finalizan el libro.
Como actor político, Pasito entra en escena en 1921. Reconstruye sus memorias como uno de los funcionarios de la dictadura de Trujillo en poblados que ahora componen la Región Enriquillo, tanto como militar primero y como político después desde los tiempos de la primera intervención militar yanqui, seguido del último gobierno de Horacio Vásquez, atravesando la totalidad del régimen trujillista hasta 1964, cuando se retira definitivamente de la vida política. Aquejado por complicaciones relacionadas con una enfermedad neurológica en su última etapa, probablemente mal de Alzheimer, fallece en 1988.
Como el buen sureño que fue, Pasito ingresa al Ejército Nacional como alistado desde muy joven, sin haberlo consultado con sus padres, como forma segura de movilidad social para los moradores de la más carenciada región del país. Aprendió a leer y escribir en Neiba y se hizo autodidacta más tarde, en un medio y en un tiempo donde era limitada la oportunidad para alfabetizarse. Esta condición, más su talento, su espíritu visionario y emprendedor, la prestancia social de él y su familia, su concepto de los valores morales, y dentro de ellos, su honestidad a toda prueba, lo llevó a codearse con la élite política y social de su época.
Salta a la vista de las presentes memorias la imagen un tanto inédita del general de la manigua y poeta barbacoero, Carnavá, con cinco de sus cuartetas imperfectas compuestas con estribillos al final de la estrofa, probable sugerencia a la editora de la presente obra del maestro y tenor Arístides Incháustegui, con refinado sentido del ritmo y la unidad del verso, al cuidado de la edición junto a Blanca Delgado Malagón. La tradición oral de la Región Enriquillo, así como en libros de valor documental que se han escrito sobre Carnavá, no registran estribillos en sus coplas y tonadas, en especial las que improvisara frente al hoyo de su sepultura, cavado por él mismo en el antiguo Rincón de Ají, ahora Cabral, así como en las del resto cantadas por él en las otras circunstancias de su vida. Tampoco semejante procedimiento se puede rastrear en las obras de ficción que se han escrito para inmortalizar su vida.
Otro detalle que llama no menos la atención es la mezcla de versos superpuestos en Mis 43 años en La Descubierta que hablan de dos hechos diferentes entretejidos en una misma estrofa. Es cuanto sucede en el sexteto más abajo, en los primeros cuatro versos, que cuenta del legendario duelo entre Che Blanco y Viejo El Mocho en tierras de Neiba, improvisados por el poeta y bastonero rinconero, Ireno Carlita Ferreras, en una fiesta bajo una enramada o tonela en la antigua Cambronal, ahora Galván, y los dos últimos versos que cantara el héroe trágico barbacoero en Rincón de Ají ante su tumba; manipulación que no pudo ser más burda, esta, naturalmente, no atribuible a la editora de la obra bajo estudio, sino a quien o quienes compusieron la mangulina en la que fueron traducidos a inicios del decenio de los años setenta, de quien o quienes las habría transcrito en su obra:
A Che Blanco le tiraron
de la barba a la quijá’
por amigo de decí
que hombre manco no e’ pará.
Ya lo llevan, ya lo traen
ya lo van a embalsamar… (28)
La vida apacible, pero con muchas limitaciones, que llevara Pasito en su pueblo de adopción, se le convirtió en un infierno en los cuarteles; tanto así, que su padre lo libra de las penurias que atravesó en su carrera militar. Poco después, inicia su largo itinerario como político colaborador de Trujillo en calidad de primer gobernador de la provincia Independencia, como primer presidente de la junta municipal del Partido Dominicano en La Descubierta, y más tarde como inspector general de Agricultura. El hecho de no haber contado con educación formal pudo haber sido la razón para que posiblemente se le haya subestimado en la justa remuneración por su trabajo y en no habérsele asignado funciones mayores en el régimen.
Es a través de Pasito y sus memorias que se puede hacer conciencia del vínculo que tuviera la agudización de la extrema pobreza en la ahora Región Enriquillo con el impacto de la Gran Depresión de 1929, y corriendo el tiempo, el otro de la Segunda Guerra Mundial. Tal fue la razón por la que se haya encarecido la compra de materiales y mercancías en general dentro de los planes de progreso del régimen. La construcción del canal Cristóbal a la vera del antiguo Camino Real por los lados de Neiba y Villa Jaragua (desde los tiempos de la colonia, de ahí lo Real, por los Reyes Católicos) impactó las provincias de Baoruco e Independencia. Con la referida obra el dictador buscó impulsar el desarrollo económico de esa zona del Suroeste, lo mismo que paliar los efectos de las crisis globales que se desencadenaron en aquella época. Y para colmo, el lago Enriquillo experimentó una de sus cíclicas crecidas, sumiendo más en la precariedad a decenas y decenas de familias.
Por sus habilidades y talento, se entiende que Pasito haya terminado colaborando con Trujillo, como pudo trabajar para otro gobierno en su mismo lugar. Le sirvió al tirano por razones circunstanciales, no por convicción, como él mismo lo precisa en sus memorias, lo que era, como se sabe, pan nuestro en los leales a la dictadura: “Trujillistas fuimos todos o casi todos”, dice, “unos por convencimiento y otros por las circunstancias. El poder de Trujillo fue absoluto”. (146) Ahora bien, no fue de los personeros del régimen, hoy, con bustos erigidos en su honor, algunos, y con calles bautizadas con sus nombres, otros, expresión de la ambigüedad moral de estos tiempos de antihéroes y villanos.
Pasito tuvo una capacidad de trabajo a valorar. No tuvo ínfulas ni incurrió en excesos. Tampoco llegó a ser delator del SIM. Lejos de afectar a segundos y terceros, cuando tuvo el poder de hacerlo, llegó a sacar la castaña al fuego a algunos de sus amigos y allegados que habían caído en el engranaje de muerte y terror que dominó al país por más de treinta años. Tal fue el caso del sabanalamarino Urbano de León, el cual fue presa de una intriga que se tejió contra Trujillo en La Descubierta en la que se le incriminaba. Gracias a su tacto político, nuestro líder regional le salvó el pellejo a Urbano milagrosamente.
El mismo Pasito no estuvo a salvo de las intrigas e injusticias que se cometían contra personas inocentes, como en el caso de lo tensa que en ocasiones se tornaba su relación con los militares por su carácter vertical en desempeñar sus funciones, ora como gobernador, ora como presidente de la junta municipal del Partido Dominicano de Trujillo, razón esta última, por la cual se hizo de sus cargos políticos. De parejo estado de cosas da cuenta el pleito que tuvo por problemas de intereses con un sargento de la guardia de Trujillo al que abofeteó por impertinente mientras celebraba el ascenso a capitán de un amigo en La Descubierta. Para su sorpresa y pesar, el suboficial resultó ser allegado del propio dictador. Igual lo contrarió la decisión del SIM de despojarle de su revólver que en 1938 le había asignado el propio Trujillo para que se defendiera de los haitianos. Tal medida se originó a raíz de la Expedición de 14 de Junio en la que murió Alberto Perdomo, un primo suyo.
El tirano, entre bastidores, cual titiritero que movía los hilos de sus marionetas, estaba al tanto de todo, pero nunca hizo nada en su favor, por lo menos directamente; y esto, pese a haberle solicitado colaboración frecuentemente, como la pieza clave que fue, en muchos proyectos de la región suroeste a la que conocía palmo a palmo. Empero, el caso que más le dolió –y del que nunca por lo que parece se repuso– fue el desplante que le hiciera el general Fausto Caamaño en su oficina, su antiguo amigo de los tiempos cuando instalaba la colonia de Pedernales, a donde había ido a solicitarle que libertara a un pariente suyo que había caído en desgracia.
Se advierte en la persona de Pasito que el dictador habría quedado corto en valorar los esfuerzos extraordinarios de servidores bajo su dominio en su favor. Más bien, lució ser interesado. Los utilizaba sin escrúpulos, vista su naturaleza cínica y egoísta. Por lo tanto, se entiende que no creyera en la bondad humana, una condición no solo privativa de él, sino también de Lilís, como se adivina en su epistolario íntimo.
Por lo visto, tanto llegó Pasito a gravitar en la vida política y social de su región a finales de la tiranía trujillista, que en su residencia de La Descubierta se vieron reflejadas las tensiones que se produjeron entre la Iglesia y Trujillo tras la lectura de la carta pastoral contra este y su régimen represivo en los templos católicos. Por un giro de la suerte, en el día y en el instante menos indicado, y sin que el líder neibero-descubiertense se lo haya propuesto, coincidieron estar en la terraza de su casa un cura y un general. Un momento de apuro como ese, y del que se salvó por los pelos, fue suficiente para haber caído en las garras del SIM. (Véase 138)
Pasito sufrió los vaivenes de la política en tiempos de la dictadura trujillista. Por más contrariedades que haya experimentado en sus responsabilidades, poco tiempo duraba para que el tirano le reasignara nuevas funciones. Y así acaeció a lo largo de la Era en que Trujillo disponía a su antojo, como único amo y señor del país, de la vida de los dominicanos. Nadie como Pasito terminó conociendo la topografía de la ahora Región Enriquillo. No había ese recodo donde hubiera agua y buenas condiciones de terrenos que él no conociera para su aprovechamiento. El dictador lo sabía. Gracias a esta ventaja suya, el líder regional se convirtió en una pieza clave para los planes de desarrollo de la zona fronteriza que aquel materializó.
De nuevo, Ramírez hijo resultó ser una persona imprescindible para el Plan de Dominicanización de la Frontera; plan, este, iniciado en el último gobierno de Horacio Vásquez, pero hecho realidad en épocas de Trujillo. Más aún, Pasito, cuando no hizo las veces de ejecutor, entonces como supervisor del mismo; semejante iniciativa, por cierto, el más serio plan fronterizo, sin medias tintas ni espacios grises, que se haya concebido hasta la fecha en beneficio del interés nacional frente a la vecina república de Haití.
Pasito instaló la colonia de Pedernales. El establecimiento de la japonesa en la colonia Plaza Cacique en el norte de Neiba, y la española y húngara, asentadas, ambas, sin éxito, por lo inhóspito de los lugares, la última, en el cruce de las carreteras de Neiba, Cabral y Duvergé, no figuran, en sus propias palabras, en el reporte que hizo para su instalación. (Véase 121-122)
Se destaca el silencio casi total de Pasito por la figura de Balaguer y su actuación en el régimen, a quien menciona de pasada en las páginas finales de Mis 43 años en La Descubierta, solo para decir que Delfín Pérez y Pérez, su antiguo secretario de la gobernación de Jimaní, lo abordó a fin de que colaborara con el incipiente gobierno del caudillo reformista, oferta que rechazó sin mayores explicaciones. De Bosch, según sugiere doña Gisela, la editora, su padre no tuvo el mejor de los conceptos, el cual pensó que era astuto, “izquierdizante”, ambiguo y pusilánime. (Véase 144) A su juicio, Viriato Fiallo, en cambio, lo convenció por su espíritu democrático y bien intencionado, pero a quien “le faltó la malicia que le sobraba a Bosch”. (145)
Una persona que haya sido esencialmente trujillista no se refiere al régimen de Trujillo como dictadura como lo hace varias veces Pasito en sus memorias. Y no creemos que lo haya hecho deliberadamente, para librarse de la responsabilidad que tuvo de haber colaborado con Trujillo. Se refiere a la tiranía de ese modo, puesto que no fue un trujillista de conciencia –como lo fueron tantos mucho después–, sino que le sirvió al país porque se le requirió como pudo haberlo hecho con otros gobernantes que le hayan solicitado hacer lo propio. Fue lo que hizo posteriormente con la Unión Cívica Nacional para que aceptara la candidatura a senador por la provincia Independencia en 1962; oferta que no rehusó, pero a la que pronto consideró un error político al final, entre otras razones, por la división de clases que había hecho Bosch de la sociedad dominicana entre “tutumpotes” e “hijos de machepa”, fruto de su ambigüedad y astucia política, según advierte Pasito, lo que no hizo sino haber desencadenado sectarismos entre los dominicanos, acostumbrados a vivir en confraternidad. (Véase 144-145)
En resumen, Jesús María Ramírez hijo fue un hombre de sentimientos nobles, un ser sociable que cultivó excelentes relaciones tanto en el país como en Haití, un rara avis en esas tierras en aquellos entonces. Diríamos que pasó por el trujillato sin contaminarse. Fue un hombre digno, de concepto, de visión pragmática y emprendedor. Aun habiendo colaborado con el régimen, no resultó ser servil, como lo fue el caso del común de los dominicanos de la época frente a Trujillo, sin duda, afectados por el síndrome de Estocolmo. Pasito tuvo ideas propias, un visionario en medio de cactus, bayahonda y guasábara. En vista de toda la responsabilidad social y política que le echó el dictador encima en sus planes de desarrollo económico de la región suroeste, las más de las veces de manera inconsulta, entendemos que no fue del todo remunerado como correspondía; por lo que el líder regional se resintió, ya que terminó su puesto de gobernador en Jimaní, en sus propias palabras, más pobre de lo que era, cuando bien pudo emprender su propio negocio. Por el contrario, sufrió los sinsabores y decepciones inherentes a los cargos políticos que desempeñara.