Los colores del ver,  una imagen quebrada en blanco, en negro;

aquel poste de luz en una esquina mira hacia todas partes. La boca izquierda

y la derecha. Puro doblaje en violento esguince que traduce la cara huesuda del anciano,

de la anciana.

Todo un mundo en abandono. Fragmento y soledad de la ceguera; el ojo en el vacío.

La casa es un proyecto que luce su abandono y allá adentro el fondo, la vejez, la mariposa pegada a su nombre: agustina, clavel, nicolasa, trigidia. Todas

al fondo, en el resquicio del cuerpo y el espejo. Nave que se pierde en el pacto. Mar violento donde también se grita la esperanza… Por el resquicio del oscuro callejón,  una llave avanza con los cuerpos de los condenados que alteran su estatuto en punto de agua; brutal derricadero, fogón hecho de alambre y piedra; carbón debilitado en viejo estuario de huesos. Ellos, los malvados hablan de sus propias pesadillas, huellas, historias contagiosas y violentas.

Y sigue la boca, el callejón, la boca oscura de la anciana; y de pronto la boca del anciano,  la boca del vecino, la boca de la vecina, la calle de piedra y polvo en aquel

barrio solar, la callejera riña que amenaza la desnuda forma que apenas grita y crea sus tonos y flechas ontológicas. El cadáver mira hacia lo alto para luego caer en cruz con todo el peso de su sombra. Así la espesa madrugada se quiebra con las voces del presente.  El otro en sus recuerdos irrumpe, toca el sol y el alba al mismo tiempo. La historia misma declara y narra su recuerdo. Aquella noche,  la boca muerta y huesuda muerde y habla; se estira como cuerda solitaria y sórdida. Se escapan los demonios de la guerra cotidiana; huidiza guerra que mata oscuros personajes soñadores de letras maléficas, vertiginosas y pobladoras de puertos quebrados por golpes contundentes en cuerpos sin la marca del retorno. Tampoco retorna a su raíz la boca perdida y perturbada. Entonces dijo ella:

“ así es y así será:  boca perdida que no retorna al centro del camino, pero San Felipe no es una calle o un camino de la herencia. San Felipe se desliza en el relato de turbas y viajeros; sujetos sin tiempo ni guitarras¿¿.

Por allí,  por el declive de ese sueño que anida en cada hombre encontramos la casa, el punto, el espesor perdido. Nadie habla allí.

El juego vespertino, la tarde y el ausente de la historia son el reflejo, un carro chocado, abandonado y gris. Cosa deforme. Un carro que es un carretón mugriento, insalubre, solitario, inmenso en esa calle que flota en el punto

de aquel día;  lo que descubre la amenaza, el orbe impuro es el barrio que no duerme. Todo aquello es un proyecto para vivir, para morir en travesía y gesto.  Todo lo que retorna al punto de esperanza personifica la palabra repite el acto inefable del deseo; niños quejumbrosos caen al sitio brumoso del tablero mítico; puedes verlo ascender y descender junto a cuerdas, soledades compartidas, anafe y mano que recuerdan infancias, nombres y vertientes pavorosas.  Por allí aparece la pobreza como sierpe y calavera. Es la cópula del día foto en blanco y negro. Abierta a la memoria el punto de la esquina:

sol sin nombradía. Tierra moribunda.  Así es allí donde nadie ni nada pierde su estatura. su nombre, su legitimidad y su pobreza. Allí no hay cuerpo en claridad, sino también de olvido, porque en el camino encontramos solo duendes, ríos secos, mariposas y proyectos imposibles. Tiempo sin el tiempo de subir  en ruta de rumores y marca de manos y secretos ¿Quién habla detrás de las paredes, detrás de nombres y cuerpos anónimos; siluetas, gestos pavorosos como en un entrecruce urbano, un colmadito donde nadie compra ni pide, ni toma nada. Donde el que vigila no vigila nada,  delante ni

detrás, Al lado el hoyo, la cañada, la barquita, el punto sin contorno ni contén, la letrina, el cerdo escandaloso, el ojo del tunante, la vecina infiel que supervisa ropas sin secar, que cuelgan frente a la ventana y en la persiana cada día nombra su esperanza, pero allí se pierde el hambre, el tedio, la perra medianera, patas cadavéricas huyendo de sus claves; pálpito que turba el gran silencio de la noche. Madrugada condenada al escucha, al reverso de los días pasajeros.

 

Guitarra del trovero, trovador y lastimero músico, amanece extendida a los bordes de la mesa solitaria. Cómo se llama este barrio, esta condena, esta mujer preñada por un dios oculto? ¿Cómo se llama esta tristeza, este azar, esta mugrienta soledad, este olvido disidente? Escribo sobre tus propios fantasmas, sobre tus propias huellas, sobre aquellos rostros que aún no has logrado comprender. ¿Qué hora es? No sabes. No puedes saberlo. No puedes advertir el tiempo. Una raya tacha la letra que oculta la verdad, tu verdad, nuestra verdad suicida.

 

Y entonces el lugar proclama sus estados. Nidos, bucles misteriosos que son del mismo cautiverio. La adivinanza del vivir se agita estremeciendo tonos del olvido y la memoria. Nada de fechas. Nada de certezas. Se trata del mismo relato donde riña, el silencio y el clavel, afloran en la foto de pared huyendo, sin embargo, al tiempo.

 

Extrañeza del lugar. Pata de palo. Razón de  polos. Mecedora coja. Espaldar de clavos. Camisa rota en rota cama. Reloj desvencijado. Sin horas ni minutos. Rota la verija. La entrepierna rota y olvidada. Humo y espanto del cadáver. Velatorio de ancianos y demonios. Lo mágico es aquello que estremece y marca. Lo mágico te mira y desborda el ojo. Ni pena proporciona ni visión te abruma. La pobreza es un estigma.

Nace,

Se reproduce,

y se prolonga.

Todo se pronuncia en el espejo y en la sombra. Espectro de cristales y memorias. Elogio del escombro.

 

Ratas. Cucarachas. Gusaneras. El escenario es ideal para el horror. Asoma con cuidado una cabeza cubierta por la hendija de una habitación oscura, pero más que oscura, mugrienta; manchada de azul y gris en la madera hoyada por plagas de roedores, comején, hormigas gigantesca, casi fantásticas, amenazantes. El sueño. La visión herrumbosa, pequeñas entidades casi olvidadas, recluidas en pequeñas cuevas donde alojados están aquellos cuerpos, diminutos seres incidentes en la luz-oscuridad de un techo compartido… la edad, el arácnido, el gusano, el hollín, el cráneo risueño, el pasadizo de una casa que no es casa, sino resto, imagen, huella, síntoma de historia, corroído el momento por los…(Aquí se interrumpe el manuscrito)