Crecer significa aprender a pasar la página ante las adversidades. No podemos vivir rumiando esos momentos que nos han herido, que nos han traído dolor.

Ante una separación, la muerte y tantos eventos que nos ocurren en nuestro largo caminar, que nos marcan, no podemos permitir que nos quiten la alegría, el sueño, el soñar.

Recuerdo en una oportunidad en el Show del Mediodía cuando era conducido por Fredy Beras Goico y que Sonia Silvestre cantó “No me dejes no”, detrás de ella tuvo una maravillosa participación Milton Peláez en su papel de Medrano, allí decía si esa mujer no tenía dignidad, “óyela, dizque no me dejes no, carajo, si la dejaron que es lo que está con ese lloriqueo y rogando”. Lamentablemente, los tres se fueron, pero nos dejaron muy gratos e inolvidables recuerdos.

Conozco personas que por años viven recordando una separación, duele, pero como dice el dicho popular, “ma pa’lante vive gente”. No es posible que un hecho pueda ser capaz de no dejarnos ser felices, que vivamos atados a un pasado que “ya fue”.

Miro con tanta tristeza mujeres jóvenes que no son capaces de enfrentar la vida con alegría porque se terminó el matrimonio. La felicidad no es un hombre al “lao”, es reír con los hijos, pasear, compartir con amigas y amigos, practicar algún deporte, pintar, cantar, leer…

En nuestro país cuando se termina una relación los hombres dejan de ser padres, salvo raras excepciones, la mamá tiene que adoptar el papel de má-pá y enfrentar el diario vivir, lidiar con los gastos, la disciplina, las enfermedades de los hijos, la escuela, las tareas y lo difícil que es el sobrellevar ese paso de la niñez a la adolescencia.

En una separación lo más importante es la salud mental de los hijos. No importa cual haya sido el motivo de la misma, no nos debemos dejar llevar por el rencor, por el odio, debemos procurar que ellos crezcan lo más sanos posible, con un corazón tan grande que no alberguen resentimientos  y así podrán ser felices.

No es necesario decir cosas negativas de los progenitores, ni tampoco colmar de virtudes a quien no las tiene. Los hijos crecerán y serán los propios jueces.