En la democracia electoral dominicana, los partidos y los líderes políticos han asumidos como su función principal, prepararse para participar en los procesos electorales y obtener representación política en las instituciones del Estado. Con estos fines, construyen estrategias de acción: prácticas y discursivas, para movilizar una serie de recursos económicos, políticos e ideológicos que les garanticen la producción y reproducción de su capital político.

En ese sentido, el escenario electoral se ha convertido en un campo de batalla, de disputas, donde se expresan las diversas estrategias de enfrentamientos de los partidos y candidatos para ganar las elecciones y obtener representación política. Por un lado, los partidos políticos se constituyen en la base institucional de los candidatos, la suerte del partido se convierte en la suerte del líder y viceversa. Por otro lado, los líderes políticos hacen usos de sus mejores destrezas de comunicación, organización, para deslegitimar al otro, al adversario y, mejorar sus probabilidades políticas.

Es decir que, el escenario electoral es donde los partidos y los candidatos sacan músculos, ponen en juego sus mejores recursos comunicativos para darle sentido a sus propuestas políticas, producir confianza, lealtad, movilizar a sus seguidores y, posicionar los candidatos en la mente y preferencia del electorado.

Con este modelo analítico, en dos artículos anteriores nos hemos expresados sobre el PRM y, Abinader, sobre la FP y, Leonel y, en esta tercera ocasión, nos vamos a referir al PLD y su líder-candidato Abel Martínez.

El candidato del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Abel Martínez, es el más joven de los tres que se van a disputar la presidencia del país, nunca se ha sentado en la silla presidencial, por tanto, goza de la imprevisibilidad de un posible primer mandato presidencial, de la esperanza, euforia, entusiasmo, que potencialmente puede producir lo distinto y novedoso, para una población dominicana cansada de promesas políticas incumplidas y, deseosas de nuevas esperanzas.

Hasta donde tenemos información, fue criado y socializado en una familia pobre, humilde de la región del Cibao. Es abogado de profesión, graduado en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de Santiago (UCAMAIMA). Su carrera y trayectoria política la ha desarrollado en el PLD. En las elecciones congresuales del 2002, fue electo diputado por la provincia de Santiago y reelecto en el 2006 y 2010 respectivamente.

Durante este último período, del 2010-2014, se destacó como presidente de la cámara de diputados, donde sus biógrafos destacan su preocupación patriótica por llevar el texto constitucional a la educación de la niñez dominicana. A su favor, consignan algunos periodistas y medios de comunicación, su buena gestión y competencia administrativa como síndico actual de Santiago.

Sin embargo, en términos discursivos, los más notable, como síndico de Santiago, ha sido su permanente retórica anti-haitiana, de un nacionalismo excluyente, no democrático, compartiendo los mismos códigos discursivos del conservadurismo político dominicano. Hasta este momento, su estrategia comunicativa, su tema de campaña principal, para movilizar a las gentes e impactar en sus seguidores, ha sido el uso de la retórica del miedo, para denunciar la amenaza que representa la migración haitiana, poniendo en evidencias también, las debilidades propositivas de su discurso político, para garantizar el fortalecimiento de un Estado social, democrático y de derechos en la sociedad dominicana.

En términos institucionales, paradójicamente, el Partido de la Liberación Dominicana es, al mismo tiempo, su mayor fortaleza y también su mayor debilidad. Un PLD, que permaneció por dos décadas dirigiendo y, controlando las instituciones del Estado. Durante ese período, se convirtió en una extraordinaria maquinaria electoral, sin reservas para movilizar recursos económicos patrimonialistas, rentistas y clientelistas para estructurar alianzas, fidelidades, con sectores empresariales, religiosos y medios de comunicación.

Pero en la actualidad, el PLD está fuera del poder, sin los recursos que le provee el uso del Estado, para construir fidelidades y movilizar la población. Además, está atravesando una profunda crisis de legitimidad, credibilidad, de falta de confianza, por los escándalos de corrupción de algunos de sus dirigentes principales y el reinado de la impunidad en sus periodos de gobierno.

En ese sentido, Abel Martínez tendrá que construir su liderazgo y campaña electoral con la herencia que le ha dejado su partido, el PLD: con mucha experiencia electoral y de gestión del Estado, con algunas redes de lealtad y fidelidad clientelar en el Estado, el empresariado, medios de comunicación y el electorado. Pero también, diezmado por la derrota electoral, por la división, la falta de un discurso propositivo y, sobre todos, por los enormes escándalos de corrupción en los que están envueltos altos miembros y dirigentes de su partido.